Sábado, 28 de noviembre de 2015 | Hoy
MES PASOLINI / NOVIEMBRE 1975-2015
El pensamiento de Pier Paolo Pasolini, siempre más lejos de la linealidad que de la sospecha y la contradicción, lo llevó a mezclar elementos ideológicos contrapuestos, incluidas posiciones reaccionarias como la pro-vida. Esa postura lo enfrentó a otros intelectuales coetáneos y lo volvió, a su vez, blanco móvil de ataques homofóbicos.
Por Ernesto Meccia*
A medida que pasa el tiempo la figura de Pier Paolo Pasolini se engrandece, volviéndose más insondable y más dura. “Insondable” por su inusual profundidad y porque por más que se lo relea siempre se descubrirán nuevos y misteriosos matices que –acaso– sean la expresión de que fue un pensador que no cerraba la lista de preguntas y de respuestas sobre el mundo y sobre sí mismo. “Dura” –paradójicamente– porque el nivel de su enfrentamiento con el mundo, que no supo de concesiones ni ahorro de palabras hirientes, fue hecho desde una postura valorativa cerrada, es decir, tomando una posición apriorística infalsable e inconmovible. Rara avis en aquel y en nuestro tiempo, si existía algo que (más) lo exasperaba era la abdicación de los llamados pensadores “progresistas” ante lo que él consideraba eran, en realidad, signos de los tiempos oscuros que se estaban viviendo en el occidente capitalista, en particular, en Italia, desde los años 60; tiempos ritmados por una organización socio-política que tenía tres rostros bestiales: el hedonismo, el consumismo y la falsa tolerancia.
Nunca es fácil entrar al mundo de PPP, especialmente desde nuestro aquí y ahora. Su particular forma de resistencia a los poderes fácticos y al aparataje de la cultura masiva lo llevaba a mezclar, a veces con desesperación, elementos ideológicos dispares (incluidos algunos que podrían catalogarse como “retrógrados”). Aun así –o tal vez por eso mismo– vale la pena recordarlo en combate, observando en detalle la estilización de su altisonante intransigencia con el orden instituido.
Al respecto, es instructivo leer sus viscerales y deslenguadas intervenciones en los diarios de entonces (entre ellos, Corriere della Sera, Paese Sera, Tempo, Il Mondo) en las que se puede observar su eterno combate contra la realidad tanto como contra los intelectuales progresistas que, aún en ausencia de intenciones, eran sus portavoces. Descubriremos un núcleo duro en estos argumentos polémicos. Primera secuencia: los intelectuales toman de la realidad “datos” que le refriegan por la cara con el fin de doblegarlo cognitivamente. Segunda secuencia: PPP ofrece un contra-argumento donde denuncia la peligrosa ingenuidad política de aquellos que se ahorran el trabajo de construir datos sobre la realidad y, en vez de ello, se agachan a recoger como datos los trozos de carne podrida que esa realidad les tira. Ningún dato, aunque sea apremiante, puede tener la capacidad de acelerar el pensamiento si al mismo tiempo no es una ocasión para profundizarlo. Tercera secuencia (la final): los intelectuales (“esa turba de moralistas con esas acusaciones suyas que les salen de los testículos, por lo demás repelentes”) destituidos de autoridad por el poeta díscolo, lanzan sobre él admoniciones que incitan a una caza de brujas, en parte a causa de sus ideas pero en otra –mucho más importante– a causa de su homosexualidad. PPP denuncia que los progresistas entienden que si él no fuera homosexual, no pensaría de ese modo. Entonces las cosas están claras: pensar como homosexual es pensar a través de una situación personal que causa heridas o resentimientos y semejante estado del ánimo invariablemente conduce a pensar mal, a conjeturar sesgadamente. Para esta socio-hetero-dicea intelectual no pueden existir problemas con los homosexuales pero en tanto ellos “siempre estén dentro de un gueto mental, y ojo con salir de ahí. Sólo se puede salir de ahí si adoptan la perspectiva de quien vive fuera del gueto, o sea, de la mayoría”, o sea, de los falsos progresistas que la representan y en quienes –sin embargo– él tenía derecho a confiar. Lo expuesto puede ejemplificarse recordando las intervenciones de PPP relativas al aborto y a la “nueva” homosexualidad.
El momento italiano que impugna es un módulo de un momento que comprende al occidente capitalista, que copiaba crecientemente la modernidad norteamericana. En su opinión, la liberalización de las costumbres y la libertad sexual que suponía eran, si se las miraba bien, argucias para lograr liquidez social mediante el ablandamiento de todas las instituciones legales y mentales previas, pero no para liberar realmente a las personas sino para volverlas plásticas y versátiles, puestas al servicio del poder del consumo. En Italia, el declive del orden “clerical-fascista” tuvo como consecuencia concomitante una “prepotente modernidad” arrolladora de todo, hasta de la rústica belleza de los muchachos que tanto le gustaban y que ahora se afeaban vistiéndose y dejándose el pelo largo a la moda. A partir de entonces, la libertad sexual fue una imposición: “tanta libertad sexual no ha sido deseada ni conquistada desde abajo sino que ha sido más bien concedida desde arriba, a través de una falsa concesión del poder consumista y hedonista.”
La legalización del aborto fue uno de los temas que discutían y apoyaban los grupos intelectuales y las luchadoras feministas. PPP, en modo diáfano, pensaba que debía compartirse el proyecto ya que representaba “el ansia de ratificación, es decir, el ansia de dar formalmente cuerpo a realidades existentes, lo cual es el primer principio de la democracia.” Sin embargo, también pensaba que el aborto nunca debía dejar de representar un cargo para la conciencia y, “naturalmente, al estar en contra del aborto no puedo pronunciarme por una legalización indiscriminada, total, retórica y apaciguadora.” “Y aunque en la práctica sea aconsejable con razón despenalizar el aborto, no por ello deja de ser una culpa para la conciencia.”
Como buen intelectual de la sospecha, PPP creía que la irrupción política de la incondicionalidad a rajatabla del aborto escondía –en aquellos años 70– un problema del cual la sociedad y los intelectuales no se animaban a hablar: el problema del coito que necesariamente lo supone. Se habla del aborto para no hablar del coito. ¿Cómo puede ser que se incite a hablar paroxísticamente de uno mientras se guarda un silencio de sepultura respecto del acto que lo antecede? He ahí un síntoma, pensaba el poeta: “de hecho el coito es político” y está en el centro de la organización social.
En sendos artículos periodísticos, PPP pedía acciones antiguas y conocidas para evitar los embarazos no-deseados. Pero sobre el final traspasó los límites reclamando estatuto moral para los coitos no-convencionales, es decir, para las “las más distintas y perversas prácticas amatorias” que formarían parte de un “amor no-procreador” que era necesario y urgente difundir. De esta forma, se hablaría de todos los coitos y, en consecuencia, no se aislaría más la discusión política del aborto de la discusión política del coito o –mejor decir– de los coitos. Como si semejante propuesta no fuera demasiado, PPP remataba, en medio de razonamientos ecológico-demográficos, diciendo –finalmente– que aquello que parecía natural se volvió contra natura y, sobre todo, que aquello que parecía contra natura puede ayudar a la problemática realmente existente del aborto. Por lo demás, Italia, como toda sociedad capitalista, estaba surcada por la desigualdad económica y cultural. Aquello que las clases medias acomodadas podían incorporar a sus prácticas sexuales no sería nada fácil de lograr en los sectores pequeñoburgueses y proletarios. Pues bien, PPP pedía hacer campaña pedagógica de amores y/o de técnicas no procreativas por la televisión y los medios de comunicación en general. Hacer publicidad con constancia y seriedad, dando importancia “sobre todo a la aceptación moral” de todo lo relacionado con lo no-procreativo. “Yo le proponía en primera instancia a la lucha progresista y radical precisamente esto: pretender abolir –a través de los medios a que tiene derecho el país democráticamente- dicha distinción clasista.”
Las reacciones de los intelectuales progresistas no se hicieron esperar. Adoptando con frecuencia un tono burlesco de refutación, trataron al poeta como una especie de free rider, o sea, como un “colado” o un “parásito” que se aprovecha de la situación creada por otros para beneficio propio y de los suyos. En concreto, pensaban los detractores: PPP se había aprovechado de las discusiones dadas por ellos (los vanguardistas bienpensantes) para “colar” su reivindicación de la homosexualidad y de las minorías sexuales, tal como las conocemos hoy. Como se sabe: ¡nada más lejano en su horizonte reivindicativo! Y a no dudar que esta impostura –según la “jauría de iluminados y progresistas”– estaba directamente relacionada con un inveterado resentimiento del poeta, vista su condición sexual.
PPP ardía de furia y decepción (lo uno por lo otro): “no hay anticonformismo que lo justifique, y el que de anticonformista no tiene más que un fanático abortismo, claro que se siente molesto e irritado por mis palabras. Y recurre a los métodos más arcaicos para liberarse del adversario que le priva de su placer de sentirse sin prejuicios y a la vanguardia. Dichos métodos arcaicos no son otros que los infames de la “caza de brujas”: la instigación al linchamiento, el elenco de la lista de repudiados, su propuesta al desprecio público.”
Cuánto se (des)aprende siguiendo los rastros del genial PPP. Y pensar que tras su asesinato fueron también los progresistas los que desestimaron su “deseo” como posible explicación del mismo. Quienes pusieron la homosexualidad y los bajos fondos rápidamente bajo la alfombra. Y sí: es evidente que tenían problemas con el coito.
*Universidad de Buenos Aires, Universidad Nacional del Litoral
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