Sábado, 28 de noviembre de 2015 | Hoy
3 DE DICIEMBRE: DIA INTERNACIONAL DE LAS PERSONAS CON DISCAPACIDAD
Acaba de salir en Suecia un libro porno orientado a lectorxs ciegxs que pretende abrir un mercado mientras aviva la discusión sobre la accesibilidad y el derecho a los placeres.
Por Dolores Curia
Una mujer desnuda está recostada boca abajo y con las manos y pies atados. Mientras otra, también desnuda, la mira con el látigo firme en la mano. Quien deslice sus yemas sobre estas páginas encontrará un inhallable o casi: representaciones en Braille de hombres que tienen sexo con hombres, mujeres con mujeres, sexo grupal, escenas BDSM. Occasionally Blind contiene imágenes (caricaturas) táctiles y cada una viene acompañada por una explicación en Braille de lo que la pareja (o grupo) está haciendo. Más instructivo que erótico, enseña desde técnicas de cunilingus hasta cómo ponerse una correa. Es casi un tutorial, con dibujos estilo Playmobil, y tiene una génesis no demasiado sofisticada. O por lo menos así la explica su autora, la sueca Nina Linde: “Estaba pasando una temporada en Santiago de Chile y caminando por la ciudad me encuentro con un señor ciego al cual ayudo a cruzar la calle”. En las pocas palabras que se pueden intercambiar entre vereda y vereda el señor le hizo un chiste sexual cuyos detalles Nina prefiere dejar fuera de la anécdota aunque, por si acaso, tranquiliza: “no muy subido de tono”. Con una ingenuidad a tono con sus caricaturas Nina cuenta que esta escena fue el disparador para preguntarse por la sexualidad de las personas ciegas: “Darme cuenta de que el señor tenía estos pensamientos, me dio curiosidad sobre cómo la sexualidad de las personas ciegas está siendo discutida en la sociedad. Así nació este libro”. A la hora de ser levantada por los medios la novedad de un libro porno en Braille con imágenes bdsm incluidas no logra alejarse de las secciones de curiosidades. En los rebotes de la noticia –algunos incluso han blureado las tetas de las caricaturas– el libro es un insólito, sí, pero, baño de buena consciencia mediante, nunca llega a ser tomando en broma.
Occasionally Blind tiene un predecesor: Tactile Minds, el libro de la fotógrafa canadiense Lisa Murphy, quien pasó de ilustrar perros, gatos y tortugas al porno táctil. Tactile Minds es una versión más vainilla de Occasionally Blind: no hay palabras, solo relieves de imágenes de desnudos y encuentros hetero, excluyentemente. Lo novedoso de Occasionally Blind, además de que deja ver, o tocar, chicos con chicos, chicas con chicas y, cada tanto, alguna fusta, es que acaba de marcar un hito: se convirtió en el primero en su especie en entrar al catálogo de una biblioteca nacional, la sueca. El porno en Braille planteado de este modo, como servicio a la comunidad, sí que no tiene demasiados antecedentes, con excepción de la accidentada historia de “la Playboy para ciegos”. Durante 15 años, entre 1970 y 1985, se imprimió en Estados Unidos la versión de Playboy, con artículos pero sin imágenes. No estaba en los quiscos sino en la biblioteca del Congreso, que la imprimía junto a otras treinta y cinco revistas (entre ellas, Sports Illustrated, Rolling Stone, Seventeen, People). De todas ellas Playboy era la más popular, han contado alguna vez los bibliotecarios. En 1985, en medio de un tijeretazo presupuestario, Playboy en braille se convirtió en objeto de discordia. Los congresistas republicanos consideraban un ataque a la moral que se usaran fondos públicos para imprimir “esa inmundicia”. Chalmers P. Wylie, el republicano oriundo de Ohio que dirigió el movimiento anti-Playboy, se quejó en un debate de la ‘’ociosidad sin sentido, insensible y el sexo ilícito” de la revista. Mientras, en las puertas del Congreso, asociaciones de veteranos de guerra, la Asociación Americana de Bibliotecas y ciegos autoconvocados se manifestaban contra lo que definían como censura paternalista. El argumento de los demócratas (quienes finalmente perdieron la pelea) para defender la publicación decía cosas como: “esta versión de Playboy no contiene mujeres ligeras de ropa, fotografías, dibujos animados. Sino el contenido literario de la revista, entrevistas con figuras prominentes.” El argumento bienpensante nada mencionaba sobre el derecho al acceso a la sexualidad. Se limitaba a argumentar que el material era inofensivo, como los ciegos.
Al show del yo, el impulso irrefrenable de hacerse ver, la ola arrasadora del selfies que va del espejo del baño hasta la alfombra roja de los Oscar son síntomas de la subjetividad contemporánea, esa que lleva la exhibición de la intimidad a tope y proclama al ojo como órgano privilegiado. La sexualidad está en el centro de esa escena, con el carácter preponderantemente visual del porno mainstream, sus loas al voyeurismo y la entrega a la mirada de un cuerpo fragmentado. ¿Dónde se dibuja, o se tacha, en este mapa la sexualidad de los que no pueden ver? Los cuerpos de la diversidad funcional son en el imaginario cuerpos que no dan placer (del devotismo al abuso, quien manifieste lo contrario va a parar a la bolsa de las parafilias). Si esos cuerpos no generan placer, mucho menos pueden sentirlo. Aquellos a los que como máximo se les concede el eufemismo piadoso de las capacidades especiales se mueven entre dos estereotipos: son angelitos asexuales o máquinas libidinosas fuera de control más allá de la barrera de la represión. El aporte de Occasionally Blind -considerable por lo menos en la medida en que pone a circular masivamente varios tabúes- llega, un poco en pañales, como si (deliberadamente o no) hubiera pasado por alto el recorrido que en los últimos años ha unido al posporno con la diversidad funcional, y sus frutos: las herramientas que provee para pensar las prácticas más allá de la genitalidad, sus propuestas de sexualizar prótesis, recortar, reagrupar, descentrar también otros órganos y zonas del cuerpo como potenciales zonas erógenas. Occasionally Blind no cae en el vicio del porno mainstream de representar la diversidad corporal como lo freaky y lo extraño. Sin embargo, aunque por momentos parece abrir la puerta para escapar de los discursos comunes sobre la discapacidad, no tarda en colarse alguna aclaración que oscurece: su autora, por ejemplo, ha dicho que “pornografía” no es la palabra exacta para referirse al libro, sino que lo que este provee es “estimulación”. De vuelta, las trampas de la asistencia remiten al terreno de lo terapéutico. Con las mejores intenciones, de nuevo, el placer para las personas con diversidad funcional, que casi nunca es planteado como derecho, es casi siempre una dádiva.
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