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Viernes, 28 de noviembre de 2008

SON

Dejad que los niños canten para mí

La niña prodigio de turno, Emily Bear, acaba de lanzar en el programa de Ellen DeGeneres una canción que celebra el matrimonio homosexual. Un nuevo aporte a la discusión sobre los derechos, el marketing, la cursilería y el lugar de niños y niñas en un mundo que se resiste a la diversidad.

 Por Mariana Enriquez

Emily Bear es una niña prodigio, con todo lo que eso tiene de complejo. Es pianista –toca desde los 5 años– y compositora. Como sucede con todos los chicos que exhiben una habilidad técnica impactante, su talento real como creadora de canciones es discutible: los chicos, cuando son chicos, dicen los expertos, están jugando; el tiempo dirá si son artistas. De cualquier manera, Estados Unidos adora a Emily: es un país cuya cultura pop tiene una fascinación particular por los niños estrella.

Emily toca a Mozart y Chopin, blues, jazz, boogie y empezó a componer alrededor de los tres años de edad; tiene más de 100 canciones, estudió con Emilio del Rosario del Music Institute de Chicago (MIC), con Mary Sauer de la Chicago Symphony Orchestra, y estudia improvisation de jazz con Alan Swain. Tiene muchos fans. Una de sus fans más famosas es Ellen DeGeneres. En 2007 la invitó dos veces, y lo hizo también en enero de este año. Volvió a hacerlo la semana pasada, y se encontró con una sorpresa: la niña le tenía preparado un regalo. Se trataba de la canción “Once Upon a Wish” (instrumental, al piano) y se la presentó así: “Es una canción para vos, para tu boda. Te la quería dar porque se llama ‘Había una vez un deseo’, y te la quería dar porque el deseo que pediste se cumplió”. Ellen no lloró, pero estuvo a punto: hay que recordar que la comediante y conductora es una de las pocas que pudo casarse con su pareja, la actriz Portia de Rossi, bajo la difunta ley de matrimonio para personas del mismo sexo del estado de California.

La aparición de Emily en el programa de Ellen saturó los blogs de la comunidad en Estados Unidos: todos dicen que usarán la canción para sus matrimonios, cuando los tengan de vuelta —la recuperación del derecho es el objetivo actual— o para sus ceremonias de domestic partnership, una forma legal muy parecida al concubinato que, hay que recordar, el estado de California conserva intacta. El tono de los comentarios es de alta emoción, del tipo “los niños son el futuro, dejemos que ellos nos guíen” o “no entiendo cómo Ellen no empezó a llorar a los gritos”. El disco de la niña, que se llama igual que la canción, salió a la venta el martes pasado, y se consigue en venta directa desde su website. La discusión está abierta: ¿la niña, a través de sus managers y padres, se está haciendo camino en un nuevo mercado? ¿No se está pasando de cursi todo? Por otro lado, la piedra del escándalo en la previa al triunfo de la Propuesta 8 fue un contingente de chicos de primer grado que asistió al casamiento de su maestra en octubre de 2008; los que apoyaban la Propuesta 8 hablaron de “adoctrinamiento” y mintieron ampliamente, dando a entender que los niños fueron obligados a asistir a la ceremonia. Entonces, la jugada de Ellen es inteligente: mostrar que una niña no sólo se muestra totalmente cómoda con el hecho de que ella esté casada con una mujer, sino que le escribe una canción. Es un poco raro, como siempre suelen ser las participaciones de niños en asuntos de adultos, sobre todo cuando es una “niña prodigio”, es decir, una niña que ya se mueve en un mundo de adultos, que llama la atención porque puede tocar el piano como una persona grande. Al mismo tiempo, es importante: los chicos fueron el gran fantasma agitado por la derecha religiosa, y es un sacudón que desde la televisión, y desde un programa tan popular como el de Ellen, aparezca una niña hablando del casamiento gay con naturalidad. Otro debate más para la interminable resaca de la Propuesta 8 que, por lo menos, ha obligado a los involucrados y los interesados a discutir y pensar.

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