Viernes, 3 de junio de 2016 | Hoy
LIBROS
Dos colecciones editoriales juveniles incluyeron entre sus novedades libros donde la transexualidad es el eje. Se repite el bullying, la falta de entornos que contengan y una mirada que no se aleja del binomio. Lo novedoso: no se habla de enfermedad, no vienen con manual solapado y escuchar es la clave para entender.
Por Matías Máximo
George, de Alex Gino
Nube de tinta, Penguin Random House
Toda similitud con los relatos de infancia trans que se visilibilizaron en Argentina no es coincidencia: la niñez es una etapa como otras y empieza a ser contada y publicada. A los diez años, George se esconde para ver revistas de moda adolescente, juega con la ropa de su madre y siente rechazo por su pene y el corte de pelo que lo obligan a usar. El mundo puede ser un lugar injusto y le toca aprenderlo cuando va al baño, cuando hace la fila en el colegio y cuando se tiene que vestir, porque a su alrededor las cosas fueron pensadas por y para heteros y no falta un compañerito o maestra que se lo recuerde. George no es una novela didáctica sobre cómo educar a un niño que dice que su identidad es diferente a la asignada. Tampoco un relato donde la frustración venga edulcorada con un rompecabezas feliz donde todas las piezas encajan. ¿Qué clase de lector proyecta este libro? La estructura simple y el hecho de estar en una colección juvenil hace pensar que ese es su público, aunque la llegada de este y otros títulos a manos de lectores de su generación depende sobre todo de la voluntad de los entornos. La madre soltera de George hace lo que puede para que él y su hermano sean felices y llega a la conclusión de que lo que mejor es escuchar. Fuera de la casa, la escuela aparece como un caldo de cultivo de comparaciones y competencias que oprimen, donde la felicidad existe pero siempre está del otro lado. El maestro ignorante de Jaques Ranciere le preguntaría a George para aprender juntos. Acá la maestra baja línea: banaliza los deseos del niño porque es chico para saber lo que quiere. Un pequeño afiche en el escritorio de la directora, que habla de infancias trans, será el faro donde George verá una oportunidad.
La narración, que es omnisciente, tiene guiños: los géneros de las palabras no se atan al nombre propio y aparecen oraciones como esta: “Segura que estaba sola, George entró en la habitación, abrió la puerta del armario y observó el montón de peluches”. George, o mejor Melissa, como le gustaría que la llamen, se presenta como “un libro para aprender a aceptarnos como somos”. Quedan ganas de saber qué tipo de comentarios haría Lulú, que a los tres años repitió que era una nena hasta conseguir que la escucharan.
El arte de ser normal, de Lisa Williamson
Cross Books, Planeta
Una vez por semana, frente al espejo, David se inspecciona el cuerpo y cada centímetro que le crecen las manos y los pies parece un castigo: “A veces pienso que es lo que más odio, tal vez incluso más que mis genitales, porque están siempre ahí, siempre expuestos”. David tiene 14 años y de pequeño sentía las conversaciones que decían que “ya se le pasaría” y que estaba “en una fase”, o que a lo sumo era gay y eso no era tan malo porque la sociedad empezó a aceptar. El caso es que no: David no quiere ser David, se siente una chica, lo cuenta en primera persona y todo lo que lo rodea empieza a complicarse. El refugio que se construye es un mundo interno donde la vida se hace por lo menos soportable “hasta que pase algo”. Y pasa. Un día conoce a Leo, un chico trans cuya identidad nadie se entera porque está invisibilizada y resulta más cómodo así. Leo será la caja de pandora trans de David. El título es una ironía sobre lo que el libro tensiona: “El arte de ser normal”. Porque en la trama lo normal es un sacrificio y lo anormal se presenta como una forma habitable donde las reglas son flexibles. En la cubierta, una silueta rosa con pollera parte en dos una silueta azul de pantalón, aunque no es lo que pasa en la historia: David no se destruye para ser otra persona, no tiene un “cuerpo equivocado” sino uno donde no se siente cómodo. Si entre las definiciones de identidad aparece “eso que se hace para ser quien se desea ser”, este adolescente se hará con las herramientas que tiene a mano. La autora, Lisa Williamson, trabajó en el Servicio de Desarrollo de Identidad de Género, un centro de salud británico para jóvenes trans donde escuchó los relatos que alimentaron a sus personajes. El escenario de la historia es una escuela inglesa y quizá eso aleja de lo que significa, más acá, la exclusión, por lo menos doble si a lo identitario se suma lo económico. ¿Qué pasaría si una historia así se diera en un barrio de González Catán? ¿Y si la trans de 14 años cae en la prostitución para comer? Las preguntas se multiplican, pero quitando lo trans por un momento, y volviendo a un mundo editorial donde los vampiros son tendencia, “El arte de ser normal” es un libro de iniciación de lectura rápida, que no problematiza demasiado pero es verosímil en lo que cuenta.
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