Viernes, 17 de junio de 2016 | Hoy
¡OHDIOS!
El Papa pidió averiguar las causas profundas de semejante acto de violencia. Le ofrecemos una pista: ¿qué tal el odio ancestral que el cristianismo fomenta aún hoy contra las personas lgbti?
Por Alejandro Modarelli
A raíz de la masacre contra gays en Orlando, el papa Francisco anheló que “las causas de esta violencia horrible y absurda, que altera profundamente el deseo de paz del pueblo estadounidense y de toda la humanidad, puedan (...) combatirse eficazmente y lo más rápido posible”. El atacante, según su propio padre, se escandalizó hace poco porque vio dos hombres besándose “delante de su hijo”, algo que lo une en sensibilidad al mismo papa, a Isis, a Donald Trump, a los evangélicos americanos y también a los foristas, por ejemplo, de diarios argentinos. El asesino, podríamos decir, no estaba sino haciendo realidad los sueños clandestinos de una considerable parte de la humanidad.
Es cierto que el papa debe buscar las causas profundas de la masacre de Orlando, que él dice querer encontrar con afán, pero de las que no se hace cargo, en el odio ancestral contra nosotrxs, que la mayoría de las iglesias, religiones, discursos clínicos en sepia y derechas promueven de manera abierta o clandestina, y a causa de cuya prédica el asesino cree haber cumplido con leyes no escritas. No obstante, la escena del crimen no debería leerse apenas como producto de una loca subjetividad, sino también como otro síntoma del capitalismo tardío, donde muchos jóvenes occidentales (de ascendencia árabe o no –recuerden otras tantas masacres como la de Noruega–) sin horizonte moral épico universal sienten que “la casa está amenazada” o que se ha perdido, y selfies mediante, como aventureros que buscan inscribir su nombre y su rostro en las imágenes de la actualidad, compran el arma facilitada por el lobby afín, o migran a lejanos campos de batallas compensatorios, y la emprenden contra el objeto de la supuesta difusa causa del orden perdido.
Busquen, señor papa, señores Obama y Trump, precisamente en ese odio ancestral, en el desbarajuste global que trajo el orden capitalista estas últimas décadas; en esa anomia de la época y la pelea por el reconocimiento social “las causas profundas” que con tanto anhelo dicen querer combatir.
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