Viernes, 5 de agosto de 2016 | Hoy
SERIE ONLINE
Sin tierra entre las uñas ni olor a podrido, los zombies de The Returned (Netflix) desafían algunos lugares comunes del género: los que regresan son los muertos que amamos y no vienen a comer cerebros, sino a integrarse a la mesa de la tan mentada normalidad.
Por Magdalena De Santo
Los primeros zombies, hijos del magistral cineasta bizarro George Romero, eran unos monstruos torpes, de vestiduras rasgadas y con la piel color verde podrido sin capacidad de hablar ni razonar. Eran –y muchas veces son– relativamente fáciles de engañar y aniquilar en su dimensión individual. Metáfora exquisita. El peligro siempre fue la horda. Los hambrientos en multitud, la masa volcada al movimiento, una inercia colectiva en busca de cerebro. Pero los zombies, como la historia audiovisual, evolucionan. Empiezan a socializar, a enamorarse, a decir algunas palabras, incluso a ser abiertamente putos como Otto, el zombie hermoso de Bruce LaBruce. Walkindead acaso sea la serie más popular –reduccionista y boba del subgénero– pero una nueva versión de los muertos que regresan, con fecha de estreno este año, se encuentra en Netflix. La hipótesis de The Returned –basada en la serie francesa Les Revenans– encierra un núcleo siniestro fundamental. Son los muertos amados y amables los que vuelven. Sabemos de su expiación simplemente mediante el enunciado performativo de la serie, “estaba muerta” pero no hay índices en el cuerpo del paso de la parca. No hay sangre, ni mal olor, ni dientes podridos, ni tierra entre las uñas. Y por eso se coge con el muerto, o se baña y arropa al niño muerto.
La serie tiene sinuosidad a veces un tanto chata entre las historias de los retornados, pero se sostiene en base a ese corazón narrativo demasiado potente: aunque no parece, están muertos, y eso, nuestra cabeza no lo soporta. El niño con la marca de inocencia en la piel, ese niño de apariencia normal tiene la mirada inquietante. El niño funciona como proyecto de transferencia. Su sed, una madre. El niño tiene emociones de niño, no de muerto. La nueva amiga/madre lesbiana por afección maternal o ese lado del deseo lesbiano, ese reverso que disfruta del cuidado de los otros de modo particular, lo adopta. Ella, la torta marcada por herida de un cuchillo femicida después de un beso de lengua, ella, la torta noviera de una policía fastidiosa que solo se imagina que el sexo es oral o no será, ella, podría liberarlo. Pero la clave no es la trayectoria de cada personaje. El problema es que los distintos retornados son obedientes a sus redes afectivas. Son manipuladores como los vivos. Tienen hambre pero de hamburguesas, ya no de cerebro. No duermen pero atienden a la norma social de estar acostados por las noches. Andan solos y quieren ser parte de una sociedad que los integre. Su afán, la normalidad. Su sueño más intimo, ser amados. El otro extraño se parece demasiado a mí. Y así las modalidades del capitalismo cognitivo vuelven a las historias de los zombies. Personales, bien parecidos, distinguibles, y únicos, los retornados nos recuerdan que la voracidad, ahora, es por el status. Y se pelea de a uno.
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