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Viernes, 12 de diciembre de 2008

GLTTBI

Calladitas, calladitas

 Por Yuderkys Espinosa

Esta semana terminaron los 16 días de activismo en contra de la Violencia hacia las Mujeres. A propósito de ello surgieron estas reflexiones. ¿Cómo será una violencia sin rostro? ¿Una que no se enuncia?

Hay violencias que no son dignas de estadísticas, ni de campañas, ni de forma alguna de denuncia. Violencias que no cuentan porque no hay episodio eventual a registrar, ni marca corporal identificable como tal... violencias sin victimarios. Qué violencia es esa que no puede traducirse a números, a nombres en una lista, que no puede documentarse en informes policiales, de salud, de derechos humanos, de Naciones Unidas. Qué violencia es la que no cuenta porque no hay cadáver, ni cuerpo inmóvil, no hay quien la atestigüe.

Hay violencias así, que más desearían gozar del privilegio de la enunciación, de la querella, que mejor desearían el lugar inhóspito del registro, de la cuenta, del espanto.

Así hay violencias de todo tipo, importantes violencias a delatar, a castigar, a invocar en leyes, en panfletos y pancartas. Violencias hay de todo tipo, se las ha enumerado, se las ha hecho visibles, han mostrado sus rostros, sus síntomas, sus secuelas, sus mártires cotidianos. Tanto empeño hemos puesto en identificarlas, clasificarlas, delinearlas, incluirlas y hoy, entonces, más que nunca, así evidentes, así a los ojos. Acreditada su existencia, han expandido el lamento por su horror, la dignidad de quienes la padecen, voces que se han elevado por ellas.

Sin embargo... ay, qué violencia que ni el ojo más entrenado cuenta, qué violencia la difícil de aprehender. La que no tiene historia, ni relato. Tomada como ventaja, la invisibilidad parece proteger más que violentar a las lesbianas. Pero qué estrategia es esa de sobrevivencia, que naturalizando la vida clandestina evita la marca en la piel, el charco de sangre, el cuerpo amoratado, el golpe, el puñetazo en la cara... la violencia que cuenta. La que te piden en la comisaría, la que te pide el Estado, el juez, como prueba de violencia padecida.

Condenada en la invisibilidad, autoinfligida, condenada al no cuerpo, maestra de las artimañas, del escondite, de la inexistencia, las lesbianas nada denuncian, nada dicen, nada muestran sobre su forma particular de violencia. A ellas no las calla el palo, no las amedrenta la paliza... acostumbradas están, ya de eso no necesitan (o casi). Se callan solitas.

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