El canal de cable norteamericano Showtime está preparando un reality show llamado Way Out que consistirá en seguir la vida de gays y lesbianas dentro del closet. Pero amén de querer escarbar en los recovecos de quienes viven tapada su sexualidad y hacen de la discreción un culto, la verdadera finalidad parece ser mostrar la reacción de sus familiares y amigos al enterarse de que son homosexuales. Infaltable clímax dramático que promete momentos conmovedores, cuando no gestos desencajados, lágrimas y reproches varios, en lo que a esta altura parece ser un lugar común de este tipo de programas, tan interesados por ceñir el factor sorpresa a transformaciones de diversa índole. Y si bien en Way Out no se prometen cirugías múltiples ni fashion emergencies, ni siquiera un ojo queer que le indique al homosexual novato cómo manejarse en un mundo en que ser gay ya no debería ser motivo de escándalo para nadie, el morbo que a priori promete el programa nos anticipa la salida del closet como un hecho que aún conserva un costado trágico, fuente de conmoción y de incómoda sorpresa. ¿Si no qué sentido tendría hacer un programa como éste? ¿Qué sentido tendría documentar la salida del closet de gays y lesbianas más o menos timoratos si no es para encontrar allí un caudal de emociones, listo para ser tragado con la infaltable dosis de corrección política? Que sea Showtime, un canal ampliamente reconocido por su posición gay friendly, creador de series como Queer As Folk y The L Word, el que acometa este proyecto, acaso nos asegure cierta cuota de seriedad y de respeto en el tratamiento del tema. Pero nada está asegurado en un formato tan codificado como el reality, cada vez más engolosinado en no ocultar lo guionados que pueden estar los programas y lo rentable que muchas veces es actuar el dolor, capsulitas de lágrimas mediante, toda vez que los ojos secos no le sirven a nadie.