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› Por Martín Araujo *
Tenía dieciocho años cuando vi, por primera vez, reproducciones de dos hombres besándose, tocándose, chupándose.
Escena 1 Suena rarísimo, escribir esto en tiempos de masivo acceso al porno más duro jamás imaginado. Pero así es mi historia: las primeras fotos de dos tipos curtiendo las encontré por casualidad en un rincón de la facultad donde hacía el CBC: una revista desvencijada que seguro sirvió de motor a la imaginación de algún otro pobre estudiante. Un par de meses después, compré mi primera película XXX en un subsuelo de Lavalle donde convivían en armonía dildos y tatoos. Poseía un mediano conocimiento sobre cintas héteros y tenía alguna que otra escondida en mi casa. No sabía nada de hombres con hombres. Elegí el vhs mientras hacía que miraba atentamente tapas con tetas. Terminé optando por el más barato que no era el que más me gustaba. Mis papás estaban de viaje y pude disfrutar de mi primera peli gay sin problemas. Y masturbarme abundantemente, claro.
Escena 2 No recuerdo haber inventado muchas novias. La ambigüedad de mis relatos, me permitía entrar y salir del tópico generalmente sin problemas. Pecado de omisión, en todo caso. Nadie es feliz mintiendo: al menos yo no lo era.
Y un buen día me enamoré de un chico y me animé a ese juego. Y se ve que se me notaba en la cara porque en mi casa empezaron a preguntar. Y dieron por sentado que mi corazón era de una chica. Y yo callé. Hasta que la mentira llegó muy lejos. Entonces les pedí a mamá y papá que nos sentáramos a hablar.
Escena 3 A los veinte años mis pelis preferidas eran My own private Idaho y Happy together. Mis papás no habían visto esas cintas. Pienso ahora que si ellos las hubieran visto me habrían facilitado las cosas. La cosa, en singular: que yo estaba enamorado de un muchacho y que me gustaban, por extensión, los muchachos en general. Así se los hice saber en una lengua balbuceante.
En la historia del coming out no faltan gritos, expulsiones, palizas. Me era imposible no fantasear con ese escenario. Nada de eso pasó, hubo llanto, abrazo, necesidad de explicación. Mi mamá esbozó varias teorías aunque sólo una me quedó especialmente grabada. La culpa era de la tele, del cine que me quedaba a ver por cable en las madrugadas: eso me había enfermado la cabeza.
Pero ya no había nada que hacer. Y pensar que aún no había visto Querelle.
* Escritor y periodista, publicó Cantata (poemas) Ed. Macedonia, 2008.
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