Viernes, 16 de enero de 2009 | Hoy
Elton John tardó veinte años en salir del closet pero eso no impidió que fuera, desde el principio de su carrera, antes incluso de encandilar con su vestuario bizarro y colorido, una superestrella gay capaz de producir canciones pop inolvidables. Ahora, ya formalmente unido con su marido, sus canciones han perdido sensibilidad para cargarse de sentimentalismo. Sin embargo, sus aires de diva y su ánimo de tía colérica y algo loca le siguen sirviendo para proteger a músicos de peso y también para obligar a poner en la agenda temas como el vih/sida con el que este lord inglés con plumas está profundamente comprometido. Razones suficientes para ver su show, el próximo 22, en la Bombonera.
Vuelve Elton John para tocar en el estadio de Boca Juniors, y lo más comentado son sus requerimientos de divo. Arreglos florales de orquídeas y rosas en todas las habitaciones que usará, agua mineral Evian (¿qué será lo tan increíble de Evian?), diarios locales además del New York Times y el USA Today, cincuenta perchas de madera para su ropa y vestuario, cuatro palmeras (mini, suponemos), ficus, plantas verdes de dos metros, floreros con cinco rosas rojas y dos blancas cuyos tallos no deben exceder los 112 milímetros. Requerimientos a la Elton al fin, uno de los músicos más famosos de la historia del pop, una leyenda viva; y una leyenda que tiene que seguir alimentando su status con detalles excéntricos de este tipo, porque de excentricidades construyó su imagen desde los comienzos en 1969 y su primer gran éxito en 1970, cuando impresionaba al mundo con su piano —en un mundo de pop y rock dominado por guitarras— y su versatilidad para escribir canciones que se convertían en clásicos instantáneos. Elton John fue el músico que llevó la balada pop melódica, delicada y emocionante, a lo más alto (en términos de popularidad y de calidad). Hoy, sus canciones ya no son lo que eran, y hay críticos convencidos de que Elton destruyó con su propia mano lo que supo construir, bastardeó la balada al piano pasando de la sensibilidad al sentimentalismo. Hay algo de cierto en la crítica, aunque ocasionalmente todavía sorprende con canciones que ilusionan.
Pero sucede que Elton John es importante por algo más que su carrera como músico, una carrera exitosa hasta el paroxismo: para dar una pequeña idea, entre 1970 y 1996 se las arregló para tener un single en el Top 40 de EE.UU. cada año. Y en total vendió, se calcula, unos 200 millones de discos. Elton John es un icono cultural, además, porque es —junto a Freddie Mercury— la gran superestrella gay. Y esto aunque Freddie nunca haya salido del closet formalmente, y aunque Elton tardó veinte años en hacerlo e incluso estuvo casado con la ingeniera de sonido alemana Renate Blauel en 1984 (un matrimonio que duró cuatro años y se diluyó en gran amistad). Las formalidades a veces no son necesarias, y la sensibilidad sobrepasa lo que se dice oficialmente en la vida pública. Un ejemplo: en 1972, Elton John lanzó su disco Don’t Shoot Me I’m Only the Piano Player. La canción más linda de ese disco era una balada llamada “Daniel”. La letra no era de John: era de su gran colaborador de entonces, Bernie Taupin. Y decía: “Daniel viaja esta noche en avión/ Puedo ver las luces rojas de la cola saliendo hacia España/ Oh, y puedo ver a Daniel saludando con la mano/ Dios, parece Daniel, debe ser que mis ojos se nublan/ Dicen que España es hermosa, aunque nunca estuve ahí/ Bueno, Daniel dice que es el mejor lugar del mundo/ Y debe saberlo, ha pasado ahí mucho tiempo/ Dios, extraño a Daniel, lo extraño tanto”. En 1972, Elton John todavía no se había hecho famoso por su vestuario bizarro y colorido, por sus modos de tía colérica y algo loca, y era apenas un popular músico de 26 años, algo excedido de peso, bajito, de grandes anteojos y el pelo debilucho. Ya había escrito dos clásicos, y los dos bastante ambiguos: “Your Song” y “Tiny Dancer”. Pero “Daniel” era diferente. ¿Qué hacía cantándole con tanto anhelo y ternura a otro hombre un músico presumiblemente heterosexual? Faltaban cuatro años para que Elton le diera una entrevista a Rolling Stone en la que confesaría su “bisexualidad”, haciendo la salvedad de que “todos somos bisexuales en algún punto”. “Daniel”, en fin, dijo lo que Elton no quería o no podía decir entonces. Y tiene ese toque de viaje a España que insinúa al amante exótico, a los cuerpos más libres bajo el calor (una imagen estereotipada a causa de su buen clima, claro, porque de libertad, poco: España entonces estaba bajo el franquismo). En su momento, el público quedó tan confundido que hasta se especuló con que Elton John o Bernie Taupin habían perdido un hermano o un amigo en un accidente de avión. Pronto se supo que no era el caso, y la confusión volvió a reinar. Enseguida, Bernie Taupin salió a explicar que la canción había sido inspirada por la visión furtiva de un extraño, un veterano de guerra ciego en un aeropuerto. Ahora, por qué la voz cantante “lo extrañaba tanto”, eso Taupin nunca lo explicó. Era como si el letrista estuviera interpretando los deseos y las experiencias de su compañero de fórmula. Otros clásicos también eran deliberadamente ambiguos: “Your Song”, de 1970 (primer gran éxito), con toda esa orquestación que después sería marca registrada y ese clímax musical, decía: “Es un poco extraño esto que siento en mi interior/ No soy de los que saben ocultarlo fácilmente/ No tengo mucho dinero pero, chico, si lo tuviera/ te compraría una casa en la que los dos pudiéramos vivir... Pero mi don es la canción, y ésta te la regalo/ Y podés decirles a todos que ésta es tu canción/ Puede ser muy simple, pero ahora que está terminada/ Espero que no te moleste, espero que no te moleste/ Que haya puesto en palabras lo maravillosa que es la vida porque estás en este mundo”. Sí, es la letra de una canción de amor bastante convencional. Pero para los que la escuchaban entonces, había pistas: al autor “le cuesta ocultar” lo que siente, es “extraño”, espera que al otro su declaración pública “no le moleste”, dice “boy” (chico), que en el inglés de las islas británicas se usa como una interjección pero, bueno, ¡qué sugestivo! A la mayoría no le pareció tan sugerente en su momento, y hace poco “Your Song” fue la declaración de amor de Ewan McGregor a Nicole Kidman en Moulin Rouge (por lo demás, una película ultra queer, porque es un musical, porque es un melodrama, y porque se cantan canciones de Elton y Madonna).
La cuestión es que Elton John recién le dijo a la prensa que era gay en los años ‘90, cuando se enamoró de David Furnish, su pareja y compañero legal (hicieron uso de la unión civil en 2005). Pero en la industria y entre sus pares se lo conocía desde hacía años por un sobrenombre que le puso su amigo Rod Stewart: a Elton, de entrecasa, le dicen Sharon. Muchos creen que se tomó demasiado tiempo para hacer la confesión pública. Otros creen que no hacía falta hacerla, porque era obvio. Es la eterna discusión del closet y los artistas o los hombres públicos, una discusión que cada vez que parece superada vuelve con más fuerza. El propio Elton John reconocería más tarde que tenía miedo de decir que era gay por lo que podría pasarle a su popularidad; y que ese miedo lo llevó a casarse algunos años después de la declaración de bisexualidad.
Elton John nació como Reginald Kenneth Dwight en 1947 en Middlesex, Inglaterra. Su familia era muy pobre, y vivía en una casa del gobierno: una típica situación de posguerra. Su padre era trompetista, y lo anotó en lecciones de piano a los tres años. A los 15 ganaba dinero con sus composiciones. Para 1969, cuando logró grabar su primer disco, ya usaba su nombre de artista, mucho más atractivo y sencillo que ese estrafalario Reginald original. Para esa época conoció a su socio musical Bernie Taupin, con quien trabajó hasta 1977 (ahora vuelven a colaborar ocasionalmente): juntos editaron canciones que son verdaderos standards como “Goodbye Yellow Brick Road” (1973), “Don’t Let the Sun Go Down on Me (del muy glam disco Caribou) o, por supuesto, “Candle in the Wind”, una canción de admiración y devoción (e identificación) para Marilyn Monroe (que el propio Elton reutilizaría años después en ocasión del funeral de su gran amiga Lady Diana Spencer, con la letra cambiada). Al mismo tiempo, Elton se convertía en un artista único en sus shows en vivo: eran los años del glam, todo el mundo del rock y el pop apelaba al brillo y al escándalo, pero nadie lo llevaba al extremo de Elton, que se veía forzado a apelar al humor antes que a la sensualidad, porque su físico no era, digamos, el de David Bowie. Así que usaba esos grandes anteojos —algunos pares costaban 5 mil dólares y se encendían con las letras de su nombre—, usaba disfraces de Mozart, del Pato Donald, de la Estatua de la Libertad, de Ricitos de Oro, de pollo gigante, de cowboy, de dama victoriana —se travestía seguido y con gran placer—, de lord ataviado con plumas de avestruz. Todo su guardarropa es una explosión de exceso y color, donde usa los pasteles para tomarle un poco el pelo a la realeza y a su propia condición de Lord (fue nombrado Caballero en 1998, y lleva el título orgulloso “porque mucha gente cree que la realeza es una cosa innecesaria y privilegiada, pero bueno, es muy inglesa, y yo soy muy inglés, para bien y para mal”), y los brillos y las estrellas para realzar su propia condición de luminaria. Sobre el escenario, en los ‘70 y los ‘80 —desde los ‘90 está un poco más conservador, dice que porque ya es un hombre grande—, era toda una experiencia. Detrás del escenario no se privaba de nada. En 1976 se compró el club de fútbol del que era hincha, el Watford, y también se convirtió en su director técnico. Al mismo tiempo se lanzó de lleno a los excesos. Suele decir que sus adicciones —a la cocaína y el alcohol, sobre todo— y su desorden alimentario —la bulimia— se descontrolaron por completo en los años ‘80. “Cada vez que cruzo en avión sobre los Alpes o cualquier otra cadena de montañas nevadas, pienso: ‘Esa es la cantidad de cocaína que tomé’”, dijo alguna vez. Pero fue recién en 1990 cuando ingresó a un centro de rehabilitación. “Y no era uno de esos con pileta y spa, como los que usan las celebridades en Los Angeles. No. Era un hospital con un régimen muy duro en Chicago. No entiendo ese deseo de ‘sentirse bien’ cuando uno tiene que combatir un problema tan serio. Yo estaba, de verdad, en el fondo. Me tomó 16 años de alcoholismo y adicción a la cocaína darme cuenta de que tenía un problema, y que necesitaba ayuda.” Elton John salió de la rehabilitación con una idea clara. Dijo: “Quiero vivir la vida más normal posible para una persona en mi posición, y quiero tener algo que ofrecer a los demás”. Y las cosas empezaron a ser diferentes. En los ‘80 logró hits enormes (“Nikita” de 1985, “Sacrifice” de 1989, “A Word in Spanish” de 1987), pero las canciones ya no eran tan buenas; no obstante, sus cuentas bancarias rebosaban. En los ‘90, el estado de las canciones no mejoró mucho, pero Elton John creció por otros costados. En 1992 fundó la Elton John AIDS Foundation, que se ocupa básicamente de informar sobre la vida con el virus y ayudar a los que sufren discriminación (además de juntar dinero para propósitos diversos, que incluyen prevención e investigación). Cada año organiza un baile espectacular para juntar dinero, cuya asistencia es de rigor para la crema de los ultra famosos y siempre cierra con una subasta en la voz de su amigo, el enorme actor y escritor Stephen Fry. Además se manifestó públicamente en contra de las religiones, especialmente la católica, cosa que le costó más de un dolor de cabeza. Y si ya no podía hacer grandes melodías, se decidió al fin a tratar la cuestión gay en las canciones, ya sin vueltas. Así, en 1992, incluyó “The Last Song” en el disco The One, una canción muy triste sobre un hijo que se está muriendo de sida y recibe la visita de su padre: “Ayer viniste a levantarme/ Yo era tan liviano como una paja y estaba tan tembloroso como un pájaro/ Hoy peso menos que la sombra en la pared.../ Necesito tus manos para calmar mi bronca/ Porque nunca pensé que perdería, siempre creía que iba a ganar/ Nunca pensé que sentiría este fuego bajo la piel/ No puedo creer que me ames/ Nunca creí que vendrías/ Creo que juzgué mal el amor entre un padre y un hijo.../ Las cosas que nunca nos dijimos al fin cierran/ La verdad oculta ya no me tortura”. Casi diez años después, en 2001, le dedicó una canción a Matthew Sheppard, el joven asesinado en un crimen de odio en Wyoming; el tema se llama “American Triangle”, está en Songs from the West Coast, una vez más lo acompaña como colaborador Bernard Taupin y agrega voces su protegido, el abiertamente Rufus Wainwright. Dijo Elton sobre Rufus: “Lo admiro porque hay que ser muy valiente para ser un artista fuera del closet desde el principio. Yo no pude hacerlo” (hace poco, Elton ayudó a Rufus con su problema de adicción a la cristal-meth; lo ayudó con la internación y, después, con la vida sobria).
En los últimos años, Elton se dedicó además a provocar y a obligar a pensar. En 2002 tocó junto a Eminem, artista que en ese momento era acusado de homofóbico por los voceros de la comunidad gay. “Acepté y quise cantar con él porque no estaba de acuerdo con lo que se decía. Antes ya lo había hecho con Axl Rose, a quien también atacaban. ¡Y tocamos juntos en un concierto homenaje a Freddie Mercury! Escuché el disco de Eminem, me hizo reír, me hizo contener el aliento. Creo que como compositor y letrista es extraordinario. Creo que es un genio, un artista enorme, y tiene mi apoyo. Y creo que la comunidad a veces se pone demasiado susceptible y no ve el valor artístico de algunas expresiones. Conocí a Eminem y no me pareció homofóbico en lo más mínimo. Me pareció inteligente y encantador. Pasamos tres días juntos. Nunca hubiera trabajado con él si fuera una mala persona.” Glaad, no obstante, se enojó con Elton e hizo pública la desaprobación. Ahora mismo, la comunidad de EE.UU. también está ofendida con Elton John. Es que le preguntaron sobre la Propuesta 8 y el casamiento gay, y Elton no eligió la salida diplomática. Dijo: “David y yo no estamos casados. Dejemos eso claro. Tenemos una unión civil. Lo que está equivocado, en mi opinión, acerca de la Propuesta 8 es pedir el casamiento. La palabra va a molestar a mucha gente. Tiene connotaciones religiosas. Yo no quiero casarme. Estoy muy feliz con mi unión, que me da exactamente los mismos derechos reales que un matrimonio. Si las personas gays quieren una unión formal, deberían elegir este camino. Que los heterosexuales se queden con el matrimonio”. Cayó mal. Para muestra, basta el comentario de un usuario en uno de los sitios web que reprodujeron las declaraciones: “¿Sabés lo que te pasa, Elton? Que te odiás a vos mismo, cosa que queda clara porque hacés dúos con tipos homofóbicos como Eminem o Axl. Sos una vergüenza para la comunidad, un vendido y sólo saliste del closet ahora que es fácil y seguro, porque ya sos rico”. La gran mayoría de los ataques son así; también le dicen viejo gagá. A Elton no le importan mucho. Parece creer que su misión está cumplida, y que tiene derecho a pensar lo que quiera.
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