Viernes, 6 de febrero de 2009 | Hoy
ES MI MUNDO
Mientras los diarios del mundo la presentan como fenómeno o emblema de futuras igualdades —“la primera ministra lesbiana de la historia”—, Johanna Sigurdardottir se dispone a enfrentar la crisis mundial que ya explotó en Islandia, un país donde la sexualidad de la ministra querida por una amplia mayoría no es tema de discusión, ni de asombro. ¿Dónde queda Islandia? ¿Cómo hay que hacer para llegar?
Por Mariana Enríquez
Hasta hace apenas seis meses, según calificación de las Naciones Unidas y de otros organismos internacionales, Islandia era uno los mejores lugares para vivir. De hecho, ayer nomás, en 2007, la ONU lo calificó como el país más de-sarrollado del mundo, y el coeficiente GINI, que mide la desigualdad, determinó que Islandia estaba primero entre los países con menor diferencia entre pobres y ricos. Un país próspero y tolerante, sin ejército, que edita más libros per cápita que cualquier otro Estado del mundo. Un país privilegiado. Aunque quizás un territorio complicado para quienes detestan el frío: en la isla nórdica, muy cercana al Polo Norte, un verano excepcionalmente caluroso alcanza picos de 14 grados. Una vez, sin embargo, sufrieron 30 grados: fue en el estío de 1939. Un mal invierno, por su lado, puede llegar a 38 grados bajo cero. Islandia también puede ofrecer dificultades para las personalidades gregarias, dada la vida social escasa: todo el país tiene apenas 320 mil habitantes, y 120.000 viven en la capital, Reykjavyk. La mayoría de la población vive en la costa, porque el interior, pura arena y montañas, es inhabitable. ¿Y qué más se sabe de Islandia? Se sabe de la belleza de sus géiseres y del nerviosismo de sus volcanes, que sin embargo producen la energía geotérmica que permite la calefacción de cada hogar islandés por un costo bajísimo. Se sabe que Jorge Luis Borges amaba su literatura medieval, sus sagas, y al poeta, historiador y político Snorri Sturluson (tradujo la primera parte de su Edda Menor al español con el título de La alucinación de Gylfi); que dedicaba los fines de semana al estudio del islandés y que escribió para la isla poemas como “Islandia”, de Historia de la noche (1977): “Qué dicha para todos los hombres/ Islandia de los mares, que existas./ Islandia de la nieve silenciosa y del agua ferviente. Islandia de la noche que se aboveda/ sobre la vigilia y el sueño”. Es el país natal de Björk, y logró imponer sobre los oídos internacionales a grupos excéntricos como Sigur Ros. Hasta octubre del año pasado, todo lo islandés parecía único, remoto y flotando sobre la placidez del bienestar nórdico.
Pero mientras los países centrales veían caer bancos y la crisis crediticia amenazaba con alcanzar números negativos nunca vistos, desde Islandia llegó una señal de alarma que indicó la gravedad de la crisis financiera: el primer ministro Geir Haarde anunció casi tímidamente que su país estaba en bancarrota y que necesitaba ayuda. En Gran Bretaña, país que tiene fluido intercambio económico con Islandia, el premier Gordon Brown tomó una decisión muy criticada: usando una ley antiterrorista —aparentemente, el único instrumento legal al que podía echar mano para su objetivo—, congeló los fondos del banco islandés Landsbanki. Eso, según los islandeses, profundizó aún más la crisis, además de ofenderlos con la acusación absurda de terrorismo. Time resume así la caída, que incluye en su Top 10 de colapsos financieros de 2008: “Tres grandes bancos, 300.000 habitantes y liquidez cero. No es tan frecuente que la riqueza de un país desaparezca de un día para el otro. Pero sucedió en Islandia cuando su moneda, la corona, entró en caída mientras los inversores se esfumaban. Sus billones de dólares de deuda en euros se volvieron impagables. En el medio quedaron atrapados ahorristas británicos y alemanes, que habían sido atraídos por las altas tasas ofrecidas por los bancos islandeses. El FMI proveerá 2,1 billones en préstamo, y otros 2,5 vendrán de las arcas de Finlandia, Suecia, Noruega y Dinamarca. Islandia incluso está hablando con los rusos para pedir ayuda”.
A la crisis económica le siguió, como suele suceder, una crisis política, acompañada por 16 semanas ininterrumpidas de protestas callejeras de islandeses que pedían la renuncia del gobierno. El primer ministro finalmente renunció a su cargo el 26 de enero pasado. El Parlamento islandés, llamado Althingi, entró en sesiones y formó un gobierno minoritario de transición, integrado por el Partido Socialdemócrata y el Izquierdista Verde. La nueva primera ministra, en el cargo hasta abril —cuando se vuelva a llamar a elecciones–, es Johanna Sigurdardottir, de 66 años, la más veterana del Parlamento, la ministra de Desarrollo y Seguridad Social en funciones (había ocupado el cargo con anterioridad entre 1987 y 1994), abiertamente lesbiana, en unión civil (en Islandia, la ley formalmente brinda derechos idénticos a los del matrimonio, incluido el de adopción) con la dramaturga y periodista Jonina Leosdottir desde 2002. Así, desde el 1º de febrero, se convirtió en la primera jefa de gobierno abiertamente lesbiana del mundo (el primer ministro gay fue Per-Kristian Foss en Noruega, quien lideró por un período muy breve un gobierno interino en 2002). La población islandesa no está haciendo mucho escándalo acerca de la orientación sexual de la nueva líder, que cuenta con una aprobación del 73 por ciento y fue reelecta para el Parlamento en ocho ocasiones desde su primer ingreso en 1987. Dicen que confían en ella, que es coherente y que es una especialista en cuestiones sociales, justo lo que el país necesita con, por ejemplo, una caída del empleo impactante: de 0 a 7 por ciento de desempleo en apenas cuatro meses.
Johanna Sigurdardottir es una conocida de los islandeses, tanto que las palabras que usó cuando no consiguió presidir el Partido Social Demócrata en los ’90 —“mi momento llegará”— se convirtieron en una frase común entre la gente, usada para pedir paciencia. La historia de la primera ministra es de una de militancia intensa: durante los años ’60 tuvo una importante actividad sindical en el gremio de los trabajadores de transporte aéreo (fue azafata), mientras estaba casada con un banquero (con quien tuvo dos hijos). En 1978 ingresó al Parlamento por el Partido Social Demócrata: ese mismo año se formó la Organización Nacional de Lesbianas y Gays, que se llama Samtokin 1978 en conmemoración a la fecha de ingreso de Sigurdardottir. Por supuesto, la organización es aliada de Sigurdardottir, quien sin embargo siempre trabajó por los derechos de las minorías en un arco más amplio que el de la militancia Glttbi. Es predecible a esta altura: Islandia es uno de los países más tolerantes con las minorías sexuales en el mundo. El mes pasado se llevó a cabo una conferencia sobre temas Glttbi en la isla y su título era: “¿Existe todavía el closet?”.
Muchos de sus compañeros llaman a la primera ministra “el socialismo encarnado”; ellos decidieron que se hiciera cargo del gobierno no sólo por su aceptación popular (un verdadero milagro en la crispada sociedad islandesa) sino por su buena relación con la Izquierda Verde. Ha prometido recrear un estado de bienestar con urgencia. De su trabajo en estos escasos meses depende que, en la primavera europea, pueda ser elegida definitivamente para el cargo. Su tarea será ardua: tiene una población enojadísima que perdió ahorros, trabajo y pensiones, y que la apoya con una enorme expectativa, verdadera arma de doble filo por la posibilidad alta de decepción. Mientras los diarios del mundo anuncian a la “primera ministra lesbiana de la historia”, los islandeses no parecen impresionados. Sigurdardottir jamás ha dado una entrevista sobre su vida privada o su sexualidad. Y, según los profesionales de la prensa islandesa, esto es normal. O como escribió Iris Erlingsdottir en el popular blog de periodismo y opinión Huffington Post: “‘Nadie se refiere a Johanna como una persona gay’, me dijo un amigo islandés esta mañana. ‘Ella no habla del tema, pero no lo oculta en absoluto: su condición consta en las páginas web oficiales del Parlamento y del ministerio, sólo que a nadie le importa, como a nadie le importó cuando en 1980 fue elegida presidente de Islandia Vigdis Finnbogadottir, mujer y madre soltera. Johanna es inteligente y no les tiene miedo a las dificultades. La gente sana y razonable no se preocupa por el color o el género de la gente. Sólo quieren a los mejores para hacer un trabajo complicado. Y ella es la política más prestigiosa y experimentada del país”.
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