Viernes, 6 de febrero de 2009 | Hoy
A LA VISTA
A propósito del Día Internacional de la Cero Tolerancia con la Mutilación Genital Femenina, una reflexión sobre los claroscuros de la militancia intersex en primera persona.
Por Mauro Cabral
Hacer activismo intersex es la cosa más fácil y más difícil del mundo. Es fácil. La fantasía de que existen individuos que nacen con los dos sexos late en la imaginación de una cantidad innumerable de personas (y hay quienes creen que “salvarlos” es, de algún modo, como salvar el mundo perdido de los unicornios). Es difícil. No existen individuos con dos sexos, pero sí individuos que nacen con cuerpos en los cuales la diferencia sexual promedio no se encarna. Seamos sinceros: no es lo mismo nacer con un clítoris “muy largo” o un pene “muy corto”, sin vagina o con la abertura de la uretra cerca de los testículos y lejos de la punta del pene, que ser un unicornio. Es fácil. Cuidar la diversidad se ha vuelto en los últimos tiempos un imperativo ecológico y ya se sabe: los intersex somos parte integral del bestiario de la diversidad terrena. Es difícil. La diversidad es maravillosa como consigna, pero en la práctica hay más de un cuerpo que no es una buena noticia ni para uno ni para los otros, y así no hay maravilla de la diversidad que llegue muy lejos. Es fácil. Nadie mutilaría a un niño o a una niña, ni creería que mutilar es algo bueno. Es difícil. Si la intervención destinada a normalizar la apariencia de los genitales de esos niños y niñas la ordena un médico y tiene lugar en un hospital, entonces no es mutilación. Es fácil. La intersexualidad supone un par de promesas que emocionan y esperanzan a la gente: la promesa de la posibilidad de elegir, desde un principio, quiénes somos; la promesa de emanciparnos, por fin, de la ley binaria del género. Es difícil (más difícil que la mierda). Si la posibilidad de elegir quiénes somos (tan irreal como los unicornios) depende del cuerpo con el que se nace, entonces esa posibilidad está tan determinada como la de cualquier otro destino bajo el sol; si la emancipación depende de esas variaciones corporales que la gente llama intersex, entonces se trata, otra vez, de la misma ley bajo la forma de una promesa engañosa. Es fácil. Mucha gente se compromete con la defensa de los derechos de los indefensos. Es difícil. Esa misma gente suele mostrarse más que renuente a dejar que esos indefensos, alguna vez, puedan defender en primera persona sus propios derechos. Es fácil. Todo el mundo es solidario con nosotros. Es difícil. Todo el mundo es solidario con nosotros mientras no digamos la verdad: nosotros somos ustedes. Es fácil, facilísimo. Las minorías exóticas estamos de moda. Es difícil, si no imposible. La gran mayoría de intervenciones quirúrgicas normalizadoras afectan a niñas y a mujeres, o son intervenciones feminizantes que adaptan cuerpos masculinos fallados a versiones machistas y misóginas de cuerpos femeninos (y, aun así, las cuestiones intersex no forman parte de ninguna agenda de género). Es fácil. La intersexualidad ha funcionado durante décadas como un referente histórico o una metáfora carnal de la homosexualidad. Es difícil. La homonormatividad nos castiga con dureza infinita. Es fácil. Todo el mundo entiende que alguien que fue mutilado dedique su vida a impedir que lo mismo les ocurra a otros. Es difícil. Nadie entiende que el activismo y la supervivencia van, demasiado a menudo, por carriles opuestos. Es fácil. Cifrar el triunfo de un movimiento político en la evitación de cirugías no consentidas en niños y niñas es irse a dormir acunado por la corrección política y la buena conciencia. Es difícil. Saber que esos niños y niñas no intervenidos tendrán que vivir, con sus cuerpos y en este mundo, es la pesadilla.
6 de febrero. Día Internacional de la Cero Tolerancia con la Mutilación Genital Femenina. Es fácil. Es difícil. Es posible. o
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