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Viernes, 8 de mayo de 2009

El grito queer de la moda

Una selección de moda para señores extraída de las pasarelas internacionales para este invierno deja en evidencia hasta qué punto el mundo del diseño se apropia, reflexiona y recrea una figura masculina alejada del exceso de testosterona y de otros estereotipos varoniles. Cuatro diseñadores bien diversos y cuatro modos de interpretar el estilo queer.

 Por Victoria Lescano

Outsiders bienvenidos

Pasada uno: traje gris tizado con ribetes negros, el pantalón es deliberadamente corto. La camisa gris lleva moño de estilo pajarita, el modelo lleva zapatillas y gafas para ver.

Pasada dos: chaqueta color camel con pasamanería rescatada de un saco montgomery, camisa blanca con moño negro y zapatillas ídem que emulan un borcego. Las pasadas cuatro a diez presentaron pantalón color arena recto, remixado con saco negro de gala muy corto y entallado con botones dorados y gafas clipper, una celebración de terciopelo para adoradores del blue velvet emerge en un traje muy entallado que va con chaleco, una versión de pantalón sartorial cosido con tela de jogging gris plus saco de ejecutivo.

Las descripciones son de las pasarelas de Nueva York y de fragmentos de la última colección de Band of Outsiders, la firma que toma el nombre del film de Jean-Luc Godard, Bande à part, y cuyo diseñador, Scott Sternberg, un cinéfilo confeso, fue agente hollywoodense hasta 2002, cuando se pasó al flanco de la moda para construir una marca que revisita clásicos del placard masculino. Algunas señas particulares de la firma indican que su progresión de talles considera a las siluetas XXL (a las que el creador denomina “tamaño jumbo”), que su web difunde proyectos artísticos vinculados con la fotografía, y que también ideó una colección para mujeres llamada Boy, con estampados escoceses. En su discurso está implícita la apropiación y reformulación de la camisa clásica —no en vano destaca entre sus influencias a Brooks Brothers, la tienda de Madison y la 44 que impuso camisas en azul claro, rosa y amarillo patito que reverenciaron los yuppies y veneran sus sucesores de bolsillos más ajustados— y para la primavera rescató la estética de Cuba en los años ‘50, mediante camisas de batista en color coral.

Para la libertad

Así como en 1947 Christian Dior revolucionó la silueta femenina con su New Look, la cintura avispa para mujer, desde la casa Dior Homme y con un paso previo por Yves Saint Laurent y estudios de bellas artes y de sastrería en la Ecole du Louvre, a comienzos de 2000, el francés Hedi Slimane alborotó los placards con nuevos modos de costura sartorial cimentados en moldería concebida para vestir siluetas espigadas y andróginas. En 2002 fue galardonado por el Council of Fashion Designers of America, como “Diseñador internacional del año”. Al año siguiente sumó los perfumes y las cremas Eau Noire, Cologne Blanche, Bois d’Argent y Dior Homme Intense. Pero en 2007, en la cresta de la ola, Slimane decidió abandonar la casa Dior y para disuadirlo el grupo inversor LMVH le propuso financiar su marca propia. Tras meses de negociación y en un gesto punk y modernísimo, Slimane respondió a la oferta desde la página web con su nombre que oficia de diario íntimo y desde allí argumentó que “no quería perder su libertad creativa, ni vender su nombre”. Se marchó a California a fotografiar surfers apenas vestidos con remeras rotas (empezó una serie de colaboraciones con su amigo cineasta Gus van Sant y suele tomar bellos desnudos de sus amigas Kate Moss, Amy Winehouse y Courtney Love). Lo último de Dior Homme, ideado por el belga Kris Van Assche’s, el sucesor de Hedi, en cuyos desfiles suelen participar varios modelos de la agencia argentina Civiles, remite a juegos con proporciones emulando los pantalones extrabaggie de David Bowie en su etapa de Ziggy Stardust y, como juego de opuestos, pantalones extremadamente ceñidos que él dispuso llevar con remeras largas cual vestidos y usadas por fuera.

Vanidad de vanidades

Los aportes estéticos del belga Raf Simons ilustran otro abordaje innovador a la moda masculina, con un lenguaje austero, pero, atención, no minimalista. Graduado en diseño industrial —sus primeras labores fueron junto al diseñador de la firma Wild and Lethal Trash y su primicia está en el uso de los materiales, los extraños rostros de sus modelos— suele calificarlos de “héroes desolados” y hay mucho de fragilidad y también de rudeza en los resultados de sus castings, que transcurren en las calles de ignotos pueblos europeos. En 1996 irrumpió con una colección que citaba tanto el estilo de los estudiantes ingleses como la música gótica, el punk y la arquitectura de la Bauhaus. A comienzos de 2000 se retiró del ring de la moda por algunas temporadas, el grupo Prada lo contrató como director creativo de la firma Jil Sander, labor que le permitió costear su colección homónima y una segunda marca llamada Raf por Raf Simons. Las últimas noticias de Simons en las pasarelas de París remiten a tarjetas de invitación que simularon espejos y anticiparon la vanidad como disparador de colección. Los hits de las pasadas fueron trajes que llevaban una pequeña chaqueta en miniatura superpuesta —las hubo en rosa Dior, en azul, en gris y en beige— y abrigos con combinaciones de paño y texturas más deportivas, atentos a su interés por los techno fabrics. Otra colección reciente propuso variaciones del tuxedo y se presentó en un colegio y con aulas ambientadas con stencils por el artista visual Christopher Wool, que inspiraron a una línea de bordados. También descollaron los shorts y las bermudas en tonos oscuros que exaltaron piernas delgadas y se llevaban con zapatos cerrados y las camisas símil top de pijama antiguo.

El niño terrible dice: “Fuck you”

En su madurez, Alexander McQueen vuelve a sacar a relucir el apodo de “Niño terrible de la moda” que le adjudicó la crítica en sus comienzos, debido a que insultaba a las reporteras que iban a entrevistarlo, amenazaba a las modelos, se jactaba de su dieta punk de comida chatarra, ornamentaba trajes con tampones y con escarabajos, y elegía locaciones dignas de films de terror para los desfiles. Su último manifiesto, la colección para invierno ’09 que se vio en París durante enero llamada The McQueensberry Rules, simuló un tour por estilos de un aristócrata del siglo XVIII, orgulloso de su colección de bastones tallados, pero estilizado cual pandillero dark. Los abrigos de paño con piel, los sombreros superpuestos sobre cofias, los ojos delineados con kohol, algunos delantales de cultor del leather y, como máxima provocación, medias de bailarín en color piel, se matizaron con trajes en estampas escocesas, cardigans holgados que emulan la factura casera. El diseñador que marcó el ingreso de la clase proletaria a la alta costura —en 1996 fue nombrado diseñador de Givenchy— tiene una firma propia gracias a un holding inversionista, ahora provoca sin violencia y con artilugios más fiel a sus gustos que la colección de primavera con rescates de extravagancias étnicas avistadas en un viaje por la India que devino en fragmentos de saris bordados en solapas de chaquetas. Sus vastos conocimientos de sastrería datan de sus comienzos, mientras estudiaba en Saint Martins hizo una pasantía con el sastre del célebre barrio Saville Row y acostumbraba escribir y bordar “Fuck you” en las entretelas sartoriales de la realeza británica.

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