Viernes, 7 de agosto de 2009 | Hoy
GRAN AMOR
Por Mosquito Sancineto
Me presento: “B. B. Veneno”. Y con este seudónimo que conjuraba un atractivo y enigmático personaje jugué en muchos escenarios brillante y audazmente. Hoy soy el referente artístico del género de la improvisación teatral y entre varios de los espacios donde trabajé hubo uno, Pelvis, que en sus trasnoches recibía grupos de hombres de todas las especies, edades y niveles intelectuales.
Corría el año 2002 y eran fines de semana cachondos y lujuriosos en los que yo, como animador/a, presentaba a los mejores strippers locales, mujeres y hombres. El delirio combinado con el erotismo ganaban terreno y mi responsabilidad era explotarle la cabeza al auditorio con palabras y gestos, además de hipnotizarlos con mi natural seducción femenina-masculina como un X-Man, una heroína nocturna.
Y así, sin inocencia, se presentó ante mí un grupo: ellos, jóvenes adictos al sexo, con esa mejor edad de los 20 en adelante. Se mostraban desprejuiciados y lascivos, educados y atorrantes, cuidadosos y rebeldes, y también contradictorios. Eran ¿cuatro?, ¿cinco?, ¿seis? Hmmm, bueno, varios. Con su tono de voz, al escucharlos no cabía duda: venían de provincias y, al profundizar la relación, me ubiqué mejor: “Eran niños del campo”. Esos jóvenes (no daré iniciales ni nombres inventados), saludables, divertidos, jugosos, no se mostraban del mismo modo cuando la luz de la noche se esfumaba. Eran bellos muchachillos, mantenidos por sus mamis y papis, quienes ignoraban de qué manera sus hijos administraban sus vidas y economías. Se volvían oscuros, salvajes y agresivos, despectivos y soberbios. Lobos feroces y yo Heidi, la presa. Entonces, la experiencia, de muy buena, se transformaba en pésima.
Ellos, los machos argentinos que asumían sus roles de (hijos de) dueños de estancias y yo, la peona, encima testigo y cómplice de sus libertades sexuales. Tenía que desaparecer, si era mejor corriendo. Todo por jugar a la gata Flora...
Algunos años después, una porción del campo mostró su fiero rostro, con esa ferocidad similar a la que vi personalmente. Escuché los discursos más violentos como nunca antes en democracia. La sensación golpista recorrió la sociedad. Y fue uno de esos señores feudales quien exclamó por TV: “¡¿Cómo vamos a ayudar económicamente a nuestros hijos en sus estudios en la Capital?!”. Silencio. “No se preocupen –le hubiera respondido yo–, que muchos de sus hijos se gastan su dinero en sexo, drogas y rock and roll.” Yo se los cuidé mientras pude o me dejaron. Pero, claro, su “buena educación”, de la mano de su férrea religiosidad, les marcaba el paso al ocultar todo lo que de verdad les daba placer. La hipocresía ante todo...
Quizás ese señor sea el padre de alguno de mis ex amantes. De alguno de esos que al regresar a su casa mienten y que acá, en la “gran ciudad”, se liberan pero mienten también. Siempre mienten...
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