Aun cargada de tensiones, la relación entre el movimiento trans y el feminismo implica una ganancia política que se traduce en preguntas y desafíos nuevos: ¿cuál es la importancia de la experiencia del cuerpo?, ¿quiénes son los sujetos del feminismo como herramienta ideológica y política?, ¿qué es el género?, ¿cuántos géneros caben en la experiencia cotidiana de la diversidad? Estos y otros interrogantes se abrieron a lo largo del año en congresos, talleres y coloquios y aquí se expresan en la voz de activistas de América latina que no piden permiso para ser y sentirse feministas.
› Por Paula Jimenez y Juan Tauil
“Nosotras no teníamos palabras, ellas sí”, dice Lohana Berkins, activista travesti, fundando en ese intercambio un nudo en la cuerda de la relación entre el feminismo –cierto feminismo no fundamentalista, cabe aclarar– y el movimiento travesti, transexual y transgénero que empezaba a aparecer en el espacio público sobre finales de la década del ’80 y principios de los ’90 reclamando, junto a organismos de derechos humanos y agrupaciones feministas, el fin de los edictos policiales nacidos durante las dictaduras militares. “No bien aparecimos en la escena fuimos inmediatamente atravesadas por el discurso feminista y sobre todo lesbofeminista. Ilse Fuskova, Alejandra Sardá, por ejemplo, nos ofrecieron una herramienta política de disputa y constante tensión. Nos metieron el bichito de la desnaturalización, tanto de los supuestos del género como de la violencia, aprendimos que sí se podía cuestionar, que sí teníamos derecho. Para darte un ejemplo –agrega Berkins–, a nosotras la violencia verbal nos parecía una no violencia. Porque sufríamos otras peores, claro. Pero entendimos que hay un proceso y una cadena de la violencia. Poder desmenuzarla, abrir los ojos, eso fue lo que nos permitió el feminismo. Me acuerdo de haberme quedado absolutamente maravillada frente a una herramienta inagotable de rebeldía, de cuestionamiento, de resistencia.”
Como un amor a primera vista, con la misma potencia del amor y también con la misma potencia que tiene el amor para devastar las relaciones. Así fue toparse con el feminismo para algunas activistas –“Paula Rodríguez, Belén Correa, Nadia Echazú...”, enumera Lohana desde la coordinación de la primera Cooperativa de Trabajo para Travestis y Transexuales, un logro de la militancia que lleva el nombre de Echazú, muerta a causa del sida en 2004– y así fue para algunas feministas, al menos las que entendieron que en esos cuerpos travestis se ponía en acto el género en tanto significado cultural atribuido a un sexo, pero también independientemente del sexo y del cuerpo. Frente a estos cuerpos rebeldes, el género se desmarca del sexo amplificando los sentidos liberadores y libertarios del feminismo. Claro que esta alianza entre el movimiento trans y el feminismo encuentra resistencias ancladas en la definición clásica de esta corriente política como “reivindicadora de la emancipación y liberación de la mujer”. Lo que el transfeminismo viene a poner en cuestión es el binomio sexo-género y las clásicas categorías de hombre y mujer. “Desde la visión trans –explica Marlene Wayar, dirigente de la agrupación Futuro Transgenérico–, proponemos una complejización del concepto género que rompa la binariedad ampliándola hacia géneros múltiples desde donde lo hombre y lo mujer no sean más que una mayoría en ese arco.”
Este año, tanto en el XI Encuentro Feminista Latinoamericano y del Caribe estas tensiones se exhibieron una vez más, aunque por primera vez, personas trans del continente pudieron reunirse y sacar una declaración conjunta. “Para mí –sigue Berkins– hubo un antes y un después de ese encuentro en México porque pudimos hacer oír nuestra voz frente a los fundamentalismos que nos siguen diciendo ‘hombres vestidos de mujer’. Pudimos dar cuenta de la diversidad.” Una diversidad que también se hizo visible en dos encuentros realizados en Buenos Aires –el Primer Coloquio Latinoamericano sobre Pensamiento y Praxis Feminista y el taller organizado por Mulabi sobre transfeminismo– este invierno y que dan cuenta de la vitalidad de un movimiento rebelde que a pesar de las resistencias sigue resignificándose y que en su amplitud contiene preguntas provocadoras como las que formula Marlene Wayar: “A la hegemonía en nosotras y nosotros debemos preguntarle: ¿qué parte de su ‘no matarás’ no ha comprendido? Y dejarle sentado que si hay una definición para su Hombre y su Mujer, no-sotros y nosotras no lo somos. Aun sin saber cómo devendremos mismidad”.
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