Viernes, 17 de diciembre de 2010 | Hoy
“Nos sentamos a hablar de lo felices que nos sentíamos los dos y de que seguramente no duraría. Tendríamos que pagar por ello. O caería sobre nosotros alguna desgracia, porque quizá seamos demasiado felices. Ser jóvenes, bien parecidos, famosos, estar sanos, relativamente ricos y felices quizá vaya contra natura; y si añadimos a la lista que disfruto a diario de la compañía de muchachos hermosos de quince años a quienes les produce, por un pequeño estipendio, una sensación deliciosa acostarse conmigo, la verdad, creo que ningún hombre puede pedir más.” (...) “Cuando me marché, tomé la línea de Picadilly a Holloway Road y me asomé a un urinario pequeño (de sólo cuatro meaderos). Estaba a oscuras porque alguien había quitado la bombilla. Había tres tipos meando. Eché una meada y cuando me acostumbré a la oscuridad vi sólo uno que merecía la pena: corpulento, con pinta de obrero, pelo corto y, por lo que podía distinguir, con vaqueros y cazadora oscura. Entró otro individuo en el urinario y el hombre que estaba al lado del obrero se retiró, pero no se marchó, sólo retrocedió y se quedó al fondo apoyado en la pared... Antes de que el tipo que se apoyaba en la pared pudiera volver a su sitio, me colé yo en él saltando hábilmente y me planté junto al obrero. Bajé la mano y le palpé la pija. El empezó a jugar con la mía de inmediato... Me desabotoné la parte de arriba de los pantalones y me aflojé el cinturón para dejar al obrero vía libre a los huevos. El que estaba detrás de mí empezó a palparme el trasero. Entonces entró al urinario un quinto individuo... El quinto hombre enseñó la pija rápidamente... Entró al urinario un sexto hombre. Estaba tan oscuro que nadie se molestó en moverse. Después de un intervalo (en el que el quinto hombre me observaba palpar al obrero, el obrero me acariciaba y el que estaba a mi lado me bajaba todavía más los pantalones), vi que el sexto hombre se arrodillaba delante del joven de pelo claro y se la chupaba. Llegó un séptimo hombre, pero a aquellas alturas a nadie le importaba lo más mínimo. Había tanta gente allí que era prácticamente imposible distinguir. Y, de todos modos, en cuanto se acostumbró a la oscuridad, el séptimo hombre pegó la cabeza al nivel de mi bragueta, también él quería una pija en la boca. Todo siguió igual unos instantes. Luego entró un octavo hombre, barbudo y fornido. Empujó bruscamente al sexto hombre, separándolo del tipo de pelo claro, y acto seguido se puso a chupársela a éste. El tipo que estaba a mi lado me bajó aún más los pantalones, por debajo de las nalgas, e intentó metérmela entre las piernas. El hombre de pelo claro se apresuró a salir en cuanto acabó. El barbudo se acercó y dio un codazo al séptimo hombre, apartándolo de mí, me abrió la cremallera del todo y empezó a chupármela como un maníaco. El obrero, excitadísimo porque yo le trabajaba con las dos manos, pegó de repente su boca a la mía. Aquel pequeño urinario bajo el puente se había convertido en el escenario de una frenética saturnalia homosexual. Allí mismo, a un paso, los ciudadanos de Holloway se dedicaban a sus propios asuntos.”
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