Vie 13.04.2012
soy

Cowboy en el cercano nordeste

› Por Diego Trerotola

Con un sombrero tejano, Sillvyo atraviesa una ruta desértica con arbustos a cada lado de una llanura que se extiende hasta que la cinta asfaltada se pierde en un horizonte completamente celeste. Su sombrero parece de piel de víbora y ensombrece un rostro moreno detrás de un par de anteojos que agrandan aún más unos ojos negros inquietos, donde la luz rebota más que en los cristales que le sirven para ver lo que lo rodea. Y como un cowboy en bermudas, Sillvyo Luccio apunta la mira de sus ojazos a cada detalle y lo traduce en su verborragia clara, percibiendo toda la dimensión ideológica del nordeste brasileño, en la road movie donde se embarcó junto a Claudia Priscilla y Kiko Goifman, cineastas de este documental donde ese hombre trans revela una vida dedicada a ser fiel a sus sentimientos frente a toda la discriminación que le es tan familiar, tan cotidana como el amor al que lo arrastra su pulsión pasional. “Mirame. Mirame de nuevo. ¿Qué ves? Normalmente vemos la carne y luego un espíritu. Conmigo es al revés, primero ves el espíritu de Sillvyo Luccio y después te das cuenta de que no tengo la voz gruesa de un hombre, no tengo los músculos de un hombre de treinta años, pero tengo el comportamiento y la postura del hombre que soy, soy un hombre completo que satisface a cualquier mujer”, dice, sin modestia, con la convicción del picaflor, del que piropea cortés con media sonrisa, del que está alerta al levante en cualquier situación. “Tengo cuerpo de mujer, pero no femenino”, aclara, sabiendo que si bien vivió parte de su vida como una lesbiana masculina, hace un tiempo que optó por ser un hombre trans. No fue una decisión individual, sino colectiva, que implicó asistir a unas jornadas de transexualidad donde algunas mujeres trans lo guiaron, o incluso le regalaron una nueva identidad de género. Una travesti cuenta en el documental que le dijo que cambie su apellido, Silva (sí, el mismo de Lula) por el nombre Sillvyo, para poder encarnar más plenamente la manera que sentía vivir. “Así que soy su madre, lo bauticé, soy parte de su vida”, concluye la travesti, asumiendo al colectivo trans como una familia adoptiva, que junto a las otras personas trans pensaron que la grafía extraña de nuevo nombre podía ser el sello de una idiosincrasia y una biografía únicas.

En un viaje por el nordeste brasileño, en pueblos como Currais Novo, Caruaru y Campina Grande, Sillvyo padeció el régimen del evangelismo fundamentalista que azota a la región y a gran parte de Brasil, desde el momento que decidió vivir como lesbiana. “Papá, macho camionero, no quiere saber nada, porque él tuvo una mujer, si es un niño, no es de él.” Esa culpa que le trataron de inculcar lo persiguió en cada deseo que tenía, incluso en sus fetiches. “Estaba atraído por las monjas, cuando todos rezaban yo estaba debajo de la mesa tratando de espiar las bombachas bajo el hábito de las monjas que visitaban la casa de mi madre para verme. A la vez que sentía ese deseo, yo sentía una angustia profunda dentro de mí, porque estaba endemoniada.” Parte del documental, en entregas, cuenta la dolorosa natalidad de Sillvyo, en ese pasado lésbico, cuando quedó embarazada tras una noche de sexo y borracheras: “Cada vez que mi vientre crecía, me daba más vergüenza porque la gente veía que yo había tenido sexo con un hombre y para mí eso era de una ofensa inmensa, porque no me imaginaba estar con un hombre”. Tal vez, esa noche de descontrol en la que quedó embarazada cumplió el deseo atroz que la culpa del fundamentalismo evangélico le había introyectado desde que era niña, cuando sus padres la maltrataban por su orientación sexual: “Pensaba que les iba a dar una hija a mis padres, frente a la decepción de haber criado una hija lesbiana”. Lo real es que la violencia de sus padres creció a partir de haberse convertido en madre soltera, incluso en el momento del parto, en la víspera de Navidad, cuando transformaron el momento del alumbramiento en un pesebre siniestro. “Un 22 de diciembre en la madrugada comencé a tener dolores de parto. Y a las cinco de la mañana estaba implorando a mi padre para que me lleve a la maternidad. Y me dijo: ‘Vas a tener al niño como un perro’. Y parí en casa. Y en el medio del nacimiento de María Tereza tuve una complicación. Y mi madre comenzó a rezar a su dios. Y yo gritaba porque los dolores eran muy grandes. La niña estaba por nacer, pero no quería salir. Con las lágrimas del llanto corriendo, le pedí a Dios perdón porque yo sabía que en ese momento iba a morir. Y ahí nació María Tereza. En ese momento creo que tuve un sentimiento maternal.” Lo que antes como lesbiana vivió, ahora lo quiere revivir como hombre trans, porque como una suerte de peregrino, el protagonista de Olhe para min de novo está buscando la posibilidad de tener un hijo biológico, tratando de desafiar a la medicina con su esposa Widna. Ambxs quieren tener un hijo o una hija con inseminación artificial, con un método muy particular, que idearon: “De mi óvulo y el de ella queremos generar un tercer óvulo compuesto para que tenga las características de ambos”. La película logra una entrevista con especialistas en el tema, pero todas coinciden en que esa síntesis de óvulos es imposible de hacer. La ciencia se resiste pero Sillvyo igual promete a su mujer que podrán ser padre y madre biológicos juntxs, porque por separado ya lo son. Como un karma, la medicina parece ir por un camino y el road movie de Sillvyo por otro, como sucede comúnmente con la transfobia que se padece en los hospitales, bajo la concepción de una ciencia correctiva, pensando como defectos cada elemento que se aparta de un binarismo de géneros que reglamente los cuerpos, en funciones y medidas, como si fuese un lecho de Procusto que fuerza valores estándares para uniformar a cada persona. “A pesar de ser un hombre transexual, yo tengo que hacerme el Papanicolaou regularmente, porque tengo útero, ovarios y vagina. Generalmente te da vergüenza mostrar la vagina cuando es bonita, pero una vez transformada por las hormonas, pasás cinco años sin hacerte un examen, como yo. Los genitales sufren un proceso muy bizarro.” Acto seguido, Sillvyo describe cómo le creció el vello púbico a niveles selváticos y cómo su clítoris creció apenas unos centímetros pero que eran suficientes para que la ciencia lo considere hipertrófico, monstruoso, amputable. También describe el uso de su prótesis, de cómo puede tener placer fálico ahora, con su esposa, incluso hay un plano en la película donde se manosea el bulto mirando una revista porno, porque Sillvyo abre su deseo de identidad, de sexo, de paternidad, no los oculta, aunque le cueste afectos y enfrentamientos. El documental, con un compromiso afectivo de Priscilla y Goifman, sigue a Sillvyo en un viaje a través de muchas realidades de la cultura brasileña, vinculando su identidad de género con otras problemáticas sociales más amplias. El punto de llegada del periplo es un reencuentro filoso con su hija María Tereza donde, a diferencia del histrionismo y la teatralidad del reality show, se desarrolla con una perfecta serenidad aunque lo que ella dice es demoledor. “No tengo malos sentimientos, tenemos muchas diferencias pero no tengo malos sentimientos, Personalmente, yo fui lastimada como yo la lastimé a ella”, dice ella, que trata a Sillvyo desde el género femenino, como si todavía fuese su madre lesbiana, sin aceptar al hombre trans que tiene a su lado. “Le digo que si alguna vez se somete a una cirugía, eso sería algo extremo para mí, no sé cómo voy a manejar esa situación. La amo, pero no sé cómo será nuestra relación. Para mí es un tema muy serio, porque no consigo entender aún hoy y es poco probable que lo entienda después. Si ella tiene su orientación, para qué necesita la cirugía, para qué vestirse así, ella no necesita probarle nada a nadie. No me agrada, no concuerdo, no apoyo. Esto cambió mucho nuestra relación.” Sillvyo escucha a su hija tranquilo, le responde con ternura, el tiempo, tal vez el dolor, le enseñó a ser paciente, tal vez sabio, frente a las adversidades. Seguirá su viaje, lo espera una paternidad junto a Widna, más otras incógnitas para su futuro trans, abierto a que lo miren dos veces, como bien reclama el título del documental que protagoniza, porque una segunda visión siempre es buena para encontrar y gozar de las complejidades de esto que llamamos vida.

Jueves 12, a las 17.45, en el Abasto Shopping;
sábado 14, a las 22, en el C.C. General San Martín y
martes 17, a las 13.30, en el Arteplex Belgrano.

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