He aquí dos maneras de hacer estallar el melodrama, sendos mecanismos de excesos para inyectar fuerza queer al gusto salado de las lágrimas que brillan de sentimiento diverso. Por un lado, el gran Douglas Sirk, el maestro del género reverenciado y calcado por R. W. Fassbinder y por Todd Haynes, adalides en épocas distintas del mismo desgarro estilizado que perfiló el director alemán exiliado en Hollywood. En las confabulaciones cinematográficas de Sirk con su actor fetiche Rock Hudson, lo queer estaba en el aire porque volaba alto y así quedó Escrito en el viento (1956), película en el más camp Technicolor de la Universal que le sacó brillo a la década del cincuenta. El manierismo perverso de Sirk y sus espejos de reflejos invertidos, sus divas amaneradas, como Dorothy Malone y Lauren Bacall siempre al borde de un ataque de performance de drag queen, y los guiños gay de Hudson sumaban para hacer de este melodrama sexual el tablero de un juego de teatralidad marica. En esta misma línea pero con la vena punk con la que creó su cine escatológico underground, Waters reescribió el melodrama sirkiano como comedia anarquista en Polyester (1980), una película de pop basurero que hace pirotecnia de los suplicios de una madre suburbana, interpretada en travesti acto paquidérmico por Divine. Cameos del músico punk Stiv Bators, la presencia única de Edith Massey con simpática deformidad y un Tab Hunter homoerótico importado del cine de la década del ’50, donde compartió cartel con la mismísima camp queen Dorothy Malone. Pero Hunter, como todo lo que se cruza en su camino, fue invertido por la mirada de Waters, que funciona más o menos como esos espejos de Sirk que reencuadraban a sus criaturas para viajar al mundo del revés emocional.

El ciclo de cine gay se abrió ayer con Polyester en la Filmoteca en vivo, en Viamonte 2045. En el mismo ciclo y lugar, se proyecta Escrito en el viento, el sábado 3, a las 20.15.