Cuando me enteré de la terrible noticia me sentí indignada y triste. Sabemos que después, alrededor del hecho, hay un circuito que va a asegurar la impunidad: lo hemos vivido mil veces. Lamentablemente conozco cómo terminan estos casos: la culpa, finalmente, acaba cargándose sobre la víctima. Hay instituciones policíacas y judiciales que lo garantizan. Tenemos que desbaratar esta red que perpetúa los travesticidios. Tenemos que cuestionar a las organizaciones de derechos humanos sobre qué trabajos están haciendo para que el acceso a la justicia no sea aún un derecho del que no podamos gozar todas las personas.

La mutilación de Laura es un hecho aberrante que simboliza el rechazo de la sociedad hacia los cuerpos que cuestionan el estado de las cosas: la heteronormatividad reinante y el binarismo. Es una manifestación claramente de odio contra las expresiones que no encajan dentro del binarismo obligatorio, a la que hay que salir a repudiar con toda la energía. Trabajé mucho sobre estos crímenes de odio y en las personas que entrevisté me impactó siempre el relato de la saña. Las circunstancias que rodean estos asesinatos tienen un tinte claramente transfóbico. El de Laura Moyano es un travesticidio, y la hegemonía gay y el feminismo –que, no obstante, va ganando cada vez más flexibilidad–, así como el resto de las organizaciones sociales, no pueden negar que se trata de un crimen de odio. Cuando se mata a cualquier otra persona, todo el mundo, la sociedad entera, se horroriza y sale a repudiar. En este caso quedamos prácticamente solas. ¿Qué reacción tendría la sociedad si se mata una persona judía en lugar de una chica trans? Yo no quiero tolerancia, pido respeto para cualquier persona que manifiesta una identidad no hegemónica. Basta de meter miedo para dejarnos en la sombra más oscura. No lo vamos a permitir. Mucha sangre ha corrido. Estos son crímenes de odio, no se llaman de otra manera.