Viernes, 3 de abril de 2009 | Hoy
Un panorama de la transfobia nacional quedaría incompleto sin este detallado identikit de los clientes, esos señores tan hétero que buscan travestis por las noches, pagan por sus favores y después vuelven rendidos a la casita de la normalidad.
Me preguntaron si me animaba a hacer una nota sobre los diferentes tipos de hombres-clientes-come-travestis existentes en nuestro territorio urbano, y me emocioné. Poder recorrer las zonas rojas (porque nunca hice la calle, la calle me hizo a mí, a decir verdad) sin sentir la amenaza policial, vecinal, bien pensante, es un alivio. Quisiera recordar aquí que hay cientos de formas de prostitución que no dependen solamente de una esquina, pero el tema es extenso e intrincado y no estoy preparada por ahora. Lo que sí puedo hacer es contar algo sobre aquellos que nieve, llueva, truene o haga un calor de cagarse abrevan en el doloroso universo del mercado de la humana carne.
Ante todo hay que decir que la gran mayoría (si no todos) buscan aquello. Sí, la pija, el pene, el pitulino, la poronga, el trozo, la lanza, el falo, digan como le digan; lo que sí se dice –y no se miente– es que la buscan con desesperación y hambre, disimulando o entregado. Frase típica: “¿Te la puedo tocar? ¿No te jode? Es mi primera vez...”. O, si no, te la mira de reojo y agrega esta ridiculez: “Escondé eso, che, que me impresiona. Si no te la veo, me creo que sos una mujer... Total, te cojo de espalda...”. Hay clientes de toda nacionalidad, color, edad, medida de pija, gustos sexuales... y sabemos que son miles. Buenos, malos, violentos, agradables amarretes, regalones y muchos pero muchos, bien miserables. Hay de todo, como en botica: podríamos llenar cada góndola de cada de supermercado de Buenos Aires, un supermercado de maricones caretas heterosexuales. Novios, maridos, hijos, padres. Vayan señoras, vayan novias, elijan el producto y comparen: a lo mejor hay caras que les resultan conocidas o les suenan de algún lado.
El romántico: quiere que le hagas la novia y que le digas que lo amás como no lo ama nadie. Patético... o petético, mejor dicho.
El carne de diván: en vez de una buena puta, busca un excelente terapeuta que transforme la cama y la pija en concha imaginaria, así el trago para él es menos amargo y no se siente maricón.
El obsesionado por el bicho: se pone forros hasta en dos dedos, pero pretende que vos la chupes sin globito y, si es posible, te tragues hasta la última gota de su amor.
El cross dresser: en vez de ir a coger, cree que fue contratado para un desfile de Giordano en Pinamar y, después de afanarte la ropita y ponérsela lentamente con infinito placer, desfila como Linda Evangelista o como Bárbara Durand.
El recién divorciado: mientras le hacés el bucal tipo Koh-i-noor para que acabe rápido, te cuenta la mierda de mujer que tuvo, que cómo le metió los cuernos sin merecerlo y le arruinó la vida y que debido a eso ahora está en la cama con vos, que no es puto sino que está resentido contra el mundo femenino y que indudablemente, asegura: “A mí me gustan las mujeres, yo soy heterosexual. Pero ustedes la chupan mejor...”.
El violento: el más desagradable, cobarde y asqueroso, que deposita en golpes y discurso homofóbico, fascista que le gusta la verga, y que al no poder comérsela en paz con su culo y su conciencia se la agarra con vos, peligrosos bichos malos que manejan, según el caso, diferentes niveles de absurda violencia, agregando, si tenés mala suerte, que encima te afane hasta la palometa del calzón.
El ratón de alcantarilla: aquel que intenta de todas las formas imaginables que le bajes la tarifa porque siente que te está haciendo un favor, que si es posible te hace poner los forros, el lugar, la cama y te pide monedas para el viaje de regreso a su nidito de amor.
El mimosón: te hace sentir que estás de novia con él, que te llegó alegremente la hora del gran amor pero, cuando te lo estás terminando de creer, suena el teléfono y sale cagando.
El siempre hétero: hagas lo que hagas en la cama con él, repite la frase cliché y la larga donde puede: “Pero mirá que soy heterosexual, eh. Yo no soy puto, ¿sabés? Te respeto, pero yo no soy como vos...”.
Y así podría estar describiéndolos y enumerándolos toda la tarde, pero me aburro.
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