Domingo, 1 de abril de 2007 | Hoy
FRANCIA > EN EL ATLáNTICO EUROPEO
La Duna del Pilat es una solitaria montaña de arena que se levanta, curiosamente, sobre una de las costas más rectilíneas y llanas del Atlántico europeo. La elegante estación balnearia de Arcachon, muy cerca, es el lugar ideal desde donde organizar una excursión a este inédito lugar.
Por Graciela Cutuli
Desde Bordeaux hasta los Pirineos y España, la costa atlántica francesa es una sola línea recta, como dibujada por un dios apurado y cubista. Durante kilómetros y kilómetros, desde el Médoc y sus vinos hasta el País Vasco y Biarritz, donde aparecen las primeras rocas, la costa es una sola playa de arenas finas y olas gruesas. Es el paraíso de los surfers, mientras las familias se refugian más bien en los estanques de aguas saladas o dulces que bordean la costa, a escasos kilómetros hacia el interior. Son los lagos de Soustons, Hourtin y Lacanau, entre otros, que forman como una contracosta, en medio del inmenso bosque de pinos que cubre toda esta región, desde los viñedos de Bordeaux hasta las colinas del Béarn y del País Vasco.
DUNAS E ISLAS DE ARENAS Sin embargo, uno de estos lagos se abrió –o nunca se cerró– y forma una zona de invasión marina en medio del bosque. Es el Bassin de Arcachon, una bahía casi cerrada, de aguas tranquilas, dedicada al cultivo de ostras y bordeada por un balneario de renombre. Arcachon es una playa muy bonita donde las elites de Burdeos, las del comercio con las colonias y las del vino, venían a disfrutar sus ratos libres. Con el tiempo, la estación creció y floreció en toda una franja de suburbios a lo largo de la costa. Uno de ellos es Pyla sur Mer, situado en el lugar donde la bahía toma contacto con el mar. Es una zona de curiosidades geográficas. La boca de la bahía provocó la formación de un banco de arena movedizo, una isla fantasma que aparece y desaparece según las mareas y que sirve de refugio a nutridas colonias de aves. El mismo fenómeno es observado sobre la costa de Mauritania, en Africa Occidental, y las aves migratorias van y vienen de un banco de arena a otro, al ritmo de las temporadas. Ambos comparten las mismas características, las mismas aves. Será por eso que se los llama de la misma forma: Banc d’Arguin (el africano, sin embargo, fue causa del naufragio del Medusa, un barco que pasó a la fama gracias a la obra de Delacroix, que recreó el episodio).
Además de este banco de arenas, la costa sur de la bahía está dominada por una enorme masa de arena, una gigantesca duna solitaria, como escapada del Sahara y perdida sobre la costa francesa. Es la Dune du Pilat. Mide casi tres kilómetros de largo, medio kilómetro de ancho y culmina a más de 110 metros de altura. Estas medidas le valen el título de “duna más importante de Europa”. A la hora del turismo masivo, es una calificación que vale oro y los turistas la visitan de a miles cada verano. Para muchos, la duna es una especie de bautismo de arena, una sensación de desierto a minutos de las confortables infraestructuras de Arcachon, una foto sorprendente para el álbum de vacaciones.
PANORAMAS DESDE LA CIMA Se puede trepar hasta la cima de la duna por una escalera de madera, contando los escalones y evitando las horas del mediodía para no asarse en el intento, bajo un crudo sol reverberado por los minúsculos cristales de arena. Se puede optar también por una ascensión con mayores sensaciones, trepando desde otros puntos (por ejemplo los terrenos de camping que están a sus pies) y hundiéndose en las arenas finas y movedizas de las laderas de la duna. La cumbre está generalmente muy concurrida junto a la escalera y casi desierta en otros puntos. Es la recompensa para los más atrevidos. Es también una porción mayor de Sahara para llevarse como recuerdo o como fotografía... Desde la cumbre, se puede caminar por la cresta, o bajar hacia la playa, sabiendo que lo que fue bajado deberá ser remontado en algún momento.
Otra opción es utilizar la duna como observatorio. Por las mañanas, se puede ver el sol levantarse sobre los inmensos bosques de pinos de las Landas. Por las tardes, el sol se hunde en el mar dejando poco a poco la oscuridad subir, como una nube sombría, desde el pie hasta la cumbre de la duna. El Banc d’Arguin, que se puede ver desde la duna, con sus miles de aves, desaparece en las olas negras de la noche. Los últimos rojos del cielo se transforman en carmines y en negros. Es tiempo de bajar al auto, estacionado al pie de la duna, al lado del pequeño mercado de puestitos de madera que tratan de tentar una última vez por el día al turista con comidas, helados, remeras, recuerdos y postales.
Los vientos de la noche, que vienen del mar, borrarán las huellas de los turistas. A la mañana siguiente, los más valientes ascenderán una duna virgen, otra vez, la ilusión de un pedazo de desierto, cómodamente ubicado a metros de las playas más refinadas de la costa gascona.
ARCACHON, LA ELEGANTE Las “playas de exportación” de Francia, las más renombradas fronteras afuera, son las del Mediterráneo, con la Costa Azul a la cabeza y, en menor medida, las del norte, en Normandía. El Atlántico, sin embargo, reserva lugares menos conocidos pero imperdibles, como Arcachon, una estación balnearia que nació a mediados del siglo XIX y aún conserva toda la elegancia de sus “villas” Segundo Imperio, en el corazón de una ciudad que se trazó como un jardín urbano y centro de salud al mismo tiempo. Arcachon nació gracias a la operación inmobiliaria de los banqueros Emile e Isaac Pereire, pero rápidamente atrajo al mundo elegante y fue consagrada definitivamente con la llegada de Napoleón III, que la ascendió a la categoría de destino aristocrático.
Como en tiempos de la Belle Epoque, cuando se pusieron de moda los baños de mar, carpas azules y blancas se levantan sobre la playa, y junto a la costa, bajo el refugio de amplias sombrillas, los turistas se concentran en las terrazas de los cafés en cuanto empieza a caer el sol. La costanera es conocida como la “Croisette del Atlántico”, en referencia a la avenida de Cannes donde se concentran cada año las estrellas de cine de medio mundo. Y en verdad que Arcachon, con sus boutiques elegantes, sus calles peatonales, el mercado y los cafés no tiene nada que envidiarle a su colega mediterránea. No hay que olvidar que éste es uno de los lugares favoritos de la cercana aristocracia del vino, porque está cerca de la región cuyos viñedos producen los célebres vinos de Burdeos franceses. Fuera del balneario, enmarcado por los pinos de las vecinas Landas, hay otras playas pequeñas y atractivas, que invitan a unas vacaciones chic pero discretas al borde de un Atlántico sorprendentemente azul.
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