Domingo, 8 de junio de 2008 | Hoy
TUCUMAN > ITINERARIO POR EL NORTE DE LA PROVINCIA
Un paseo por el norte de Tucumán, entre cerros y ríos que permiten adentrarse en el pasado de la región y disfrutar de un paisaje con puntos panorámicos y senderos para las caminatas y cabalgatas. Desde la capital provincial, un circuito por el valle de Choromoros para visitar Trancas, San Pedro de Colalao, Hualinchay y Colalao del Valle.
Por Graciela Cutuli
Dicen que lo bueno viene en envase chico. Chico, si se lo mira en los mapas, por comparación con los extensos territorios de otras provincias: porque visto en términos reales, Tucumán parece de todo menos pequeña. La amplitud de los puntos panorámicos, la belleza y tranquilidad de un paisaje privilegiado por la naturaleza, y los senderos que se abren entre los cerros dejan que la vista se pierda hasta que el horizonte parece no tener fin. Por otra parte, las distancias no son tan grandes: un fin de semana alcanza para recorrer el Valle de Choromoros, tomando rumbo desde San Miguel de Tucumán hacia el norte, por la RN 9, y conocer lo que hay en él de naturaleza, de historia y de leyenda.
PRIMERA PARADA, TRANCAS La ciudad se encuentra unos 75 kilómetros al norte de la capital provincial, y su antiguo linaje le vale algunas páginas en los libros de historia. Fue fundada en el siglo XVII en lo que hoy se llama Villa Vieja, un paraje cercano a la Trancas actual: es acercándose a este lugar donde se puede ver, ya desde la ruta, la silueta austera de la iglesia de Trancas Viejo, un edificio de 1761 reconstruido menos de un siglo después a causa de un terremoto y aún en pie, orgullosa de haber sido declarada Monumento Histórico Nacional. En Trancas Manuel Belgrano retomó el mando del Ejército del Norte, en 1816, y las paredes de su iglesia vieron tanto el fusilamiento en 1824 de Bernabé Aráoz, el presidente de la efímera “República del Tucumán”, como el bautismo de la escultora tucumana Lola Mora.
Con una actividad productiva basada en los tambos y la agricultura, Trancas vivió tranquila hasta que la llegada del ferrocarril motivó el traslado del pueblo a su ubicación actual: por entonces, el progreso llegaba sobre rieles. A pocos kilómetros, se visita el Pozo del Pescado, una fuente donde según la creencia el misionero San Francisco Solano, que recorrió todo el norte argentino, hizo brotar agua para saciar la sed de los primeros habitantes. Y si se trata de creer... hay para todos los gustos: es que Trancas también es famosa en los archivos ufológicos argentinos (si tal cosa existiera), por un presunto episodio de “encuentro cercano con extraterrestres” que se produjo décadas atrás y que nunca fue debidamente aclarado. Así que hay que ir dispuesto a todo, y por qué no, cámara en mano.
SEGUNDA, SAN PEDRO DE COLALAO La ruta sigue y lleva hacia San Pedro de Colalao, donde existía antiguamente una encomienda de indios colalaos. Con el tiempo, se impusieron el verdor del paisaje y el clima beneficioso: así San Pedro se convirtió en un lugar de descanso y turismo, abrazado por el curso de los ríos montañosos Tipa y Tacanas, que refrescan el intenso calor del verano. La iglesia de San Pedro alberga sin duda una curiosidad: se trata de una campana que tiene más de tres siglos, hecha en aleación de oro, hierro y cobre y traída por los jesuitas allá por el siglo XVII. Nadie sabe cómo, hace años la campana simplemente se perdió durante una tormenta... y nadie sabe cómo, fue recuperada en el lecho del río en 1980. Hoy, sus 87 kilos de metal se exhiben en el atrio de la iglesia.
Para el viajero con aficiones de investigador, el interés de San Pedro de Colalao está en sus yacimientos arqueológicos: se encontraron aquí testimonios de las culturas Ayampitin, Ampajango y Candelaria, y el museo local conserva varios petroglifos de interés. Al recién llegado, lo primero que se le muestra es Piedra Pintada, una enorme roca de tres metros de largo y 1,60 metro de altura, enterrada unos dos metros por debajo del nivel del terreno, y plantada en una meseta rodeada de ríos. Una hora y media lleva la caminata desde el pueblo, pero vale la pena: la piedra no sólo impacta por el tamaño, sino sobre todo por las figuras talladas en los costados y el mortero que se encuentra en una de sus caras. Como en tantos otros casos, aunque las figuras recuerdan a veces las formas de animales, sobre su significado sólo hay conjeturas. El otro lugar cargado de misterio es Tiu Cañada, un paraje cercano al pueblo donde se levantan una gran piedra central y otras a su alrededor, formando lo que se cree un calendario solar erigido en piedra. Probablemente, según los expertos, gracias a estas piedras los aborígenes podían guiarse para los tiempos de cultivo y trabajo de la tierra. Saliendo de aquí, se pueden emprender varias excursiones y caminatas por los alrededores: a pie, en bicicleta, a caballo, todo depende de los tiempos del viajero y su plan de viaje.
Entretanto, historia aparte, la vocación turística de San Pedro de Colalao se revela en la frecuencia de sus fiestas: en San Pedro, la humita, el quesillo, el caballo peruano, la nuez y el locro son motivos de otras tantas celebraciones regionales, además de las fiestas patronales que se realizan durante este mes de junio. Cada una de estas fiestas permite además acercarse a las especialidades regionales, a veces intactas desde hace siglos, pensando que tal como las comemos hoy las comieron los habitantes de esta región tucumana en tiempos en que el turismo ni siquiera se había inventado.
HUALINCHAY Y COLALAO DEL VALLE El viaje sigue, esta vez hacia el oeste, siempre bajo la sombra atenta de los cerros que dominan un horizonte hecho de pura tierra y un sol que parece eterno. Allí se esconde la siguiente etapa del circuito en el valle: es Hualinchay, no más que un puñado de casas, a 1700 metros de altura, uno de esos lugares del noroeste donde las agujas del reloj parecen cobrar un ritmo más lento, a la vez que el corazón se acelera ante tanto cielo.
Tan pequeño como grande su entorno, Hualinchay es un oasis donde algunos paran para descansar en un camping que ofrece piletas con agua de montaña. En pleno verano, es una meta deseada y buscada. Quienes quieran probar una cabalgata, pueden intentarlo desde aquí: sale de Hualinchay una huella que llega hasta Colalao del Valle, en medio de un paisaje impresionante de silencio y soledad. Es para quienes tengan algo de entrenamiento –también se puede hacer a pie– y es conveniente contratar los servicios de los guías locales que conocen el terreno como la palma de sus manos.
Después de Hualinchay, queda poco de este circuito que forma como un lazo en el norte tucumano: un par de empalmes de rutas, y se regresa a la RN 9 que llevará de nuevo a San Miguel de Tucumán. Son caminos de montaña, con curvas y contracurvas, una sorpresa permanente a cada giro del volante: pero la cercanía con la capital no significa que se han terminado los lugares por ver. Caseríos como Gonzalo, con sus familias consagradas a la agricultura (donde se encontrarán además puestos de venta de dulces y quesos a la vera del camino), y la vista imponente de las Cumbres Calchaquíes le ponen un broche de oro a esta recorrida por la región de Choromoro. Y al llegar a Tucumán, ahora sí es el fin del viaje: pero allá quedan, sumergidos en su paisaje milenario, casas, pobladores y ese tiempo infinito que corre, como el viento entre los valles.
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