Domingo, 16 de noviembre de 2008 | Hoy
LA RIOJA > RUTA SANMARTINIANA
A lomo de mula, como en viejos tiempos, es posible recrear la ruta del ejército sanmartiniano en La Rioja. Una aventura por la parte más asombrosa de la Cordillera.
Por Graciela Cutuli
Aun hoy, con la tecnología y los avances del nuevo siglo, cruzar la imponente Cordillera de los Andes sigue siendo un desafío de los grandes. Al fin y al cabo, en pocos lugares del mundo se encuentran montañas que superan los 6000 metros, volcanes extinguidos que vigilan los horizontes solitarios y un paisaje infinito y grandioso donde sólo reina el cóndor. Este desafío fue el mismo que emprendió José de San Martín en 1817, cuando después del difícil trabajo de reunir el Ejército de los Andes se animó a la hazaña de enfrentar la Cordillera: una hazaña que hoy cuesta imaginar en toda su dimensión, porque a la falta de rutas -–apenas había un camino de no más de medio metro de ancho, pedregoso y desigual– hay que sumarle la falta de ropas de abrigo, de conservación de los alimentos, de remedios para atender a los enfermos. Sin embargo, pudo escribir San Martín ese mismo año: “En 24 días hemos hecho la campaña, pasamos las cordilleras más elevadas del globo, concluimos con los tiranos y dimos la libertad a Chile”.
LA RUTA SANMARTINIANA Las rutas del cruce de la Cordillera fueron seis en total: dos principales y cuatro secundarias. Dos columnas pasaron por Mendoza, tres por San Juan, y la sexta –que contó con la colaboración del ejército de Belgrano– estaba al mando de Zelada y Dávila y salió de Guandacol en enero de 1817 hacia Laguna Brava y el Paso de Come Caballos, a la altura de La Rioja. Esta misma ruta será recreada a partir de este verano, en una travesía turística que invita a recorrer las huellas sanmartinianas y a sentir nuevamente la fuerza de aquella epopeya que derrotó los obstáculos de la naturaleza y de los hombres.
El punto de partida es la localidad riojana de Villa Unión, donde el grupo realiza los últimos preparativos antes de internarse en las montañas. Al día siguiente, se parte temprano en vehículos 4x4 rumbo a la Cordillera de los Andes: allí, en el refugio del Peñón, a 3500 metros de altura, comienza el proceso de aclimatación. El día se pasa entre pequeñas caminatas y sucesivos descansos, para permitir el acostumbramiento del cuerpo a la altura: a diferencia de los esforzados soldados de Zelada y Dávila, que sólo contaban con ajo y cebolla para paliar los efectos del apunamiento, sus émulos de hoy tienen algo de tiempo para aclimatarse. Y no faltará quien recuerde las crónicas de aquel primer cruce: “Toda la infantería iba montada hasta la primera noche de vivac en el descenso de la cordillera, para precaver o disminuir la fatiga que el soroche produjera en la tropa. No obstante esto, entre los artículos de la proveeduría se llevaban cargas de cebollas, de ajos y de vino para racionar la tropa en las jornadas peligrosas, que la experiencia ha enseñado ser antídotos poderosos que de ordinario precaven el mal o lo curan”.
DEL TERCER DIA AL FINAL El tercer día de expedición comienza con la preparación de las mulas para la travesía. Es una jornada entera de cabalgata, con algunas pausas para descansar y almorzar, hasta que se llega a los Pastillos, lugar del segundo campamento. La noche en el refugio, a la luz de las estrellas y de ese cielo que de tan azul se torna negro, da pie a las fantasías y los recuerdos, y permite empezar a sentir en una dimensión más real lo que fue aquel cruce de 1817.
En la jornada siguiente, cuando se pone rumbo a Pucha Pucha, sede del próximo campamento, la Cordillera se presenta en todo su esplendor: quedó atrás aquel primer paisaje de cardones, quedó atrás la planicie de altura, y aquí empiezan a mostrarse en toda su altura y fuerza los Andes meridionales, con su cinturón volcánico y la erosión que quedó después de la última glaciación. Ya falta poco para el objetivo principal, el paso de Come Caballos: el cansancio se va haciendo sentir, porque aquí pesan la altura, la fuerza imparable del viento, el frío intenso que no se parece a nada conocido. Pero al mismo tiempo el cansancio no tiene ninguna importancia: lo único que se impone es la montaña, la conciencia de la hazaña sanmartiniana, y la profunda compenetración con el cielo y la altura en el corazón de esta ruta de los Andes riojanos. Luego será hora de volver, de desandar los pasos ya dados y volver a bajar, a sentir que las cumbres cordilleranas están lejanas e inalcanzables. Aunque no tanto, al fin y al cabo...
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