MISIONES UNA ESTADíA EN LA ESTANCIA LA MISIONERA
Cuando la selva no es cuento
A orillas del río Paraná, y a 130 kilómetros de Puerto Iguazú, la estancia La Misionera produce desde hace 80 años té y yerba mate. Y desde 1999 también recibe turistas en su casco en medio de la selva. Un criadero de yaguaretés, pesca de dorados y surubíes, cabalgatas y un trekking por la selva en los alrededores de Caraguatay.
Por Julian Varsavsky
Al desviarnos de la Ruta 12 por un camino de tierra roja hacia la estancia La Misionera, nos sumergimos de lleno en la selva más pura, que de repente desaparece por completo en las bajas plantaciones de yerba mate y nuevamente se levanta, como de un salto, en sucesivos telones de vegetación.
Al llegar al casco de la estancia las lianas rozan el vidrio del auto, un hecho menor que resume la total esencia silvestre de una estadía en La Misionera: alojarse aquí implica estar virtualmente asediados por la selva. Las habitaciones están rodeadas por una galería abierta y cada puerta da directamente hacia afuera, hacia la espesura vegetal. El piso está elevado medio metro sobre el suelo para mantener a raya a la fauna, pero allí abajo, atraídos por las luces de los faroles en la noche, están los sapos mirando hacia arriba mientras ofrecen una graciosa serenata en medio del silencio más absoluto. Quien lo desee puede dormir con la puerta abierta; en el entresueño percibirá el olor a hongos, madera y tierra mojada que llega desde la selva y se cuela por la tela mosquitera.
Durante el día la fauna también se acerca a reclamar su espacio. Toda clase de pájaros, incluyendo a los tucanes de pico verde, revolotean por el parque. Pero las golondrinas son las que más han avanzado en la contienda, y anidan desde hace 25 años en una viga de madera que sostiene la galería con arcadas de ladrillo bajo la cual almorzamos. Un zorro se escabulle a lo lejos entre unos arbustos, e increíblemente un armadillo aparece junto a las mesas y corretea entre las piernas de los comensales.
UN JARDIN EN LA ESPESURA El casco de La Misionera está rodeado de frondosos árboles que lo cubren con su sombra y hay una refrescante piscina en medio de un jardín con altos lapachos negros llenos de orquídeas, un palo borracho, dos cañafístolas, una gran cañada de bambú de tipo tacuara amarilla, eucaliptos, bananos y palmeras pindó. En las alturas de los árboles suelen verse algunos monitos caí saltando de rama en rama. Y muy cerca de allí, a unos 30 metros de las habitaciones, fluye el río Paraná. En la estancia aseguran que tanta sombra y tanta agua atenúan notablemente el calor del verano.
La historia de La Misionera arranca en 1926, en una época en que vastos sectores de la selva misionera se vendían a colonos llegados de Europa, Brasil y Paraguay. Aun en la actualidad la estancia sigue produciendo té, yerba mate y madera de pino en un área de 2500 hectáreas. Edesio González, gerente turístico del establecimiento, recibe personalmente a los huéspedes y les describe las instalaciones. El casco de estilo neocolonial es de los años ‘20, mientras que el anexo con las siete habitaciones es de 1944. Los espaciosos cuartos tienen un techo interior de madera que está a 4 metros de altura para mantener el ambiente a temperatura agradable. No tienen aire acondicionado porque lo consideran un impedimento para percibir con todos los sentidos la intensa naturaleza que envuelve al lugar. Pero cuentan con un silencioso ventilador de techo. Los baños son asombrosamente grandes, al estilo de las viejas estancias. Las ventanas, por supuesto, tienen vista al río y al jardín. Las habitaciones cuestan desde $ 20 (con desayuno) en adelante.
A GOLPE DE MACHETE Una caminata por la selva es uno de los atractivos que distinguen a la estancia. Ramón Otazú es un guía local nacido en Caraguatay que trabaja en La Misionera y se especializa en observación de aves. En los últimos años ha contabilizado 226 especies. Con una vista de lince, Ramón descubre numerosos ejemplares entre el follaje: el carpintero arco iris y el blanco, el anó quirirí –de color azulado y 41 centímetros de largo–, el surucuá amarillo, el tingasú y el arsaribanana, de la familia de los tucanos. Avanzamos por un estrecho sendero con la ayuda de un machete para quitar del medio algunos arbustos. Una barroca proliferación de tallos, lianas y raíces se agarran unos a otros con firmeza, y pareciera que todos los árboles de la selva estuvieseninterconectados entre sí, formando un entramado de infinitas combinaciones. Luego de media hora de caminata, al final del sendero, nos encontramos con la sorpresa de los restos de piedra de una antigua casa; la misma en que fue gestado Ernesto “Che” Guevara y donde también habitó los primeros años de su vida. En este lugar, Ernesto Guevara Lynch (padre) y Celia de la Serna tuvieron un establecimiento rural que debieron abandonar por los problemas de asma de su pequeño hijo.
PECES Y CABALLOS El río Paraná es el otro ámbito donde desarrollan sus paseos los huéspedes de La Misionera. Por un lado, está la visita a la Isla de Caraguatay, con una hermosa playa y senderos peatonales. El paseo incluye un desvío por un angosto afluente encerrado por la selva. Muchos huéspedes optan por un día de pesca embarcada de dorados, que en ciertos lugares alcanzan muy buenos portes. La veda de pesca se levantó el pasado 15 de diciembre, y en esta zona el Paraná también es pródigo en bagres y surubíes.
Para muchos de los visitantes de La Misionera, la mejor experiencia es una cabalgata por la selva que parte de un establecimiento agrícola de 540 hectáreas en las afueras de Colonia Caraguatay. La encargada de las cabalgatas es Mariela Seifer, una veterinaria descendiente de alemanes que se dedica a criar caballos. Su erudito conocimiento de la selva nos permite descubrir especies que de otra forma pasarían desapercibidas, como numerosas orquídeas salvajes y helechos gigantes que brotan por doquier.
EL TIMBO GIGANTE Desde La Misionera se realiza una excursión al Refugio de Vida Silvestre “Timbó Gigante”, ubicado dentro de la estancia, que se creó con la finalidad de preservar la selva paranaense junto al arroyo Paraná-Guazú. El proyecto –una iniciativa de los dueños de la estancia y de la Fundación Vida Silvestre se diseñó en torno de un antiquísimo ejemplar de timbó gigante. El árbol mide 42 metros de altura y tiene un tallo de 2,10 metros de diámetro, coronado por una copa con forma de sombrilla de 6,50 metros de circunferencia. El timbó es una especie autóctona y uno de los gigantes de la selva paranaense.
En Misiones más de la mitad de la superficie de selva original ha sido reemplazada por cultivos y forestaciones de pino. Una de las consecuencias es que la especie timbó se encuentra amenazada. Su fruto es una pequeña baya negra con forma de oreja llamada por los guaraníes cambá nambi (oreja negra) que sirve para alimentar a varias clases de mamíferos. La copa del timbó sobresale claramente por encima del techo de la selva.
La zona que rodea al timbó gigante es ideal para observar la descarnada competencia vegetal por el acceso a la luz en la densidad de la selva. Al mirar con detenimiento se descubre un verdadero duelo de titanes que se estrangulan unos a otros, en una aparente inmovilidad. Las gruesas ramas de los árboles se doblan en zigzag tratando de evadir los embates del adversario, y entre todos terminan formando una caótica maraña vegetal.