Dom 28.07.2013
turismo

RíO NEGRO. AVISTAMIENTO COSTERO DE DELFINES

Franciscanas a la vista

Las costas cercanas al balneario El Cóndor, donde las aguas del río Negro van a dar al océano, son una de las pocas de la Argentina donde se puede realizar avistaje costero de delfines: aquí viven, además de toninas (o delfines nariz de botella), las pequeñas y escurridizas franciscanas, una especie de delfín endémico esencial en lo que podría ser a futuro un Area Natural Protegida.

› Por Graciela Cutuli

El mar patagónico es un tesoro de vida. Desde la microscópica, que suele pasar inadvertida pero es la base de la cadena alimentaria que permite la supervivencia de las grandes especies, hasta la más gigante y vistosa: como esas ballenas que todos los años, puntualmente, asombran a los visitantes desde las embarcaciones o desde la costa. En Puerto Madryn –y ahora también en Las Grutas, donde se está realizando un número creciente de avistajes embarcados– las ballenas son las estrellas de la temporada invernal. Pero más al norte, y durante todo el año, los médanos del balneario rionegrino El Cóndor son una meta buscada por expertos y curiosos que quieren avistar delfines desde la costa: es uno de los pocos y mejores lugares de la Argentina donde resulta posible. Hay que aguzar la vista, pero también aprender la técnica. Y los resultados serán sorprendentes.

Los acantilados de la costa rionegrina son ricos en fósiles.

AVISTAJE DE FRANCISCANAS Desde hace casi una década varias ONG, biólogos y conservacionistas trabajan en la creación del Area Natural Protegida Estuario del Río Negro, la zona de la de-sembocadura del río Negro en el Atlántico, incluyendo los acantilados donde se encuentra la mayor colonia de loros de todo el mundo. Bajo la coordinación del biólogo Mauricio Failla, investigador de Fundación Cethus, funciona aquí también un proyecto de investigación y avistaje de toninas y delfines franciscanas que apunta a difundir la conservación y el “uso ecoturístico” de estas variedades de delfines, con difusión en 30 escuelas de la Patagonia noreste, donde más de 6000 estudiantes y 600 docentes participan activamente de la conservación de la especie y su hábitat, así como el público en general.

La región es un humedal de importancia excepcional para la provisión de agua, la inmovilización de contaminantes en sus barros, la protección contra la erosión de las costas y la generación de nutrientes. Entre bancos de arena, marismas, islas e islotes bajos, para casi 200 especies de aves y centenares de peces y otros animales acuáticos es un sitio importante de alimentación y cría. Y para las toninas y franciscanas una región segura, que cuenta además con un importante patrimonio paleontológico en los alrededores. Al mismo tiempo, es una zona de gran fragilidad y alta sensibilidad ecológica, de difícil recuperación ante el impacto de la actividad humana. De ahí la importancia de otorgarle un mayor grado de protección de la mano del desarrollo del turismo sustentable, atraído por esta frontera aún casi virgen entre la tierra y el mar.

“La franciscana –explica Mauricio Failla, que suele guiar a grupos de biólogos e investigadores de todo el mundo por estas costas que conoce como la palma de su mano– es el delfín más amenazado del Atlántico sudoccidental: miles mueren cada año en las costas argentinas, uruguayas y brasileñas al quedar ahogados accidentalmente en redes de pesca llamadas trasmallos. Por eso promovemos aquí el reemplazo de los trasmallos por las cañas de pesca, así como las técnicas de avistaje desde costa, sin necesidad de embarcarse: consideramos al ecoturismo como la mejor forma de poner en valor a los delfines del río Negro.” Es que, a diferencia de otras especies, a las franciscanas no les gusta la presencia de embarcaciones.

La franciscana es endémica de las costas poco profundas del Atlántico Sur, desde la Argentina hasta el sur de Brasil, y se diferencia de las demás especies de delfines por una trompa muy larga, el detalle que permite avistarlas desde lejos a pesar de su pequeño tamaño. Como viven en las aguas turbias de las desembocaduras de río no es fácil avistarlas, pero hay que intentarlo los días de poco oleaje y escaso viento.

Con un buen par de largavistas en la mano, Mauricio enseña a examinar las aguas de “la boca”, allí donde el río se junta con el mar. A primera vista, los ojos desprevenidos se asombran de todo lo que puede descubrir en las suaves ondulaciones del agua: pero poco a poco también los inexpertos aprenden sus secretos, y empiezan a descubrir esa vida floreciente que se desarrolla al ras de la línea del horizonte. “Para poder ver ciertas especies de delfín, como sucede con la franciscana, el mar tiene que estar ‘planchado’ –explica–. Los que trabajamos ‘fotoidentificando’ delfines, animales tan rápidos que resulta difícil estudiarlos, utilizamos las marcas y formas naturales de sus aletas dorsales, que son diferentes en cada ejemplar. Las fotografías se pasan por un software especial, que ayuda a identificar de qué ejemplar se trata, para poder así estudiarlos durante varios años con el objetivo de comprender mejor sus formas de vida y necesidades de conservación.”

Ampliando al máximo las fotos de las toninas que acabamos de avistar en la playa El Pescadero del balneario El Cóndor y que, con increíble puntería, consigue tomar Mauricio, se descubre la certeza de sus palabras: si a simple vista parecen todas iguales, cuando se miran en detalle las aletas resultan diferentes en curvatura y forma, y tienen detalles únicos, como mordeduras que se hacen entre ellas. La franciscana no es la única especie de delfín que vive en la zona: aquí también se pueden avistar toninas y muchas especies de aves marinas. Se encuentran asimismo lobos marinos que remontan el río hasta frente a las costaneras de las dos ciudades hermanas y enfrentadas, Viedma en la provincia de Río Negro y Carmen de Patagones en la de Buenos Aires. Incluso las franciscanas y toninas nadan río arriba los 30 kilómetros que separan a estas ciudades del mar, brindando especialmente en otoño un espectáculo único.

Dunas de El Pescadero, cerca de El Cóndor, ideales para divisar delfines desde lo alto.

PAISAJE DE RELOJ Es toda una rareza que en la desembocadura del río Negro se puedan avistar delfines desde la costa: por eso, el objetivo es contar con un circuito autoguiado y con cartelería, que permita la orientación de los visitantes. Como siempre en el avistaje de fauna, los guías se valen del sistema de las agujas del reloj –muy utilizado por los navegantes– para indicar la presencia de la especie buscada “a las 12” si un animal se encuentra frente a nosotros, o “a las tres” si está en ángulo recto a nuestra derecha, según algunas de las posibles ubicaciones de las imaginarias agujas en el gigantesco cuadrante de la naturaleza. Las franciscanas son tan rápidas –y tímidas a la vez, ya que no realizan saltos ni golpes de colas ni aletas como las típicas acrobacias de otros delfines– que al recién llegado prácticamente no le alcanzan los ojos para verlas, pero los fines de semana es común ver por aquí a los pobladores –entre ellos chicos que aprendieron la técnica de avistaje en la escuela leyendo la revista Delfines del Río Negro de Fundación Cethus– que ya saben más o menos por dónde andan y las descubren con facilidad.

Por su parte, los biólogos que trabajan aquí lograron una proeza: grabar por primera vez en la vida silvestre la voz de las franciscanas y sus complejos sistemas de “ecolocalización” mediante sonidos muy agudos e imperceptibles para el hombre, equivalentes a un radar, gracias a los cuales logran comunicarse y encontrar a sus presas. Los delfines nariz de botella, en cambio, son bastante más grandes y resultan muy acrobáticos. Mauricio sabe bien cuándo es buen momento para ver a las diferentes especies, en función de las mareas, y explica también que resulta común verlos en una zona de juncales donde una corvinera funciona como pescadero ideal para los cetáceos.

Desde la zona de médanos, que resulta ideal para el avistaje porque brindan protección y altura cerca de la costa, se puede ver claramente cómo las aguas marrones del río ingresan y se van disolviendo lentamente en las aguas azules del océano. “Las toninas –cuenta Mauricio– usan la energía del agua para entrar y se van hasta Viedma. A veces entran hasta 60 kilómetros río arriba, y es algo inédito porque no había registro de que usaran tanto tiempo el agua dulce en la Patagonia.”

Hacia atrás del pescadero se ve el “paleocauce”, allí donde corría el río hace millones de años, producto del levantamiento de los Andes. Con kilómetros de ancho en su desembocadura, contaba con las “defensas del río Negro”, un sistema de bancos que resulta engañoso para los barcos porque allí pueden encallar fácilmente si no conocen bien el terreno donde se mueven. Al mismo tiempo, estos bancos posiblemente tuvieron un beneficio inesperado: sucede que en los años ’70 se llevaron a San Blas ostras cóncavas del mar de Japón, grandes y traicioneras porque invaden nuestros ambientes naturales y compiten con nuestra fauna autóctona, hasta cortando los pies a quien las pise. Durante un tiempo se temió que tomaran también esta zona del río Negro, y de hecho se hallan algunas ostras, pero posiblemente estos bancos de arena, que las tapan y destapan, también las eliminan, porque se trata de ostras de superficie. El tiempo dirá si las ostras exóticas logran invadir también este estuario. “Además –explica Mauricio– estos bancos generan un aporte de arena valioso e indispensable para mantener la dinámica de nuestras extensas playas.”

Otro detalle particular del balneario El Cóndor son sus acantilados: formados principalmente por milenarios campos de arena compactada por los años y procesos geológicos, son naturalmente muy inestables en su primer tramo donde dan al mar, y retroceden casi un metro por año. Al punto de que hubo que correr la llamada “ruta de los acantilados” debido al retroceso de los altos paredones que la sustentaban. Como consejo para los visitantes, es mejor recordar que los derrumbes son frecuentes y se sugiere tomar como regla de seguridad caminar a más de 10-20 metros del borde del acantilado, porque esa zona puede ser alcanzada por el riesgo de un derrumbe.

Fuente: Revista Delfines del Río Negro, Fundación Cethus (www.cethus.org).

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