Domingo, 31 de enero de 2016 | Hoy
URUGUAY > BARCAS Y FLORES PARA IEMANJá
Cada 2 de febrero, en Montevideo como en tantas otras ciudades de América latina, fieles, seguidores, creyentes y no tanto le rinden culto a Iemanjá –protectora de los barcos y los pescadores– en la playa Ramírez. Crónica de una fiesta pagana y popular de la otra orilla.
Por Guido Piotrkowski
Fotos de Guido Piotrkowski
Hay flores en el mar / hay flores en el mar, / En el borde de tu falda, / hoy te vienen a entregar, / madre fuerza de las aguas, flores blancas en el mar…
Como un mantra, resuenan los versos de esta canción de Jorge Drexler. Como un río que fluye lentamente hacia el mar, una suerte de procesión sin principio ni final, miles de personas se acercan a la playa Ramírez, epicentro de la celebración de Iemanjá, la reina del mar, la diosa de las aguas, la madre de todos los dioses u orixás.
Los orixás son las deidades del umbanda, el candomblé, y el vudú, los cultos que llegaron con los esclavos desde África y se afincaron a lo largo y ancho de nuestro continente, sobre todo en los lugares dónde las raíces negras calaron hondo, como en Montevideo. Y que a fuerza de ritos y costumbres, contra todo preconcepto, persisten, como esta fiesta mística y multitudinaria que se celebra cada 2 de febrero.
Iemanjá o Yemanyá, Reina de los Mares o Stella Maris de la Virgen María, también conocida como Nuestra Señora de los Navegantes. Son los nombres que le caben a la madre de los dioses del panteón yoruba, una sirena coqueta que adora el maíz blanco y es dueña de todos los frutos y riquezas del fondo del mar. A sus poderes sobre la familia, el amor y la fertilidad, hay que agregar su rol de protectora de los barcos y de los pescadores. Ella rige las aguas, decide sobre la vida de navegantes y pescadores, que son sus devotos y a quienes protege. Iemanjá recibe cartas que ruegan por su supervivencia en alta mar, por amores perdidos o la salud de un ser querido. Si las ofrendas vuelven a la orilla quiere decir que la diosa las rechazó. Iemanjá es deseada, temida y venerada. Se dice que aquellos valientes que perecen en el océano en realidad eligieron dormir a su lado, y para siempre.
Iemanjá es la sirena que llegó junto a los esclavos atravesando tempestades y se quedó, eternamente, nadando por estos mares. Como en Montevideo, donde cada 2 de febrero miles de fieles se reúnen para celebrar su día. Iemanjá es reina, es diosa, y es princesa.
LAS LEYENDAS Iemanjá significa “gran madre cuyos hijos son los peces”. Un manto de leyendas llegó hasta acá junto a la bella sirena y los cautivos africanos. Algunas de estas historias señalan que es la hija de Olokum, dios del mar, y la esposa de Olofin, el rey de Ile Ifé, con quien tuvo una decena de hijos. Todos, a su vez, también orixás. Ilé Ifé era la antigua ciudad sagrada del universo yoruba y cuna de todos los dioses. Se dice que Iemanjá, hastiada de aquel lugar, huyó hacia Abeokuta, en Nigeria. El rey, furioso por el abandono, lanzó un ejército tras ella, que sintió miedo y quebró una botella con un extraño líquido dentro que le había dado su padre para cuando estuviera en peligro. Así el líquido derramado se transformó en un río que la llevó hacia el mar y la reina se transformó en diosa, en princesa, en sirena, en madre de todos los dioses.
LA CELEBRACIÓN Los mayoría de los fieles comienzan a llegar después del mediodía, pero algunos, los más devotos, se acercan desde la medianoche del 2 de febrero para empezar con sus rituales, los bailes, bendiciones y ofrendas que se extenderán durante toda la madrugada. Sin embargo es sobre el atardecer cuando la playa se colma, con devotos de toda índole, fervientes adoradores de las religiones afro que llegan con sus templos a cuestas desde todas los rincones de Montevideo y más allá. Y en playa Ramírez, el rincón más concurrido de la capital uruguaya para celebrar Iemanjá, arman su espacio. Algunos montan gazebos y delimitan el área del templo en la arena con cuerdas: allí llevarán a cabo sus rituales.
Como Stella Maris, del templo Stella Maris de Iemanjá, que a las tres de la tarde y con un sol que raja la tierra, tiene una larga hilera de gente esperando por bendecirse. Ella es rubia, viste de blanco y lleva un largo collar de religión o guía, celeste, que le llega por debajo de la cintura. El celeste es uno de los colores que le corresponden a Iemanjá. Bajo el gazebo, custodiándolo todo, hay una imagen de la diosa atiborrada de esas guías.
Mientras la gente pasa, y Stella Maris se santigua, Horacio Morón –uno de sus hijos de religión, el encargado de custodiar la fila– dice: “Somos umbandistas del templo de Stella Maris de Iemanjá, en Canelones. Yo soy hijo de religión, ella tiene diez hijos de religión además de su hijo carnal. Hoy la gente viene a santiguarse y es gratis, los demás días que santiguas en el templo, cobras la consulta”. Mientras tanto, una persona en la hilera interrumpe, quiere saber si se va a curar. “Hoy no te va curar, te va santiguar, y capaz que te alivia, pero no te va curar hoy. Todo no te saca”, le explica al hombre y sigue: “En umbanda trabajamos línea blanca, con santos, Iemanjá, la Virgen María, San Jorge, el Niño Jesús. Nosotros sacamos el mal, no hacemos el mal, por eso siempre estamos de blanco. Cobramos según lo que te hicieron, pero tenemos que tratar de abaratar, porque si a vos te va mal, con qué vas a pagar. Yo no puedo lucrar contigo, después lo que yo haga contigo me cae a mí”.
En otra punta, un grupo del Templo Merced Ogún Narué trae una barcaza enorme, una de las más grandes de todo el festejo. La barca es la ofrenda que reina en playas uruguayas. Desde hace unos años son biodegradables, así no contaminan la morada de Iemanjá. Las hay de todos los tamaños, pero predominan los mismos colores: celeste y blanco, los colores de la diosa. Además se le ofrendan flores y perfumes y jabones y lápiz labial y carteritas y cadenas, porque la reina del mar, recordemos, es muy coqueta.
“Yo me vengo de Mercedes, a 400 kilómetros de acá, para brindarle caridad a toda la gente que necesita, porque hay mucha gente que necesita ayuda espiritual”, dice Mai Esilda, del templo Ogún Narué. Lleva puesto un largo vestido blanco y un pañuelo, también blanco, en forma de turbante sobre su cabeza. Atravesados al pecho tiene dos guías cruzadas, de color verde, rojo y blanco, que corresponden a Ogúm, el orixá guerrero. “Cuarenta y cinco años de religión tengo. La Mai Oxum es mi ángel de guarda, la adoro. La Mai Iemanjá viene a ser la Mai de todos los orixás, como quien dice la diosa. Pero para mi son todos grandiosos. Todos los 2 de febrero yo vengo, es una promesa que hice hace años, soy religiosa y voy a seguir así hasta le ultimo día de mi vida”, asegura, mientras sus hijos de religión ultiman los detalles de la barca y entierran las velas que encenderán al caer el sol. Rosana, que es hija de religión de Mai Esilda, también viste de blanco, aunque su vestido tiene vivos celestes, igual que sus guías, Iemanjá es su orixá. “Ella también es Mai de santo pero no está liberada– aclara Mai Esilda–. Se hace un ritual para estar liberada, después tenés que abrir tu casa de religión”. Rosana escucha atentamente y cuando la Mai le da lugar, interviene en la charla. “Tengo 22 años de religión pero siento que recién me puse los pañales –dice para presentarse–. Iemanjá es la virgen de los navegantes. Los esclavos africanos tenían que ocultar su religión porque los amos le tenían miedo a la religión, eran castigados. Entonces ahuecaron las imágenes del catolicismo y colocaron adentro los acuta, que son los que representaban a cada orixá. Como los curas y los patrones veían que habían convertido a los esclavos al catolicismo, los dejaban tranquilos. Y ellos, mientras tanto, se juntaban en el Quilombo, donde hacían sus fiestas y adoraban a los orixás”. Rosana no quiere abrir su propio templo y no cree que haya que cobrar por santiguar, ella tiene su trabajo y la religión es vocación.
La ronda está por comenzar, Mai Esilda ya está lista, sus hijos arman un círculo y una buena cantidad de gente se agrupa alrededor. De a poco entran en trance, van “incorporando” los diferentes santos. Ya no son ellos los que están ahí, sino su orixá. Rosana no sabe lo que la gente le pide cuando están en trance. “Yo no sé, porque cuando estoy incorporada no tengo idea lo que hacen, pierdo el conocimiento. Yo no escucho a la gente ni sé lo que dicen mis entidades, yo soy el medio de transporte nomás”.
Con el correr de las horas más y más gente llega a la playa. Se suceden las imágenes de trances y rituales, el sonido de los tambores, hombres y mujeres que cantan y bailan y giran y giran y giran. Poco antes de la caída del sol, el momento cumbre, los fieles van hacia el agua. No todos son de algún templo ni visten de blanco ni tienen guías colgadas. Hay familias enteras, niños, abuelos, parejas jóvenes y no tanto, almas solitarias y enamorados. Todos llevan su ofrenda entre manos. Una mujer rocía con perfume un ramo de flores antes de arrojarlas, una madre y sus dos hijos dejan ir su barca, una niña apoya una vela encendida sobre el agua. Muy cerca, un grupo de mujeres sostiene a Rosana, que ya está incorporada y parece desvanecerse. Una escena que se repite a lo largo de la costa, mientras los devotos siguen su peregrinaje sin fin, dentro y fuera del agua, barcas y flores que se pierden en el horizonte. Y así hasta que oscurece, y se encienden las velas. Y la playa de Montevideo es toda de Iemanjá.
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