Domingo, 6 de marzo de 2016 | Hoy
ARGENTINA > SALIDAS DE OTOñO, INVIERNO Y PRIMAVERA
Una propuesta de viajes cortos a lo largo de todo el año para dejar atrás la gran ciudad: desde el otoño al invierno y la primavera, recorrida por los volcanes de la Payunia en Mendoza, una estancia en La Pampa, un spa en Mar del Plata, casas de campo en la provincia de Buenos Aires y Villa Pehuenia bajo la nieve.
Por Julián Varsavsky
Fotos de Julián Varsavsky
El final del verano está resultando caluroso y movidito en la gran ciudad, ese monstruo que expulsa y atrae a la vez, del cual siempre nos queremos ir pero al que después se añora regresar. Es más fácil quererla a esta Buenos Aires si uno le escapa regularmente a sus fauces de concreto, y por eso Turismo/12 propone una serie de viajes cortos para hacer en las tres estaciones que falta transitar, en un año que se las trae. Son escapadas para hacer en el día o que se pueden extender una semana, pero donde el objetivo no es rodar y rodar sino llegar a un lugar y quedarse más o menos quieto, con cierta actividad inclinada hacia la contemplación de la naturaleza.
TIGRE CON HOJAS AMARILLAS El delta de Tigre adquiere después del verano su tono más melancólico, con suelos tapizados de hojas y ciertos árboles tornando hacia el amarillo y el naranja. Cada vez más personas vuelven al Delta –después de muchas visitas- a mirar su otra cara: la “continental”, aquella que equivale a las afueras de Venecia, adonde se puede llegar en auto. Allí hay casas de la época de la colonia (algunas de las muy pocas que quedan en Buenos Aires), caserones de fina arquitectura de estilo veneciano y Tudor en los clubes de remo, museos como el de la Reconquista y el Naval, el fastuoso edificio del Museo de Arte Tigre (MAT), el Parque de la Costa para los chicos y los restaurantes con mesas al aire libre frente al río en el Paseo Victorica. A dos cuadras de donde nace este coqueto paseo se levanta –semioculta por la vegetación de su propio jardín– la casona La Ruchi, que funciona como un señorial bed & breakfast. Es decir que no es un hotel formal sino la casa de la familia Escauriza.
La Ruchi queda enfrente de la Estación Fluvial, del otro lado del río, y fue construida en 1892. Tiene cuatro habitaciones dobles y triples (se comparte un baño por cada dos habitaciones), con balcón al río y a un jardín trasero con pileta. Desde allí los huéspedes salen a explorar el Delta embarcados, pero también van con tiempo a hacer compras en el Puerto de Frutos. Además se quedan horas descansando junto a la pileta rodeada de un jardín arbolado lleno de flores, donde flotan con su vuelo mágico los colibríes y los loros picotean los coquitos de las palmeras. La casa de dos pisos tiene un estilo pintoresquistas con tejas francesas y un frente en galería con columnas griegas. En el hall del interior el piso, la boiserie y la escalera son de roble de Eslavonia.
Los dueños de casa son el matrimonio compuesto por Jorge y Dora Escauriza, cuyos 80 años parecen 60 gracias a la vida que llevan: en verano viven en malla –y así reciben a los huéspedes– porque aquí todos lo pasan como en su casa. El que lo desea se prepara un asado en la parrilla bajo un quincho, se sirve un whisky o toma un libro de la biblioteca. Resulta que, hace 20 años, la casona les quedaba muy grande, les costaba mantenerla y la iban a vender. Pero decidieron convertirla en un bed & breakfast sin cambiar el espíritu que se vivió siempre allí, con la diferencia de que los “invitados” ahora serían desconocidos. Ante un trabajo tan relajado, simplemente disfrutar la casa, Alejandra -una de las hijas- volvió al hogar para ayudar en el nuevo emprendimiento. La división del trabajo implica, por ejemplo, que doña Dora haga las mermeladas y Alejandra unos desayunos antología con frutas, pan integral con semillas de girasol y lino y budines de coco, todo bien casero. Resultado de este ambiente familiar, hay clientes que desde hace 20 años llaman y dicen: “Alejandra, reservame el cuarto que a mí me gusta”.
CABAÑAS JUNTO AL RÍO Para seguir dentro de un bosque otoñal, en la localidad bonaerense de Punta Indio el complejo de cabañas La Betty está dentro del Parque Costero del Sur, declarado Reserva de Biosfera por la Unesco en 1984. Esta franja de 70 kilómetros de largo entre Buenos Aires y La Plata forma un cordón de selva en galerías que conecta el Río de la Plata con la llanura bonaerense. Allí están las cabañas, donde confluyen las especies vegetales y animales de la llanura pampeana con las de la desembocadura del Río de la Plata.
Al llegar por el camino de conchillas que conduce a Punta Indio sorprende la densidad boscosa a los costados y una fragancia húmeda que llega desde el río. En La Betty la anfitriona es Rosa Sosa, que recibe a todos orgullosa de los jardines donde se combinan árboles autóctonos con introducidos: talas, coronillos, sombras de toro, algarrobos, ciruelos, perales, membrillos, higos blancos, tunas, nogales, palmeras, manzanos, caquis, paltas, limoneros y guindos, todos desperdigados en un área de tres hectáreas dándoles sombra a apenas seis cabañas más el anexo con spa.
Rosa suele hacer dulces con las frutas de su jardín, pero últimamente viene fracasando porque los loritos le picotean y arruinan la cosecha. La fauna de La Betty también es local y exótica: tres perros –Chicha, Chiquito y Panceta–, calandrias de cabeza roja, búhos que se posan en una palmera mirando a la gente de costado, jilgueros, un lagarto overo que vive junto a la piscina, una mulita que juega al gato y al ratón con los perros, liebres que aparecen en fila con su cría, tordos negros, mariposas azules y coloradas, y gatos de monte negros con pintas claras y ojos amarillos que les dan un aire de pantera.
ESTANCIA EN LA PAMPA Santa Rosa, en La Pampa, suele ser un lugar de paso en la primera noche de un viaje a la Patagonia. Pero también podría ser una escapada para alojarse en una estancia con vida de campo. A nueve kilómetros del centro de la capital provincial está la estancia Villaverde, donde se ve la planicie pampeana por los cuatro costados hasta que la mirada pierde el foco. Al amanecer se oye aquí una superposición de trinos: teros, cardenales y jilgueros. Y un buen plan matinal es recorrer La Pampa a la antigua: en un carruaje francés comprado en 1935 por los abuelos del dueño de casa, Hugo Fernández Zamponk.
Un guía vestido de gaucho conduce en el carruaje por una calle de tierra entre dos paredes arboladas con eucaliptos, para salir al llano tapizado por pasto puna. Esto mismo se hace también a caballo. Una parada es en la reconstrucción de un fortín del Ejército durante la Campaña del Desierto, donde están los ranchos de la comandancia y la tropa, el pozo de agua y el horno de barro, rodeados por una cerca de palo a pique. Además se levantó un mangrullo, la “torre” con que se vigilaba el acecho enemigo, cuya base fue el resto arqueológico real que permitió identificar este fortín del año 1870.
UN CUENTO DE INVIERNO Villa Pehuenia en invierno es un rinconcito sublime de la Patagonia, con calles de tierra y la nieve acumulada en los techos a dos aguas y en las enramadas de las araucarias. Muchas casas tienen chimenea y reina un ambiente de cuento blanco donde sólo faltarían Hansel y Gretel. Queda en el oeste de Neuquén sobre la cordillera de los Andes, a 1500 kilómetros de Buenos Aires. Se necesitan dos días en auto para llegar, pero yendo en avión se convierte perfectamente en una escapada invernal. Además es uno de esos lugares para quedarse en una cabaña con grandes ventanales hacia el paisaje blanco. También es ideal para no esquiadores que quieran esquiar un rato: hay un centro invernal gerenciado por la comunidad mapuche con una pista pequeña donde aprender los primeros pasos de ese deporte y para que los niños gocen la nieve a lo grande con los trineos.
La gracia de Villa Pehuenia en invierno es la facilidad para interactuar con el paisaje nevado sin mayores esfuerzos físicos: una relajada caminata con raquetas y un paseo en motos de nieve o en camioneta 4x4 sobre el volcán Batea Mahuida, siempre rodeados de una solitaria inmensidad de blancura pasmosa.
ESCAPE MARPLATENSE Los días de invierno, cuando muy fríos, son para buscar refugio. Y uno invernal por excelencia es el spa. En Mar del Plata, el Club de Mar Manantiales tiene cabañas y dormis frente al mar, además de un moderno spa. Está 18 kilómetros al sur de Mar del Plata, sobre la Ruta 11. Además de la piscina cubierta, que tiene un sector al aire libre, hay otra más pequeña equipada con hidrojets para masajes en la espalda, ambas climatizadas. Pero lo singular de este jacuzzi gigante es que sus aguas son tomadas directamente del mar, a 150 metros de la orilla. Entre los servicios se ofrecen fangoterapia, sesiones de ozonoterapia, botas de presoterapia, masajes con piedras calientes y sauna seco y a vapor. Y se practica arquería, paddle, fútbol 5 y cicloturismo.
CON VERDOR AUTóCTONO Si el día está lindo, aun en invierno, uno puede decidir en el momento tomar la autopista Buenos Aires-La Plata para conocer la reserva natural El Destino, cerca de Magdalena. Al cruzar la tranquera las lágrimas de un sauce rozan el techo del auto en medio de una arboleda de pinos, eucaliptos y cipreses de 30 metros. Un bosque plantado rodea el casco de esta antigua estancia y avanza sobre él con plantas trepadoras escalando las paredes. El curioso edificio fue levantado en 1929, siguiendo las líneas rectas de la escuela alemana del Bauhaus.
La reserva ocupa 1854 hectáreas y tiene un bosque de talas autóctono casi puro, uno de los últimos relictos que quedan de ese depredado ambiente. Las tierras fueron adquiridas como estancia por Ricardo Pearson en 1928. En aquel momento ya había unas casas de ladrillo de estilo colonial, hoy reconvertidas en dormis para visitantes. A principios de la década del ’50, el ingeniero Pearson eliminó la actividad agrícola en 500 hectáreas del campo y creó un refugio de flora y fauna.
Un sendero de conchillas conduce desde el casco hasta un entablonado que cruza un bañado, para llegar al Río de la Plata. La mayoría de los visitantes llega por el día y el mejor plan posible es utilizar uno de los 18 puestos con mesas y parrillas para hacer un asado a la sombra del bosque. Muchos traen su bicicleta en el auto y salen a explorar paisajes. Otros se quedan a dormir en el camping, que ofrece baños con duchas calientes. Y por último está la opción de pernoctar en los dormis con living y cocina, dos de ellos con baño privado y otros seis que comparten un gran baño.
El mayor placer en El Destino son las cabalgatas sobre la arena de la playa, recorriendo el ambiente costero original del río, que ya casi no existe en otro lugar. Se cabalga en soledad, frente a la inmensidad del río con dimensiones marinas.
LA PAYUNIA PRIMAVERAL El viaje desde Buenos Aires a Malargüe, en el sur de Mendoza, se puede hacer de un solo tramo en doce horas y media de viaje. Aunque convenga partirlo en dos etapas. Es una escapada larga, si se quiere, pero a un lugar donde vale la pena detenerse a explorar sin premura uno de los paisajes más insólitos de la Argentina: los 890 conos de volcán andinos de La Payunia.
La reserva natural La Payunia es un desierto del cual existe uno solo parecido, en Siberia: el de Kamchatka. En la primavera ya se termina de derretir la nieve y el paseo tiene algo de travesía “interplanetaria”: uno va como por otro mundo lleno de cráteres, avanzando entre arenales negros con extrañas formaciones geológicas, rodeados por volcanes con su cono como un bonete trunco.
A cada paso aparecen grupos de unos 25 guanacos, harenes con un macho. En La Payunia también se camina. Por ejemplo sobre una gran colada de lava negra donde viven los confiados chinchillones, que aparecen uno tras otro con su aspecto de conejo gordo marrón con cola de ardilla.
En la lejanía se distingue el volcán Payún Matrú, el más grande de todos, con una impresionante caldera de nueve kilómetros de diámetro y un lago interior (hay una excursión especial para visitarlo por dentro). Hace 150.000 años el Payún Matrú erupcionó creando la colada de lava más grande del planeta: mide 174 kilómetros de largo y solamente en Marte existen otras similares. Aquí uno parece estar en el momento justo después de que la tierra se enfrió, luego de ser una gran bola de magma.
PRIMAVERA MERCEDINA Con la llegada de la primavera el concepto de una escapada cambia un poco. Ya no hay necesidad de refugio –ni contra el frío ni a la sombra del calor del verano– y lo que se busca es estar al aire libre la mayor cantidad de tiempo posible. En las afueras de la ciudad bonaerense de Mercedes, a 100 kilómetros de Buenos Aires, la casa de campo El Tizón tiene ese perfil, con un delicioso nivel de aislamiento dentro de un bosque. A su vez, en Mercedes se respira un ambiente a pueblo encerrado en sí mismo, con pulperías centenarias detenidas en el tiempo. A El Tizón se llega por un camino vecinal entre dos paredes de árboles, donde reciben a los huéspedes Pepe Milesi y Silvina Picchioni con su pequeño hijo y el perro Azúcar. En el borde de la piscina, junto al molino que bombea agua, un nogal criollo atrae a las ardillas que trepan a toda velocidad.
Las habitaciones tienen techo alto, camas de dos metros por dos y grandes ventanas con intensos verdes detrás, donde crecen ombúes, eucaliptos y cipreses. Pepe prepara el asado los domingos mientras lee Página/12 y uno se siente como de visita en la quinta de unos amigos. Después del almuerzo llega un momento cumbre: una siesta larga con las ventanas abiertas, respirando un profundo aroma a verde.
EN EL CERCANO OESTE La hostería Las Fraulis, en la localidad bonaerense de Cardales, tiene un cierto aire de casco colonial y un jardín que invita a pasarse el día tumbado en una hamaca con buena lectura. Quien quiera un poco de movimiento puede salir a cabalgar por las orillas del río Luján, andar en bicicleta por algún camino de tierra entre campos cultivados, visitar la interesante reserva ecológica de Otamendi o ponerle un poco de adrenalina a la jornada e ir a volar en globo. Por la noche el silencio es absoluto, aunque al prestar atención se descubre la infinita gama de matices que produce el submundo de los insectos. Las Fraulis está a menos de una hora del centro de Buenos Aires, a la vera de una ruta muy angosta y poco transitada que nace de la Panamericana. La zona es muy verde y proliferan las quintas de fin de semana. En total hay nueve habitaciones dobles que dan a una galería en forma de “ele” bordeando la piscina.
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