CHUBUT > EL GRAN ESCENARIO DE LA FAUNA PATAGóNICA
Las ballenas ya están en las aguas del Golfo Nuevo. Empieza la temporada de avistaje de los grandes cetáceos, combinada con un viaje en el tiempo para descubrir cómo eran las tierras patagónicas en la era de los dinosaurios, sin olvidar un guiño a la gastronomía local, que pronto será celebrada en Puerto Madryn.
› Por Dora Salas
Once Areas Naturales Protegidas, dos Parques Nacionales y un Parque Interjurisdiccional Marino Costero no bastan para describir las maravillas y secretos de Chubut, que en sus cuatro comarcas invita a vivir un fascinante vaivén de naturaleza e historia. Mientras la cordillera se prepara para la temporada de nieve, en la costa es el momento de las ballenas: los cetáceos ya aparecieron por las aguas de Puerto Madryn y Península Valdés, convocando como cada año a miles de visitantes deseosos de conocer lo que suele difundirse como “un show”, pero es en realidad el eterno retorno de un ciclo natural.
Los 1398 kilómetros de ruta entre Buenos Aires y Rawson, la capital chubutense, no sólo representan unas veinte horas de viaje en auto sino también la posibilidad de adentrarse en un mundo que mueve a reflexionar sobre el respeto, la conservación y el cuidado de la naturaleza. Cuando el mismo recorrido se hace en avión, los más afortunados -sentados junto a las ventanillas- podrán incluso distinguir desde el aire el característico chorro en V de las ballenas francas australes. Es el mejor inicio posible para el viaje.
FRENTE AL MAR Hace frío y aún es de noche a las siete de la mañana en Trelew, cuando nuestro avión aterriza tras las dos horas del vuelo matutino (hay otro al final del día) que parte a diario de Buenos Aires. Pero el sueño y la baja temperatura cuentan poco cuando nos desplazamos hacia Puerto Madryn y, después de desayunar junto al mar en La Yoaquina, seguimos en ruta hacia Puerto Pirámides, la Capital Nacional de la Ballena, una aldea costera que se alza en el Area Natural Protegida Península Valdés (160 kilómetros al noroeste de Trelew y 100 de Madryn).
Estamos en “la previa” a la apertura de la temporada de avistaje de ballenas, que se lanza oficialmente el 11 de junio, y la llegada de estos grandes mamíferos acuáticos es el tema dominante en la Comarca Península Valdés, que hacia el sur incluye Punta Tombo y su pingüinera y el Valle Inferior del Río Chubut.
“Dicen que ya llegaron algunas al Doradillo”, dicen unos; “es fácil avistarlas desde tierra aunque todavía estén lejos de la playa”, agregan otros, explicando que la “nube” de vapor que producen al respirar por sus dos espiráculos alcanza unos cuatro metros de altura.
Se trata de la ballena franca austral, cuya población en la Península fue estimada en 4000 ejemplares en 2010, con una tasa de crecimiento del 5,1 por ciento anual. Sin embargo, los datos estadísticos sorprenden menos que el modo en que todos hablan de las ballenas, con una familiaridad y ternura similar a la manera en que solemos referirnos a las mascotas urbanas y al amor del hombre de campo por su caballo.
En la Península Valdés, declarada en 1999 Patrimonio Natural de la Humanidad por la Unesco, el vínculo entre los pobladores y las ballenas es fortísimo y quedó marcado con la dclaración del Día Nacional de la Ballena, aprobado por el Senado de la Nación en 2005. Este día se celebra el 25 de setiembre pues en esa fecha, hace catorce años, los habitantes de la zona se unieron para salvar a una ballena que estaba enredada en las cadenas de un barco. Con estos relatos y otras explicaciones –“para los cazadores la ballena franca era la correcta para cazar (right whale), porque nadaba lentamente y tenía hábitos costeros”; “en 1937 recibió protección internacional, pero la caza siguió”; “a Valdés llegan hembras para parir, otras que vienen a destetar las crías, hay machos y hembras que llegan a aparearse y juveniles que se presentane en sociedad”– nos acercamos a la playa de El Doradillo.
Observamos el mar con ojo inexperto y no distinguimos nada, pero nuestro guía señala a lo lejos la doble columna de aire que expulsa una ballena. Sí, cerca del horizonte la observamos también nosotros y, a medida que nos habituamos al avistaje, contamos una seis ballenas en el área. “Todavía están lejos, cuando nacen las crías están cerca de la orilla, saltan, juegan, y van enseñando la vida a los recién nacidos”, comenta el experto guardafauna. “Las madres con las crías están desde junio a mediados de diciembre, son sociales, las ves a 10/15 metros de la playa”, dice.
Si bien esto no ocurre en nuestra “previa”, saber que ya llegaron y que están en el área nos entusiasma y abre grandes expectativas para el avistaje embarcado, previsto para después del almuerzo, en Puerto Pirámides.
EN EL AGUA El viento se hace sentir a las tres de la tarde, cuando nos disponemos a iniciar la navegación en un semirrígido para ocho personas. Nos gusta el mar, en especial el olor fuerte del Atlántico sur y sus aguas cristalinas, que en la Península Valdés ofrecen dos golfos protegidos: el San José y el Nuevo, separados en la parte más estrecha del istmo por apenas cinco kilómetros.
Navegamos por el Golfo Nuevo hacia Punta Pirámide, donde una colonia de lobos marinos, amodorrada en un acantilado, abre la observación. Las ballenas, en cambio, se hacen desear. Sebastián, nuestro guía ballenero, conduce el gomón lejos de la costa y observa el mar. “¡Allá está!”, exclama y apunta hacia un lejano puntito oscuro. “¿Dónde?”, pregunto porque para mí todas son olas. Entonces indica: “Adelante, en línea con la proa” y, poco a poco, el punto oscuro se va agrandando hasta parecer un submarino que está emergiendo.
“Es enorme, seguramente está preñada…” , comenta Sebastián. Nuestra primera ballena es muy grande, tal vez de 13 o 15 metros de largo. “Pueden pesar unas 50 toneladas, y la gestación dura 12 meses. Después sigue un año de amamantamiento, así que el intervalo entre un nacimiento y otro es de tres años”, destaca el guía. Mientras tanto, la ballena se ha acercado y le vemos una mancha blanca en el lomo. “Manchita” la llamamos y la seguimos a cierta distancia, respetando los normas de seguridad para ellas: la técnica patagónica de avistaje “integra las conductas de los operadores a los objetivos conservacionistas, educativos y ambientales de la Península”, subrayan los expertos.
“No es muy sociable, se nota rápido el temperamento de cada ballena. Algunas socializan más que otras. Esta no busca interacción”, comenta Sebastián. En efecto, “Manchita” sigue su ruta y se despreocupa de nosotros.
En el trayecto de regreso nos cruzamos con unos pingüinos, un inesperado encuentro marítimo pues el calendario de la zona los espera para setiembre. Unos lobos curiosos también se nos acercan nadando con agilidad y asomando sus cabezas para mirarnos. Y, cuando suponíamos que el avistaje había finalizado, Sebastián gira la embarcación. “Allá hay una cola”, informa. Y aparecen dos ballenas francas. Una de ellas, definida como “muy sociable” por nuestro capitán, viene hacia nosotros, se desplaza en paralelo al gomón y muestra su gran cabeza con las callosidades que la caracterizan y representan las “huellas digitales” de cada ejemplar.
LA ESPECIE Roger Payne, que en 1970 fundó en Estados Unidos la organización Ocean Alliance dedicada a la conservación de las ballenas y los océanos, descubrió que cada ballena franca posee un propio patrón invariable de callosidades, gracias al cual se la puede identificar y, por medio de relevamientos aéreos, fotografiarla, identificarla, catalogarla y seguir su historia de vida. Así, el Instituto de Conservación de Ballenas (ICB) junto con el Ocean Alliance, se abocaron al Programa Ballena Franca Austral, cuyo principal objetivo es monitorear el estado de la población ballenera en Península Valdés.
Nuestra amigable ballena asoma la cabeza (que equivale a un tercio del largo del cuerpo), respira con su soplido en forma de V, vuelve a sumergirla, se aleja y retorna, como acompañándonos. De pronto, en el extremo opuesto del cuerpo, algo comienza a moverse e instantes después admiramos la gran cola que se alza fuera del agua. Son las seis de la tarde y el espectáculo es tan impactante que no quisiéramos regresar al puerto.
Más tarde, en la hostería The Paradise, una guía ballenera, la Pitu, comenta emocionada: “Las ballenas tienen los ojos en los lados de la cabeza, muy abajo y no se los suele ver. Pero cuando ellas quieren y giran la cabeza y alcanzás a ver ese ojito que te observa, te morís de amor”. La Pitu habla también de los elefantes marinos, a los que considera “muy expresivos”.
Pedro, el dueño de la hostería, no vacila en afirmar que la Península es su “lugar en el mundo” a pesar de no haber nacido en ella. “El mar cambia en un mismo día, el viento también. Nunca nada es igual, eso me encanta”, subraya.
CALENDARIO MARITIMO Vivir el mar tiene un intenso calendario en Chubut: ballenas de junio a diciembre, orcas de septiembre a abril en Punta Norte (donde suelen alimentarse de lobos marinos), pingüinos de setiembre a marzo, lobos y elefantes marinos todo el año, delfines de diciembre a marzo. Cada experiencia tiene áreas y características propias. Entre las más atractivas figuran el buceo y snorkeling con lobos en Punta Loma y los avistajes en el nuevo Yellow Submarine.
Para Semana Santa se realiza, además, un Via Crucis subacuático, que comienza en la plaza de Puerto Madryn. La cruz es llevada por buzos en las estaciones que están bajo el mar y luego emerge en la costanera. “Yo participé en estos Via Crucis”, recuerda Daniel Sebastián De Pablo. “Antes la ceremonia contaba con el sacerdote Juan Gabriel Arias, que buceaba, pero ahora está en Mozambique. Por eso el año pasado la condujo ‘Pipino’, uno de los primeros prestadores de avistaje de ballenas, y reunió a unos 80 buzos, que se lanzaron al mar desde el muelle”, evoca De Pablo.
Y como si todas estas experiencias no bastaran para conmovernos, en la folletería del ICB descubrimos que es posible adoptar una ballena franca. Las fotos de Antonia, Espuma y Alfonsina, entre otras, proponen conocerlas con una consigna: “Vos podés ayudar… Adoptá una ballena”, para aportar fondos a la protección de esta especie.
En el mismo sentido, el Ecocentro de Puerto Madryn es una ONG que invita a “construir una visión renovada del mar”, integrando educación, ciencia y arte. Tres destacados artistas plásticos aportaron obras en defensa del ambiente marítimo. Dos de ellos ya fallecidos: Clorindo Testa (“Apparatusgommatustestianorum”, con el lema “El mar se ahoga”, una instalación realizada con objetos sacados del Atlántico, como zapatillas, botellas, ruedas de auto, sogas) y Luis Benedit (“Tursiops, Truncatus, 1000000 TN, 300000 TN”, que alerta sobre el descarte pesquero). Por su parte Luis Felipe Noé presenta “Columna de Agua”, una “metáfora de la distribución de la vida desde la superficie hasta el fondo del mar”.
Como testimonio del daño humano a la fauna marítima, el Ecocentro presenta una réplica de la orca Mel, un ejemplar macho –primero considerado hembra por estar siempre en compañía de Bernardo, que en verdad era su hermano mayor según un análisis de ADN– herido de bala en la aleta dorsal en abril de 1977 en Río Negro. Bernardo dejó de verse en 1993 pero Mel siguió frecuentando la Península Valdés y es probable que haya fallecido en la vejez.
EL GRAN FOSIL Los viajeros vienen entre junio y diciembre a ver, prioritariamente, las ballenas. Pero en la región hay otros gigantes que no merecen ser desdeñados, porque pusieron a la Patagonia en el mapa paleontológico mundial. “No tengo muchas ovejas pero tengo un dinosaurio”, dice Alba Mayo, propietaria de la estancia La Flecha, al oeste de Trelew, donde el peón de campo Aurelio Hernández descubrió restos óseos del dinosaurio más grande del mundo conocido hasta ahora.
Hernández falleció sin saber la importancia de su hallazgo, pero los científicos del Museo paleontológico Egidio Feruglio (MEF), que comenzaron las excavaciones en 2013, determinaron que se trata de un ejemplar gigante del Cretácico, de hace unos 100 millones de años, cuyo fémur mide 2,40 metros. El tamaño de esa pieza, y el del húmero también encontrado permiten calcular que se trata de un animal de 80 toneladas, que de la cabeza a la cola medía unos 40 metros y cuya altura alcanzaba los 20 metros.
Este gigante, aún sin nombre, tendrá su “casa propia” en el MEF de Trelew, un museo reconocido a nivel internacional como centro de actividades científicas. Recorrer sus salas permite remontarse a una Patagonia selvática y tropical, con altas temperaturas y árboles de cien metros de alto. Alejandra Gandolfo, argentina radicada en Estados Unidos e investigadora en la Cornell University de ese país, nos muestra restos fósiles de eucaliptus y nos acompaña en un hipotético viaje para descubrir el origen de la flora actual en Argentina. Es otra forma de acercarse a la naturaleza que alguna vez hubo, y que tras milenios de evolución reaparece totalmente transformada: una más de las riquezas de la increíble costa patagónica, de las ballenas a los dinosaurios.
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