Domingo, 26 de junio de 2016 | Hoy
ARGENTINA > AVES DE PASO
Por Graciela Cutuli
Con su film Bichos, Pixar popularizó a las hormigas. Con Buscando a Nemo hizo famosos a los peces payaso de la Gran Barrera de Coral australiana y con su secuela, Buscando a Dory, a los peces cirujano de las aguas tropicales. Pero no es todo: en su último corto, el estudio tiene como protagonista a Piper, un hambriento playerito blanco que el director de la animación, Alan Barillaro, solía ver en las costas de California, muy cerca de la sede de Pixar. “Viendo a los playeros reaccionar ante las olas y correr, pensé que era una película, era un personaje”, contó el realizador, que trabajó tres años en el proyecto. Sin embargo, para los espectadores argentinos que quieran conocer a un Piper de carne y hueso no es preciso viajar hasta California: la especie es asidua visitante de nuestras costas. Los playeros blancos, como los rojizos y otras aves migratorias, se concentran en algunos sectores de la costa del Atlántico durante su travesía hacia el hemisferio norte, cuando se acerca el otoño en el sur: sobre todo Río Grande (Tierra del Fuego) y la bahía de San Antonio (Río Negro, cerca de Las Grutas), pero también Río Gallegos, Península Valdés y la bahía de Samborombón en la provincia de Buenos Aires.
CONOCER PARA CUIDAR Los biólogos y ornitólogos que trabajan en la zona de San Antonio, así como entidades como la Fundación Inalafquen, siguen cuidadosamente cada año la evolución de las aves migratorias que llegan a la región, donde son observadas, contadas y anilladas. Su paso por el lugar no es ni aleatorio ni insignificante: es aquí donde deben alimentarse y engordar lo suficiente como para reunir las fuerzas que les permitan completar un vuelo que alcanza 16.000 kilómetros y es uno de los más extensos en absoluto entre todas las aves migratorias del mundo.
Los playeros rojizos, primos de los blancos y también visitantes asiduos de San Antonio, son conocidos gracias a B95, “el ave de la luna”, que con sus viajes desde el Artico hasta Tierra del Fuego ya recorrió –y superó– la distancia que separa a la Tierra de su satélite. Ahora, Piper probablemente garantice una nueva popularidad a la especie blanca y su característica forma de moverse corriendo entre las olas, arriba y abajo por la playa, para buscar y capturar de un certero picotazo pequeños animales que llegan con el oleaje hasta la arena. Y sería bienvenido otro efecto secundario más allá de la fama cinematográfica: la conciencia de que sin una playa protegida donde pueda alimentarse –sin presencia humana y mucho menos de vehículos– no hay supervivencia posible para los playeros. La especie vive de la playa, depende de ella: allí duerme, vive, se reproduce, come.
En la temporada migratoria, basta un par de binoculares para verlos con su vaivén entre las olas, moviéndose como danzando con sus largas patas. No es necesario con los playeros, a diferencia de lo que ocurre con otras especies, mantener un absoluto silencio: sobre todo hay que moverse con mucho cuidado, avanzando en fila india muy despaciosamente, y deteniéndose de vez en cuando para que el ave no desconfíe y levante vuelo. No sólo porque ya no podremos verlas, sino porque implica obligarlas a un innecesario gasto de energía extra, que deben atesorar para sus travesías. Así, desde Río Grande a la provincia de Buenos Aires, miles de pequeños Piper son por un tiempo habitantes de nuestras costas: acercarse y conocerlos, informarse con los guardaparques y aprender a preservar el hábitat de la especie es una buena tarea para el viajero cuando los playeros –ahora ya famosos gracias al cine– vuelvan a visitar nuestras costas.
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