Domingo, 26 de junio de 2016 | Hoy
CATAMARCA > LA FIESTA DEL SOL
El comienzo del invierno, el momento en que la tierra se prepara para un nuevo ciclo de siembra, es celebrado entre las comunidades indígenas catamarqueñas con los mismos ritos que se realizaban antes de la llegada de los españoles a América. Una ceremonia que reúne a toda la comunidad de Santa María.
Por Guido Piotrkowski
Fotos de Guido Piotrkowski
La noche del 21 de junio no es una noche más. La noche que va del 20 al 21 es la más larga del año, y representa el inicio de un nuevo ciclo para las comunidades indígenas del mundo andino, desde la Argentina y Chile hasta Colombia. El Inti Raymi es el año nuevo para la cosmovisión andina, es esperar al sol con la esperanza de renovar el ciclo de la vida, que para los pueblos originarios no era –no es– lineal, sino circular.
El Inti Raymi es comienzo del invierno, el tiempo en que se prepara la tierra para un nuevo período de siembra; es el momento de agradecer y pedir a la madre tierra, la Pachamama, y es también la Fiesta del Sol, una ceremonia que según la crónicas de época los incas realizaron por última vez en el año 1535, antes de la llegada de los españoles a América, quienes la prohibieron.
La fiesta como tal fue rescatada en Catamarca hace nueve años por un grupo de arqueólogos y coreógrafos locales, que la recrean cada 20 de junio en el Anfiteatro de la ciudad de Santa María. A poco más de 300 kilómetros de la capital provincial, en el extremo sur de los Valles Calchaquíes, fue una de las zonas más pobladas antes de la conquista. Se dice que llegó a haber unos cien mil habitantes en la región, entre todas las comunidades o ayllus que poblaron estas tierras compuestas por el valle de Lerma, el Calchaquí y el de Yokavil, donde está situada Santa María, pequeña ciudad a la que llegamos en la helada noche del 19 de junio para asistir a la puesta en escena.
EL COMIENZO El espectáculo estaba pautado para las dos de la tarde, pero a las tres aún estaba lejos de empezar. Mientras tanto, el anfiteatro se iba llenando lentamente con el público, en su mayoría local, ubicándose en las gradas bajo un sol aplastante. La representación muestra la vida cotidiana de los antiguos pobladores, con la recreación de las parcialidades o comunidades que habitaron el valle de Yokavil: acalianes, ingamanas, yokaviles, anguinaos y hualfines.
Detrás del escenario se aprontan algunos de los 175 actores que en un rato saldrán a representar a sus ancestros. Como Anabela Castro, quien dese hace nueve años hace el papel de la Colla, la hija de la Luna, la esposa del dios Sol, del Inca. La Colla es la encargada de las Vírgenes del Sol, que sirven al soberano y a quienes les enseña todo lo que tienen que hacer. “Hoy es un día muy importante para nosotros, porque representamos nuestra cultura y creo que es bueno para los jóvenes. Hay muchos bailarines detrás de escena, hay mucho esfuerzo y mucha pasión”, dice Anabela mientras última detalles de su vestimenta: un poncho rojo, una corona en forma de luna, brazaletes y pecheras plateados que resplandecen al sol.
Las parcialidades bailan, mientras los principales personajes hacen sus augurios y sacrificios en honor a Inti, a quien rinden cuentas y relatan lo que harán durante el año que está al comenzar.
“La idea es recrear lo que pasaba en Fuerte Quemado, en la cima de la serranía de Quilmes, que cuenta con la llamada Ventanita o Inti Watana, un reloj de sol que organizaba el trabajo y marcaba las fechas festivas. Entre ellas el Inti Raymi, que cada 21 de junio, cuando los primeros rayos solares del invierno pasan por el centro de esta ventanita, da inicio a un nuevo año agrícola”, explica Fernando Morales, el arqueólogo que ideó este festejo en 2008. “El diseño lo hicimos en base a las crónicas, a un relato de Juan Cobos, y de Juan José Vega, un historiador peruano que habla sobre el Inti Raymi”, agrega el responsable de la reconstrucción histórica, haciendo referencia al espectáculo que se recrea, a gran escala, también en Cusco. “Las fiestas andinas han sido reguladores sociales –continúa-. Cada mes había una y dentro de ellas el Inti Raymi es una de las principales. Está siempre acompañada de rituales que van revitalizando la memoria y logran una especie de cohesión social. Un pueblo ágrafo, que no tiene escritura, reafirma su pertenencia, su origen, a través de los ritos. Las fiestas son los más importantes reguladores sociales. Y el Inti es la principal, se la ha tomado como una fiesta simbólica de resistencia de los pueblos originarios desde el sur de Chile al norte de Colombia. Hay pertenencia, estamos vivos”.
Por ahí anda también el coreógrafo, atento a los últimos detalles, quien lo grafica así: “Queremos revalorizar cultura y raíces, dejar un mensaje de que nosotros somos descendientes de estas culturas”, dice, y aclara que los bailes y ritos que se verán en instantes son iguales a los de antaño.
A lo largo de tres horas los puntos centrales son la demostración de la alegría del pueblo, los augurios y la ceremonia de la santificación y lectura de las vísceras de llamas. Ese es el punto culminante, cuando el Inca ve los presagios del año nuevo, que viene con muerte y desolación. Eso es lo que verá el soberano en el reflejo de la chicha y en las vísceras de la llama. Y en medio de cada tramo central, los jóvenes de las distintas parcialidades, ataviados en trajes coloridos –amarillos, verdes, celestes– danzan formando diferentes figuras que se aprecian mejor desde los alto. Todo va terminar en el ocaso, con una danza solar para clarificar los designios del dios Sol en el momento exacto en que se pone tras los cerros.
EL RITUAL Todo se complementa con la ceremonia de la salida del sol que se realiza en las lomas del Inti Raymi, como se llama a este rincón al oeste de Santa María. El rito marca el momento más emotivo, en el que se espera recibir la energía de Inti de brazos abiertos, con la tradicional corpachada para agradecer y pedir a la madre tierra. Un centenar de personas forman un círculo alrededor de una fogata y una apacheta o altar en dirección hacia el lugar preciso desde donde se ve la salida del sol. La celebración es dirigida todos los años por el arquitecto Luis Enrique Maturano, conocido como Titakin.
Y hay otra pequeña ceremonia, muy intima, en el lugar donde está la Ventanita o Intiwatana, el reloj solar, en el sitio arqueológico de Fuerte Quemado. Allí, en lo más alto del cerro, está esa hendija de piedra por donde pasan los primeros rayos solares en cada solsticio de invierno: el sitio exacto donde se aguarda este momento desde los viejos tiempos, antes de la conquista. Y hacia allá vamos, alumbrados por la luz de la luna llena, que guía nuestro ascenso a las seis y media de la mañana, en una noche menos fría, pero mucho menos de lo que esperábamos.
Quien nos guía es doña Guadalupe, de la comunidad de Cerro Pintado de las Mojarras. El ascenso no es complicado y demoramos una hora en llegar, mientras la luna va bajando lentamente y en el horizonte comienza a clarear Al otro lado del río Santa María se pueden ver las luces de Amaicha del Valle, en Tucumán. Una vez arriba, Guadalupe comienza a preparar el hoyo en la tierra y dispone las ofrendas. Mientras tanto un puñado de pobladores van llegando, entre ellos el cacique de la comunidad de Cerro Pintado de las Mojarras, Carlos Cruz, acompañado de su mujer y dos de sus hijas, quienes se suman a la tarea de acomodar las ofrendas alrededor de la boca abierta en la tierra: coca, cigarrillos, maíz, algarroba, café, yerba, sal, aguardientes, agua, entre otras cosas que alimentarán a la Pachamama. Ahora sólo resta esperar al sol, que ya se insinúa detrás de los cerros.
“Nosotros hemos hecho la ceremonia acá toda la vida. Este ritual es un compromiso que tenemos con nuestra madre tierra. Lo hacemos con el mayor de los respetos, porque esto es sagrado para nosotros –dice el cacique-. Queremos que las cosas sean como las sentimos, pidiendo siempre para que los años que vienen sigamos estando juntos, compartiendo estas cosas que son nuestras y a las que tenemos que darle mas valor día a día, y respetarlas más. Lo hacemos para que no se pierda nuestra identidad, nuestra cultura, ese es el compromiso que tenemos los pueblos indígenas”, dice el cacique mientras Guadalupe echa leña a la fogata encendida al lado de la ventanita. Y ahora sí, aguardamos en silencio la salida los primeros rayos solares de este nuevo ciclo que va comenzar. Son unos breves instantes en que el mundo parece detenerse. Estamos a dos mil metros de altura, no hay viento ni hace mucho frío, la luna se va escondiendo a nuestras espaldas, al mismo tiempo que el sol surge lentamente frente a nosotros, hasta que finalmente brilla por completo y los rayos atraviesan la ventanita para indicarnos que el nuevo año ya está entre nosotros.
Es momento de ofrendar, y es el cacique quien pasa primero. “Quiero pedir fortaleza para seguir luchando como venimos luchando. Tenemos muchos problemas, hay muchas comunidades con problemas de territorios en Catamarca. Comunidades que están sufriendo desalojos y atropellos, aquí y en todos los puntos del país. Estamos pidiendo a la madre tierra que nos dé fuerza y que nuestro sentimiento no termine nunca”.
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