Domingo, 25 de julio de 2004 | Hoy
TURISMO ECOLOGICO
De un extremo al otro del país, la variedad de paisajes argentinos permite observar animales tan variados como cóndores, ciervos, tucanes, guanacos, pingüinos, yacarés, ballenas, tapires y muchísimas más variedades de una fauna de riqueza casi infinita.
Por Graciela Cutuli
En el enorme rompecabezas de la naturaleza argentina, la fauna es una de las piezas clave. No sería posible imaginar las altas cumbres de los Andes sin el sobrevuelo majestuoso de los cóndores, ni las aguas de la Patagonia sin las ballenas, como no sería posible imaginar los esteros de la Mesopotamia sin yacarés, o los bosques del sur sin el rojizo color de los ciervos. La fauna, todos y cada uno de los animales que viven de Salta a Ushuaia, o de Buenos Aires a Mendoza, son uno de los mayores patrimonios de nuestra geografía, y el testimonio viviente de que en el siglo XXI es posible un equilibrio ecológico que preserve para las generaciones futuras la diversidad del presente. Sin olvidar además que la diversidad faunística de la Argentina también es un recurso clave en un desarrollo turístico que todavía tiene todo su potencial por desarrollar.
ANIMALES DE LA PAMPA
Aunque la imagen típica de la llanura pampeana es la de sus grandes extensiones
cultivadas, el paisaje autóctono es el pastizal pampeano, donde se conjugan
las llanuras con las tierras fértiles, las sierras con los ríos
y una vegetación que va de los bosques a los montes y pajonales. Como
en otras regiones argentinas, a los animales autóctonos se sumaron especies
foráneas que prosperaron y en muchos casos invadieron el hábitat
de las especies nativas: hoy día, el venado de las pampas convive con
el jabalí, las liebres con los ñandúes, los gatos monteses
con los ciervos colorados, y en no pocos casos son las especies autóctonas
las que corren peligro de extinción.
Dentro mismo de Buenos Aires, la Reserva Ecológica de Costanera Sur permite
ver garzas, gallaretas, cisnes de cuello negro, patos, tortugas de agua, coipos,
culebras ratones de campo, gavilanes, zorzales, lechuzas. Los horarios de menor
afluencia, los días de semana, son los ideales para avistar aves y tomar
fotografías, pero también son muy interesantes las visitas nocturnas,
que se asoman a un mundo casi secreto, pero repleto de vida. En el otro extremo
de la ciudad, la Reserva Ecológica Ribera Norte, en San Isidro, es ideal
para observar las aves autóctonas que anidan en el lugar. Otra opción
cercana, a la que se accede por una bicisenda o un camino peatonal, es la Reserva
Ecológica de Vicente López, desde cuyos senderos y puentes se
ven coipos, lagartos overos, patos y otras aves, además de tortugas acuáticas.
También se puede visitar –es ideal para fotosafaris de un día–
la Reserva Otamendi, en el partido de Campana, cuyas 3 mil hectáreas
preservan los últimos restos del humedal pampeano. Habrá que tener
mucha suerte para avistar aquí la especie más buscada por los
aficionados a la fauna: el ciervo de los pantanos, que corre serio peligro de
extinción, lo mismo que el lobito de río, también presente
en estas aguas. En Otamendi hay además comadrejas, carpinchos, sietecolores,
las huidizas pajonaleras de pico recto (que aquí nidifican), ranitas
del zarzal, gallaretas, cisnes de cuello negro, hurones, lechuzones y lechuzas,
cuises, horneros y muchas otras especies, sin contar peces como la combativa
tararira. Los circuitos del naturalista aficionado tienen muchos más
caminos para avistar la fauna pampeana dentro de la provincia de Buenos Aires,
desde las lagunas del río Salado –Lobos, Monte y Chascomús,
en cuyos alrededores viven chajás, coipos, gallaretas, garzas, cigüeñas,
flamencos y escuerzos– hasta la Reserva Natural de Samborombón,
donde se concentran numerosas aves acuáticas y migratorias.
EN LA MESOPOTAMIA
Entre Ríos, Misiones y Corrientes son un paraíso para la fauna.
El clima cálido, la humedad, el agua abundante, todo se conjuga para
que la naturaleza desborde de plantas y animales que hacen de la región
una enorme reserva natural, donde sin embargo se destacan dos lugares sin par
para el aficionado al avistaje de fauna: los Esteros del Iberá y el Parque
Nacional Iguazú.
El Parque Provincial Iberá es un área clave para la riqueza biológica
de la Mesopotamia. Las “aguas brillantes” (traducción de
la palabra guaraní”iberá”) van revelando paso a paso,
en su laberinto de bañados, esteros, lagunas y embalsados, una fauna
variopinta y vistosa que hace soñar a cualquier amante de la fotografía
o de los animales. En los Esteros del Iberá, cuyo símbolo botánico
podría ser el irupé, se encuentra el amenazado ciervo de los pantanos,
que es el más grande de los ciervos nativos de América del Sur;
el carpincho, que tiene a su vez el título de roedor más grande
del mundo; los grandes chajás, tortugas, yacarés, lobitos de río,
el emblemático aguará guazú, el mono carayá, gato
montés, zorros, mulitas, lagartos overas, boas de las vizcacheras, boas
constrictor, serpiente cascabel, yararás e incontables aves. La fauna
es tan abundante que nunca se regresará decepcionado sino con ganas de
volver a seguir descubriendo este desbordante rincón natural correntino,
donde fue fundado recientemente el Parque Nacional Mbucuruyá, siempre
con fines de preservación del ecosistema local.
Más al norte, la selva misionera –última porción
de la selva paranaense que se extiende desde Brasil hasta el norte argentino–
es famosa también por la riqueza y variedad de su fauna. Todos los visitantes
de las Cataratas del Iguazú vuelven felices de haber visto coatíes,
tucanes, colibríes, distintas especies de loros y papagayos, mariposas.
La Casa de las Aves, del lado argentino, o el Parque de las Aves, del lado brasileño,
permiten una aproximación más cercana a una avifauna deslumbrante
por sus variedades y colores, pero sobre todo los safaris que se organizan por
los senderos del Parque Nacional (sobre todo el tradicional sendero Macuco)
se convierten en una ventana al hábitat natural de infinidad de aves
y otros animales: viven aquí también el pecarí de collar,
el tapir, los monos capuchinos, el puma y el espléndido yaguareté.
Por supuesto, las especies más huidizas no son fáciles de ver,
no sólo porque están alertas para huir ante el menor ruido de
voces o de motores sino porque la propia densidad de la selva y sus notables
sistemas de camuflaje les permiten pasar inadvertidas incluso cuando están
a pocos metros de distancia. Una visita a Iguazú despierta siempre el
asombro por su hermosura y riqueza natural, pero también la señal
de alarma ante las numerosas especies que corren el riesgo de desaparecer definitivamente
si la deforestación avanza sobre sus terrenos naturales.
EN EL NOROESTE
El noroeste argentino y la Puna en particular están más asociados
con la vida animal domesticada por el hombre para la supervivencia en estas
regiones de clima rígido. La región cordillerana salteña,
que ofrece pocas posibilidades de desarrollo vegetal, es hábitat de guanacos,
las vicuñas de preciadísima lana, y las omnipresentes llamas.
La elegante silueta de las llamas es la figura más familiar para quienes
visitan las alturas salteñas y las quebradas más accesibles, lo
mismo que los rebaños de cabras u ovejas que cuidan los chicos pastores
de la zona. Para el turista, éste es el contacto más frecuente
con la fauna local; también es habitual que los niños de la zona
capturen animales –como la mulita– para dejarse tomar fotografías
con ellos a cambio de unas monedas. Bien alto, en cambio, es el reino de los
cóndores, el rey de los Andes, que de una punta a otra de la Cordillera
impone la fuerza de su envergadura para sobrevolar las altas cumbres.
Entretanto, la región subandina salteña es algo más variada
en especies animales: aquí ya es el dominio del puma, de los diversos
gatos salvajes, pecaríes, carpinchos, acutís, patos, corzuelas,
venados, perdices, aves zancudas y otras variedades. En Salta, dos lugares son
ideales para los safaris fotográficos: el Parque Nacional Los Cardones,
territorio de guanacos, zorros colorados y grises, chinchillones, pumas y quirquinchos,
y el Parque Nacional El Rey, donde se preservan las yungas (o selvas de montaña)
y los ambientes de transición hacia el chaco serrano. Aquí viven
la chuña de patas rojas, la pava de monte y numerosas aves acuáticas
que encuentran cómodo hábitat en las lagunas del parque. Eso no
es todo: zorros, tapires y corzuelas también viven en estas tierras,
junto a pumas, gatos monteses, coatíes y lobitos de río. En el
Parque Nacional El Rey se observan también grandes guacamayos, el águila
poma (una especie rapaz en peligro de extinción), el huemul del norte
(otra especie amenazada), y carnívoros como el hurón grande y
el gato tigre, en tanto especies de gran porte como el yaguareté abandonaron
hace tiempo este territorio. Prácticamente las mismas especies se observan
en el Parque Nacional Calilegua, de la provincia de Jujuy, también destinado
a proteger el ecosistema de las yungas. Otro paraíso faunístico
jujeño, pero sin infraestructura alguna para el turista, es Laguna de
los Pozuelos, en la región puneña del norte de Jujuy, declarado
Monumento Natural e incluido en la lista de Humedales de Importancia Internacional.
Es el hábitat de al menos 44 especies de avifauna acuática: entre
ellas se destacan las colonias de flamencos, que nidifican en las playas, varias
especies de patos (como el pato puna, que sólo vive en esta región),
gallaretas, chorlitos, teros y otras variedades que sólo pueden encontrarse
en este lugar. El Monumento Natural Laguna de los Pozuelos queda a poco más
de 200 kilómetros de la capital jujeña, y merece la visita sobre
todo para los amantes del avistaje de aves, que a simple vista pueden maravillarse
por la variedad de especies y la virginidad del paisaje.
FAUNA DE LA PATAGONIA
La última porción del territorio argentino es otro paraíso
natural faunístico, conocido en todo el mundo por la variedad y el porte
de las especies que encuentran refugio en la zona cordillerana, las estepas
y las costas. La gran estrella de la región es la Península Valdés,
en cuyas aguas se realizan durante todo el invierno y la primavera, hasta diciembre,
avistajes de ballenas, delfines y toninas overas. En las playas de la península,
los lobos y elefantes marinos se ofrecen tranquilamente a las lentes fotográficas,
lo mismo que las numerosas aves marítimas: cormoranes, gaviotas, ostreros,
biguás, roqueros, gaviotines. La Isla de los Pájaros, una reserva
a la que no se puede acceder, justo en la entrada de la Península, se
conserva como refugio para las aves que nidifican en el lugar.
Unos 100 kilómetros al sur de Puerto Madryn, Punta Tombo hace las delicias
de todo el que ingrese a la reserva donde pueden verse cientos de miles de pingüinos
de Magallanes. Más al sur, en la Reserva Cabo Dos Bahías de Camarones,
también se pueden ver pingüinos y lobos marinos, además de
importantes colonias de guanacos. Este camélido se observa en toda Chubut
y Santa Cruz; incluso algunos afortunados los ven durante las cabalgatas del
lado cordillerano, junto al Lago Argentino. La travesía por la estepa
patagónica permite ver grupos de choiques, una especie que se distribuye
por todo el país, y con bastante suerte algunas maras, aunque esta liebre
patagónica autóctona está en franco retroceso frente al
avance de la liebre europea. En los bosques andinos de Río Negro, Neuquén
y Chubut reinan varias especies de ciervos, como el ciervo dama, el colorado
o el axis (las estancias de la zona suelen organizar avistajes de cérvidos
y cóndores); los más difíciles de ver son el pequeño
pudú, en serio peligro de extinción, y el huemul. Los salmónidos
de los ríos y lagos merecen un capítulo aparte, por su riqueza
y porte, como bien saben los pescadores con mosca que impulsan el conservacionismo
y la devolución de los ejemplares al agua, en tanto los lagos de la zona
permiten el avistaje de cisnes, patos, gallaretas, bandurrias y cauquenes, entre
otras especies. Por donde se la mire, desde el extremo norte hasta Ushuauaia,
donde también hay importantes colonias de lobos marinos y abundan las
aves que sobrevuelan el Canal de Beagle, además de zorros en los bosques
y los conocidos castores constructores de diques, la Patagonia es una reserva
de fauna de riqueza excepcional, un verdadero paraíso viviente cuyos
bosques, lagos, montañas y mar atesoran variedades que acompañan
al hombre desde hace siglos, y deben ser conservadas para que sigan acompañando
a las generaciones del futuro.
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