turismo

Domingo, 23 de abril de 2006

ENTRE RIOS EL PALACIO SAN JOSé

La mansión

 Por Julian Varsavsky

En la noche del 2 de febrero de 1870, siendo presidente de la Nación, Sarmiento llegó en barco hasta Concepción del Uruguay por invitación del General Urquiza. A la mañana siguiente, al desembarcar, se encontró con 10.000 soldados de la caballería entrerriana vestidos en su honor con el uniforme rojo con peto blanco de la Batalla de Caseros. El presidente iba a conocer el famoso Palacio San José y lo recibió en persona el General que había vencido a Juan Manuel de Rosas. Los 20 kilómetros que separan la ciudad del palacio los hicieron a bordo de una berlina inglesa. Al llegar al final de la Avenida de Magnolias que da ingreso al lugar, descendieron del carruaje para avanzar a pie por el camino de lajas bordeado de exóticas arboledas, totalmente tapizado de pétalos rojos, acaso un símbolo del federalismo del anfitrión.

Para la ocasión Urquiza hizo rodear el perímetro completo del casco de su estancia con una sucesión de antorchas que alumbraron la opulencia del edificio solitario en la inmensidad del campo entrerriano. Sarmiento, quien era un conocedor de los majestuosos palacios europeos, se quedó pasmado. Y al ingresar en el Jardín Francés, cuyos pisos de piedra italiana estaban cubiertos con alfombras de Esmirna –al final del cual los esperaba Doña Dolores Costa de Urquiza con sus hijos–, el presidente ya creía estar soñando.

Atrás había quedado la fachada del edificio, con dos torres-mirador, una en cada extremo del cuerpo central y conectadas por una galería de arcadas de medio punto que descansan sobre ocho columnas toscanas. Como remate del frente hay un friso dórico con triglifos y símbolos de guerra. El palacio fue declarado Monumento Histórico en 1935.

LA ESTRUCTURA La planta general del Palacio San José responde a la construcción típica española de herencia morisca –con algo de fortificación–, conformada por una serie de habitaciones que rodean un patio cuadrado con una galería a modo de transición, con la diferencia de que en este caso el palacio tiene tres alas diferentes con varios patios.

Los trabajos fueron realizados entre 1848 y 1857 por los arquitectos italianos Jacinto Dellepiane en una primera etapa y Pietro Fossati en segundo lugar. El estilo arquitectónico del edificio es una amalgama donde confluyen la herencia romana y florentina del neorrenacimiento, con una nueva concepción basada en la libre interrelación de los elementos que se alejaba del clasicismo griego para dar lugar a formas más ampulosas y recargadas de lujo.

La planta principal tiene 38 habitaciones dispuestas alrededor de dos hermosos patios y están vinculadas entre sí por puertas interiores que ahora unifican el recorrido de los visitantes. Uno de estos espacios abiertos es el Patio de Honor, rodeado por las habitaciones destinadas a los dueños de casa y a los huéspedes ilustres. Para decorar sus paredes Urquiza contrató al artista uruguayo Juan Manuel Blanes, quien pintó –bajo su estricta supervisión– ocho de las nueve batallas que comandó el General (sólo quedó afuera la de Pavón, donde retiró su ejército en medio del fragor de la batalla). Hoy en día, para su protección, los óleos están en el antiguo comedor de la casa.

El Patio del Parral, alrededor del cual estaban las habitaciones de los visitantes de menor categoría, es otro de los espacios de gran interés en la visita. Allí está la pérgola del parral, una obra de herrería majestuosa, creada por el arquitecto Fossati con un diseño de vanguardia para la época. La estructura que sostiene las parras forma una galería abovedada con paños de hierro que se abren en arcos de medio punto, decorados con rizos, rulos y guirnaldas.

La Sala de los Espejos, que impresionó especialmente a Sarmiento, era el antiguo ámbito de las recepciones sociales. Aún hoy resplandece con su cielo raso de más de cien espejos y un artesonado de madera de pino blanco. Junto a la Sala de Juegos está el fastuoso Escritorio Político de Urquiza, desde el cual el General regía sin titubeos los destinos de suestancia y de todo el interior del país, enfrentado a la díscola Buenos Aires.

Entre las excentricidades del palacio está la laguna artificial que hizo excavar Urquiza, donde llegó a botar un barco a vapor, el “San Cipriano”, que tiempo después se hundió para siempre en el fondo. Del barco quedó para la posteridad apenas el ancla, encontrada unos años atrás. Y por cierto el acaudalado estanciero no acostumbraba a privarse de nada. En el primer patio están todavía los restos de un pozo de agua que, provisto con un ingenioso sistema, le permitió al palacio ser uno de los primeros en el país con agua corriente. En otro sector estaba la máquina productora de gas de carburo que servía para iluminar la residencia.

Expertos paisajistas trabajaron también en el diseño del Palacio San José. En los jardines hay bustos de célebres guerreros como Napoleón, Hernán Cortés, Alejandro Magno y Julio César. Y en el parque perduran hasta hoy las enormes pajareras octogonales montadas sobre un pedestal con escalinatas de mármol que resguardaban toda clase de aves exóticas traídas del extranjero. También hay un gigantesco palomar ya que la carne de paloma era parte de la dieta de aquella época.

LA CAPILLA Uno de los elementos fundamentales del Palacio San José es la capilla circular que Urquiza hizo construir para el casamiento de su hija Ana. La razón de tamaño lujo privado –prohibido según las leyes canónicas– era la lejanía que había entre el palacio y la iglesia más cercana, aunque para su construcción fue necesaria una autorización papal. La capilla es una pequeña joya arquitectónica diseñada por el arquitecto Fossati, quien ideó una fachada con cuatro pilastras adheridas al muro y querubines a los costados. El muro superior de la capilla sostiene una cúpula octogonal con un tambor que permite la entrada de luz natural a través de una claraboya central con vidrios rojos. El exterior de la cúpula está revestido con piezas de azulejito conocidos como “pas de Caláis” importados de Francia, mientras que su interior fue decorado con pinturas murales de Blanes sobre pasajes de la Biblia. Todas las paredes están revocadas con un polvo de mármol traído desde Italia en incontables barriles, que servía para producir un acabado perfectamente liso e inexistente en cualquier otra construcción americana del siglo XIX. Pero un capítulo aparte de la capilla es la pila bautismal de mármol de Carrara, obsequio del cónsul argentino en Roma, Salvador Jiménez, designado por Urquiza. La obra, copia de una escultura del Vaticano, fue embarcada desde Génova hacia el Palacio San José el 2 de julio de 1857.

“Vienen a matarme” Al ingresar en el dormitorio de Urquiza, los guías reviven los últimos instantes del General. El 11 de abril de 1870, el anciano guerrero descansaba en una silla bajo las galerías internas del Patio de Honor, justo frente a la puerta de su cuarto. Desde los fondos, un grupo de sesenta hombres atravesó los patios al grito de “Viva López Jordán”. Advertido por el alboroto, Urquiza entró a su dormitorio en busca de un arma y pronunció su frase póstuma: “Vienen a matarme”. Al asomar la cabeza bajo el marco de la puerta para enfrentar a sus agresores recibió un tiro en el pómulo que lo derrumbó al piso. Cuatro puñaladas certeras pusieron fin a su agonía en los brazos de sus propias hijas, que se habían abalanzado sobre él para atenderlo. En el vidrio de la puerta aún está la huella de una mano ensangrentada, pero nunca se pudo determinar si fue de alguna de las hijas o del mismo General herido de muerte. En el dormitorio se conservan también la silla de Urquiza y recortes de diarios de la época con las crónicas del asesinato.

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Después de la guerra, la paz. Con la paloma en la mano y un león a sus pies, la estatua preside la entrada al Palacio.
 
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