Domingo, 19 de noviembre de 2006 | Hoy
DIARIO DE VIAJE > DE ESTADOS UNIDOS A LA PATAGONIA
Entre 1833 y 1834, dos jóvenes misioneros norteamericanos convivieron durante unos 100 días con una tribu tehuelche y escribieron un diario sobre esa experiencia –considerado el relato más antiguo sobre la vida de los indígenas patagónicos–, que fue publicado en inglés en 1886 y nunca en español. A continuación, un fragmento del libro que acaba de ser traducido y editado por primera vez en nuestro país.
Por Titus Coan *
23 DE DICIEMBRE Nuestros amigos indios se levantaron temprano esta mañana a fin de prepararse para recibir a la tropa que se aproximaba desde el norte y el jefe joven salió a encontrarla y escoltarla hasta el campamento. Cerca de mediodía, comenzaron a llegar y durante horas estuvieron apareciendo y colocando sus toldos alrededor de nosotros.
Como es usual, todo el trabajo fue realizado por las mujeres, mientras que los hombres y los niños se reunían en multitud delante de nuestra carpa, observándonos con gran curiosidad y una sonriente buena disposición. El clan consta de varios centenares y, cuando está montado, parece un regimiento disperso. Está encabezado por un hombre joven a quien llaman Congo y al que dan el título de “capita le grande”.
Poco después de su llegada, este importante capitán vino y se presentó como el gran jefe de la tribu, y pasó varias horas con nosotros. Es un espléndido ejemplo de estructura física, de un metro noventa de alto, bien formado y agradable en su figura y movimientos. Tiene una apariencia suave y abierta, con una estampa de intelectual, así como pleno de gentileza y buen carácter. Sus maneras son sencillas y naturales, y a primera vista se lo podría tomar por un nativo semi-civilizado.
Cabalga un caballo espléndido y viste polainas de cuero y un rico manto de cuero que le da una atractiva apariencia para ser un patagón. Habla muchas palabras castellanas y algunas inglesas, y se considera un hombre preparado, especialmente porque puede contar hasta diez en inglés.
Nos dijo que una gran parte de su tribu estaba con Santa María y que estarían aquí en una luna.
Nos preguntó sobre nuestro país. ¿Es grande? ¿Hay muchos guanacos? ¿Cómo llegamos a la Patagonia? ¿Cuántas lunas estuvimos sobre el agua? ¿Cuánto tiempo hemos estado aquí? ¿Cuánto nos quedaríamos? ¿Qué artículos habíamos traído? ¿Eramos capitanes importantes o propietarios de muchos veleros? Y muchas otras preguntas de ese tipo. Dimos respuestas honestas a esas preguntas, que parecieron satisfacerlo y agradarle. También tenía curiosidad por saber el nombre en inglés de casi todo lo que había alrededor. Después de una entrevista social, nos invitó a visitarlo en “casa le grande” –la casa grande– y, extendiéndonos la mano con toda la evidente cordialidad de la etiqueta civilizada, nos dejó y volvió a su propio toldo.
Además del gran capitán, hay varios oficiales inferiores, a los que llama “poco capetans” o capitanes menores, pero aún no hemos aprendido cómo se ocupa alguno de esos puestos o qué poderes distintivos tiene cada uno. Según todo lo que se ve, el hombre que demuestra más valentía en la lucha, la mayor destreza en la caza y el mayor caudal de locuacidad y autosuficiencia llega a ser, como Nimrod, un líder natural de la tribu y la gente lo considera y lo sigue.
Al mismo tiempo, hay poca evidencia de organización o gobierno entre ellos. La mayor parte de estos salvajes asume un aire de valor e independencia, como si cada uno hubiera nacido para ser rey y nunca hubiera sido conquistado u obligado a servir y de ese modo van de aquí para allá por las llanuras como los beduinos y vagan desde el Estrecho de Magallanes hasta el río Negro al norte y desde las costas del Atlántico hasta los Andes occidentales. Fuimos presentados a Santa Río, uno de estos subordinados. Habla el idioma castellano y, por su nombre, demuestra que ha estado con sacerdotes de la Iglesia Católica. Hace cuatro años fue enviado para comprar caballos desde las Islas Malvinas –donde había estado residiendo– por el gobernador de esas islas. Desde entonces ha quedado con los patagones (...) Le hicimos muchas preguntas sobre el país y su gente. Nos informó que la reina María está en Puerto San Julián, al norte de [el] Santa Cruz, sobre la costa atlántica, a unos doce días de viaje del Estrecho, y también que había unos mil indios con ella. También nos dijo que el clan de Lorice pertenecía a otra tribu y que estaba compuesto mayormente por fueguinos, que hablaban un dialecto diferente –hecho que habíamos percibido– y que generalmente evitaban a las tribus del norte de la gente de a caballo por miedo a ser esclavizados. (...)
Físicamente, los indios de esta tierra son una raza noble. Son altos, bien formados y fuertes. Sin embargo, no son gigantescos. Ninguno de ellos tiene más de un metro noventa y cinco y pocos pesarán más de cien kilos, ni hay una gran proporción que mida más de metro ochenta. Debido a la naturaleza de su comida, sus grandes esfuerzos para procurar la caza y sus hábitos nómadas, hay poca tendencia a la obesidad entre ellos. He visto hombres mucho más altos y robustos entre los norteamericanos y europeos que entre los patagones. Nos inclinamos a estimar que la altura promedio de lo que los marinos llaman “indios de a caballo” de las tribus pampeanas es de un metro setenta y cinco, y que su peso promedio es de 85 kilos. Creemos que las estimaciones extravagantes que se han hecho a menudo sobre el tamaño de los patagones ha surgido de verlos cuando están de pie, caminando o cabalgando por la costa, envueltos en sus inmensos mantos de pieles, sin quitar la lana y con el extremo superior de este manto levantándose sobre la cabeza como una capucha. (...)
27 DE DICIEMBREEl viejo capitán Ben nos hizo una visita esta mañana, trayéndonos como regalo un puñadito de sal de roca. No sabemos si eso era un producto patagónico o si lo había obtenido de alguna nave. Nunca hemos visto que los nativos usen sal y hemos supuesto que no conocen su uso, pero el capitán Congo nos dice que hay mucha en el campamento. El viejo Ben sonreía mucho cuando nos regaló la sal, tanto que pocas veces recibimos un regalo con más placer.
Hoy fue organizada la gran cacería de cuatro días. Hacia mediodía, la partida salió bajo la dirección del gran capitán y sus subalternos, llevando consigo lo que llamaron “pocas casas” (toldos pequeños) hechas para uso temporario. Se han ido con la tropa casi todos los hombres sanos, junto con muchas mujeres para llevar los toldos y otros elementos necesarios, mientras que unos pocos han quedado, incluyendo a los ancianos y débiles, las mujeres y los niños y unos pocos zánganos perezosos, de modo que estamos en la tranquilidad de un campamento casi desierto. Sin embargo, no lo lamentamos, porque nos da un poco de alivio del confinamiento y la fatiga ocasionados por la incesante muchedumbre de visitantes desde que nos levantamos en la mañana hasta tarde en la noche. (...)
31 DE DICIEMBREHa terminado la cacería de los indios y, de acuerdo a lo planeado, hoy volvió la hueste de cazadores, cargados con su botín. De acuerdo a la promesa hecha antes de su salida, Congo nos trajo seis hígados y muchos otros nos dieron grandes trozos de guanaco, pero más bien poco de carne de avestruz, la que nos gusta, debido a su grasa. Los regresados cazadores se amontonaron alrededor de nosotros, encantados de reencontrarnos, y el gran capitán averiguó con interés sobre el humo en la bahía San Gregorio y si algún “barko americana” estaba allí. Propuso ir mañana a la costa él mismo e invitó a que uno de nosotros lo acompañara, pero, como le dijimos que sin duda el velero habría zarpado para ese tiempo, desistió de la idea de ir. Después de una cortés visita, nos dio la mano de despedida de manera muy afectuosa y volvió a “casa le grande” para la noche.
Hemos estado esperando que surja un camino para que podamos ir hacia el oeste a los Andes y que, si es posible, llegáramos a la costa del Pacífico o ir entre los indios araucanos del sur de Chile, pero los jefes sacudieron la cabeza ominosamente ante la idea y dijeron que es imposible.
Así se cierra el año sobre nosotros y aquí estamos, refugiados en la fe, sin saber qué ha de ocurrir en el año próximo. (...)
2 DE ENERO Muy temprano esta mañana, el gran jefe nos informó que el campamento sería trasladado hoy, pero no a la costa. Desarmamos nuestra carpa y nos preparamos para salir. La marcha comenzó a las diez, pero no fue sino hacia las dos de la tarde que el terreno quedó desocupado. Cuando estuvimos por salir, ellos hicieron una gran humareda, como es habitual en estas ocasiones. (...) Es realmente grotesca la apariencia de nuestro campamento cuando es levantado y en marcha. Unos doscientos fuertes hombres, montados para la caza, armados con aguijones, boleadoras y cuchillo, y acompañados por perros que no podemos contar, dirigían la caravana o se desplegaban como exploradores a izquierda y derecha, mientras una gran compañía de mujeres y niños, con toldos, palos, aparejos y todas sus demás posesiones, sigue en la retaguardia, moviéndose a menudo en líneas paralelas a lo largo de las distintas huellas y, a menudo, extendiéndose por muchos kilómetros sobre las llanuras. A veces sus caballos están tan cargados que caen bajo el peso. Algunos guanacos fueron cazados en el camino, y cuando llegamos al lugar de campamento, nos regalaron una buena porción de carne. Un indio cabalgó hasta nosotros en el camino y nos dio a cada uno un trozo de avestruz asado que había conseguido en route. Después nos dio la piel del ave.
3 DE FEBRERO Nuestra ubicación actual es agradable. A nuestra izquierda hay una cadena de montañas bajas, que sobresalen de una amplia extensión del país, incluyendo al Estrecho de Magallanes y las lejanas y opacas costas de Tierra del Fuego. A nuestra retaguardia hay una colina que quiebra la fuerza del viento, con una campiña delante.
A la tarde, Louis y yo dimos vueltas y trepamos la colina detrás de nuestro campamento para tener la vista amplia que permite el lugar y juntar algunas fresas silvestres insípidas, que crecen en sus laderas y que los indios llaman yanker. Mientras estábamos en esta colina, vimos tres grandes señales de humo en el lado sur del Estrecho, hechas por los indios de Tierra del Fuego oriental. Al descender de la colina, percibimos una humareda en dirección del cabo San Gregorio y nuestra gente dijo que otros indios habían llegado allí. Bien al atardecer, llegó un hombre a caballo desde esa dirección y, cuando se acercó, los indios corrieron en gran número a su encuentro. Nos informaron que la reina María está avanzando con una gran caravana y todo nuestro campamento está conmovido.
* “Aventuras en Patagonia” - Un viaje de exploración de dos misioneros norteamericanos / noviembre 1833 - marzo 1834. Zagier & Urruty Publications.
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