Martes, 28 de abril de 2009 | Hoy
UNIVERSIDAD › OPINIóN
Por Esteban De Gori y Matías Palacios *
Probablemente estemos de acuerdo en que nos encontramos en momentos cruciales para la Argentina. La agenda política que propuso el gobierno nacional está jaqueada por los medios de comunicación y por los grupos económicos. La rearticulación de viejas y nuevas derechas es la mejor evidencia de su predisposición para un nuevo asalto al poder. La puja por la distribución del ingreso, la disputa por las narrativas del genocidio reciente, la nada inocente sensación de inseguridad y la ofensiva reaccionaria contra las garantías constitucionales alcanzadas, así como la creciente penetración de drogas en los sectores populares son aspectos de la realidad insoslayable para nuestro país.
Salvo contadísimas excepciones, la universidad pública, progresista por definición y por tradición, parece estar ausente de esta escena. Es decir, su capacidad de intervención colectiva se encuentra debilitada no sólo por las políticas neoliberales, sino por la afirmación de intereses individuales en detrimento de los colectivos y comunitarios. Observamos una institución universitaria ensimismada en una suerte de “endogamia” profesionalista, atravesada por categorizaciones y reordenamientos jerárquicos más afines con la producción de un mundo aristocrático y elitista. El neoliberalismo no fue en vano. Penetró en las prácticas universitarias, en sus horizontes profesionales e intelectuales, reconfigurando el orbe de profesores, estudiantes y la sustancia de lo público. La insistente vocación por la búsqueda del prestigio individual devela el fracaso colectivo de sostener una producción atenta a la transformación, al progreso y al bienestar social.
Pese a esto, algunos actores de la universidad creemos que el sentido de nuestra acción está orientado hacia un reposicionamiento de la universidad en los debates públicos y en la sociedad, como productora de conocimientos, contribuyendo así al fortalecimiento del entramado social, que reinvente cursos de acción, que cuestione los sentidos comunes que afirman las desigualdades y que participe de manera protagónica en la búsqueda de igualdad y justicia.
Con “sorpresa” hemos leído (en Página/12, el viernes 24) un escrito apologético de una performance de música electrónica que concluyó con una “acción” sobre los baños de la Facultad de Ciencias Sociales, consistente en la destrucción de la señalética estándar y su reemplazo por imágenes que amplían el concepto de género. ¡Justo en nuestra facultad, que ha sido vanguardia en reivindicar libertades y elecciones sexuales y que acompañó con aportes sociológicos las insistentes luchas y reivindicaciones de los movimientos sociales!
Pues todo indica que aquella radicalidad ejercida en los años ’60 no es necesariamente una radicalidad para los días actuales, y termina abundando en prácticas que no colaboran con la superación de la fragmentación universitaria y que ni siquiera provocan nuevas interpretaciones y disputas. La sociología que nace y adquiere estatus científico en torno de la reflexión de las instituciones y sus formas de recreación y producción no debería resignificar sus sentidos con la declinación de las instituciones y afirmarse en el andamiaje teórico del posmodernismo. Requiere de un esfuerzo mayor en la búsqueda y multiplicación de objetos y preocupaciones teóricas que no encontrará en los... baños.
Si advertimos que en el detalle se encuentra el todo, podríamos decir que el detalle baño es la mejor manifestación de un proyecto de sociología reducido y pensado para los pequeños ámbitos. Lo deseable es salirse del baño, es decir, lo deseable es una sociología a la “vanguardia”, con propuestas sociales orientadas por una voluntad política transformadora. Porque puede suceder que mientras las derechas aspiran a ordenar “la casa” nuestra única salida es encerrarnos en los baños.
* La Gironda, agrupación de graduados y docentes de Sociología (UBA).
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