Sábado, 28 de enero de 2012 | Hoy
Por Claudia Piñeiro
A principios del año pasado me contactó Federico Racca, un escritor y abogado cordobés que intentaba armar una antología desde su provincia, con una editorial local. Nos encontramos por primera vez en el bar de una librería de Palermo, Libros del Pasaje. Racca llegó vestido de sport, jean y remera, con una mochila negra al hombro. Su atuendo era muy distinto al que suelen usar algunos acartonados abogados porteños, y eso ya me cayó bien. Me contó rápidamente de qué se trataba la antología, a qué otros autores había contactado, el espíritu federal que la inspiraba (saldría en Córdoba y contaría con escritores de muchas otras provincias). Y en cuanto terminó de explicarme el proyecto sacó de su mochila un salame de Colonia Caroya que me había traído de regalo. Imposible decir que no, nunca ningún editor me había hecho un regalo tan original e irresistible.
El 2011 fue un año donde todos los argentinos votamos varias veces y la antología tendría que ver, justamente, con las elecciones. Los cuentos no necesitaban estar relacionados con el sufragio propiamente dicho, sino que se podía jugar con la palabra “elecciones” y buscarle otros significados, otras razones, otros momentos. Y aunque el cuento que escribí transcurre durante un día de elecciones presidenciales, lo que cuenta, la anécdota que se narra por debajo, poco tiene que ver con eso. ¿De dónde sale la historia? Como todo lo que escribo, se me arma en la cabeza casi con los mismos elementos con que aparece un sueño en medio de la noche: un hecho real que equivale al resto diurno, una escena disparadora, y luego las palabras que se van enhebrando y llevan a los lugares donde el cuento (o el sueño) tiene que ir. En este caso, el hecho real había sucedido unos años atrás y vino a mi memoria mientras buscaba una historia que respondiera a la consigna de la antología: la imposibilidad de encontrar el documento nacional de identidad justo el día en que hay que ir a votar. Las circunstancias reales fueron diferentes, más aburridas, carentes del conflicto necesario para que se justificara narrarlas; el documento apareció y punto. En el cuento ese espacio donde nada sucede lo ocupa la ficción, el preguntarse qué pasaría si, y luego dejarse llevar por las palabras, el lenguaje, el sonido de la prosa, hacia las posibles respuestas.
Cuando el libro estuvo listo, Racca viajó a Buenos Aires y Gustavo Nielsen nos hizo un asado a algunos autores que estábamos incluidos en la antología y coincidíamos ese día en esta ciudad: Vicente Battista, Miguel Espejo, Osvaldo Gallone, algún infiltrado y yo. Racca volvió a traer salame de Colonia Caroya, pero esta vez se lo quedaron Nielsen y Battista, uno por ser el dueño de casa y el otro porque se lo merecía.
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