Martes, 22 de enero de 2013 | Hoy
Por Washington Cucurto
Una tarde en el barrio de La Boca llegó Néstor. Nosotros nada que ver, estábamos cortando cartón y escuchando cumbia. Cada vez que una turista pasaba por enfrente de la cartonería le gritábamos de todo. Me acuerdo bien cuando llegó Néstor porque vino con Omarcito, el cartonero, ex piloto de la guerra de Malvinas y también llegó detrás de ellos, ¡cómo olvidarlo! El camión de los ñoquis y las empanadas. Una vez a la semana venía el mionca y estos atorrantes de La Salteña entraban a repartir en el barrio los productos vencidos. ¡Morfi que es para tirar, en La Boca lo reparten entre la gronchada que sabe comer cualquier cosa! “La Sinergesia capitalista internacionalista lo hace para bajar el número de habitantes en el mundo, viejas y niños y sobre todo pobres.” “¡No coman eso!”, nos dijo Néstor de entrada. Pero esto es el comienzo del fin; este es el comienzo de un sueño y la verdadera verdá de por qué nos hicimos un cacho kirchneristas.
Juliancito Gonzales, otro alienígena del cartón, nos contaba que andaba escribiendo un libro titulado con una frase célebre: “Esquivando meadas de dinosaurios”. Cada tardecita nos leía un poema o alguno de sus cantos larguísimos. Puede ser que Juliancito esté meado por los dinosaurios. Pero la muerte no es tonta y no se abraza a los giles.
Lo que Juliancito tiene no es mala suerte, sino un espíritu agujereado y una pereza que no reconoce cama para ir a echarse. ¡Dormir la siesta es para él lo más preciado de la vida!
Pero no soy quien mierda para sacarle el cuero a nadie. Y prosigo. O mejor dicho me alío, me abrazo, o sigo con el PRO. A mí no me jodan, si me dan un curro, me voy con el PRO y al amarillo lo hago mi color.
“Va a estar bueno.” “Baires es de todos.” “Buenos Aires sos vos.”
Me chupa un huevo el análisis de la estúpida cartelerística que se puede ver desde un micro. Si hay curro, yo PROsigo. ¡Dejenmé de joder!
La Osa blanqueaba tapas, Ricki Comediata cortaba cartón siempre torcido y todo transcurría dentro de la normalidad en el taller cartonería gráfica. (De ahora en adelante la Carto.)
En esta editorial artesanal y por demás preciosa, están encuadernados en cartón Hojas de Hierba, de Whitman, Veinte poemas del ex poeta, de Cuevas; Esteban Echeverría y su formidable Matadero, un cuento imperdible de Piglia. Y acompañando, a esta alta literatura que ingresaba a fuerza de trabajo en los cerebros del barrio, sonaba a todo volumen Omar Shané.
Todo transcurría en paz entre los turistas, los estudiantes de periodismo de la escuela de Aliverti o TEA, la carrera de sociología de la UBA, todos venían a tocar nuestros libritos colorinches de cartón; poetas y narradores del boom, venían con su cuentito bajo el brazo para que lo editemos. Una vez también vino Roberto Bolaño, con un cuento que se llamaba “El gaucho asesino” y lo rechazamos. No nos iba la literatura antiargentina escrita por un chileno rencoroso. En la puerta vibraba un exultante cartel: “Un libro cartonero no se le niega a nadie. Sólo hay que colaborar”. Al pobre Roberto se lo negamos.
En medio de esta selva de luzzers apareció Omarcito para cumplir la promesa que nos venía prometiendo hace meses: traer a Néstor a la carto.
Omarcito no quiso ser de la partida junto a sus compañeros ex combatientes que se instalaron con carpas en la Plaza de Mayo, hace ya varios años. “Pedir al Estado un derecho obvio como haber defendido la soberanía de la Patria me parece una humillación. Yo pilotié solo en medio del Océano y hundí tres Harries y el Estado no apareció nunca”, nos decía como si afirmara otra verdadera verdá inmodificable.
–Hola, damas del mundo. Qué honor. Hola, jovencitos del mundo, estudiantes. Qué honor. Cartoneros roñosos. Lo prometido: traje a Néstor.
Por error una de las chicas dijo su nombre: Cecilia.
–Igual a la hija de puta de mi hija –soltó Omarcito.
–Oh, dama europea, mucho gusto –le dice ahora a una documentalista francesa que saca fotos. Le tiende su mano llena de mierda y le besa la mano perfumada de la gringa. Mierda perfumada o perfume de mierda. Un gentleman de la basura y el tetra. Anda descalzo y en cueros, tiene tatuado un Pucará 340 en el hombro. Vaya a saber qué más tiene en la cabeza. Vive en su carro, que no es otra cosa que un carrito de supermercado lleno de papeles y cartones. Cuelgan dos frazadas. Nos trae tres sillas rotas que encontró en la calle y un atado de cartones mojados por la lluvia o la meada de los perros. Para disculparse dice:
–Les traje tres sillas de regalo para que puedan sentarse y pintar mejor las tapas, cartoneros roñosos. Pero además les traje al amigo, para que vean que Néstor vive.
–¡Néstor vive! Che, dénme dos granos de bola –volvió a repetir alzando las manos mugrientas.
Y apareció atrás de él, alto y con barba y mucho más flaco Néstor. Era él, no había con qué darle. Para musicalizar la aparición, corrí hacia el minicomponente y mandé a Shané, el Evangelista de la Cumbia. Ricky se tapó los oídos en clara repulsión. No me olvido más, el tipo tenía una luz a su alrededor, como una aureola no celestial, sino multicolor, más tirando a cabarute, que estaba buenísima. ¡Hubieran visto la cara de los chicos de la Universidad que nos hacían un reportaje para la materia “Espectacularidades cartoneras internacionales”. ¡Blanquearon los ojos!
–¿Señor Presidente? ¿Es usted? Alcanzó a musitar un estudiante.
Ahí me di cuenta de que Néstor debía ser nuestro secreto, que era para pocos. Y lo agarré del brazo y lo metí en el baño.
Lo miré a los ojos y era él.
–Quedate acá, y no te movás –le ordené y además le di un beso.
Salí al ruedo:
–No le hagan caso. Es un chistoso, un borracho que se hace llamar así, un burdo imitador, otro Falso Diego que se saca fotos con los turistas...
Omarcito, el cartonero, ex piloto de guerra de las Malvinas, ex combatiente caído en desgracia, abandonado por su mujer y sus tres hijas a la llegada de las islas. Cecilia, Celeste y Melisa, quienes lo provocaban diciéndole “cuidado, conchita, que ahí vienen los gurkas a romperte el culo”. Y fue alejándose para siempre del departamento de tres ambientes de Caballito. Se alejó de la postura clasemediera de su familia y sus hijas que noviaban con abogados, administradores de empresas u odontólogos de mierda. “¡Y volé y luché contra los gurkas de aritos en las orejas! Si tenían el arito en la izquierda gustaban de los hombres; si tenían el arito en la oreja derecha les gustaba penetrar a izquierda y derecha, bien políticos: penetrados o penetradores, sin vuelta. Volé debajo de los radares en el difícil Atlántico Sur.”
Omarcito nos contó por qué lo trajo de prepo.
–No lo puedo tener más en la ranchada porque los muchachos se lo van a comer vivo. Pasa el día hablando de Argentina y del peronismo. Ya lo rescaté una vez de que lo acuchillaran. Ya no lo puedo dejar solo. Con 15 tetras diarios cualquiera pierde sus cabales.
El ex héroe de las Malvinas se sentó en medio de la carto, pidió un faso y nos dijo que nos iba a contar cómo lo conoció. Pero antes nos dijo que Néstor necesitaba alguien que lo bancara y esa debía ser nuestra misión.
–¡Iré a hablar con el cura de la Iglesia de las Ondas Celestiales de Dios! –dijo la Osa.
Omarcito no se lo permitió:
–¡No quiero saber nada con los evangelistas!
Ricki Comedieta, excitado por conocerlo, me dijo cuando todos se fueron y cerramos la carto:
–Andá, dale traélo, sacalo del baño que lo quiero ver bien. ¡Llevémoslo al Argerich!
–Nada de médicos, que son todos unos buchones –dijo alguien.
En el calor de la conversa, sin saber qué destino tomar con el implicado, se propuso que lo lleven al Edificio del Sindicato de Gráficos, que está desierto y lleno de bultos de Perón y Evita y máquinas de la década del ’50.
–¡Hasta tienen una cupé familiar peronista ideada por Perón para que todos los trabajadores tuvieran su auto familiar! La tienen en exhibición y desde ya les garantizo que todavía funca –dijo otro.
–¡Claro qué sí –se entusiasmó el ex piloto de guerra de las Malvinas, y seguro que podemos hacerlo arrancar! ¡Sé de motores de aviones y podemos adaptarlo para que sea el avión de Néstor!
–¿El avión de Néstor? –nos preguntamos todos.
–Sí. ¿No sabían? Néstor tiene un planeado recuperar las Malvinas –nos dijo Omarcito.
–Che, pero antes de avanzar, decinos de dónde lo rescataste.
–De la calle, ¿de dónde va a ser? Lo encontré camuflado, con barba, pidiendo monedas en la esquina de Talcahuano y Corrientes. Por cada corte de semáforo se agenciaba veinte mangos como mínimo. La gente creía que era un imitador y alguno ni lo registraba.
Omarcito nos contó que Néstor estaba loco, se pasaba las tardes mirando el Obelisco, diciéndoles cosas a las chicas de Tribunales, tirado en la vereda sobre un mugriento colchón. Y ahora resulta que tiene un plan para volver a ser Presidente y copar las Malvinas. Pasaba las horas mangueando por las calles del centro como un tripulante más del furgón castigado de Buenos Aires. Se bañaba en las iglesias y los comedores. Comía lo que encontraba en las bolsas de basura del McDonald’s y de la pizzería Güerrín. Los mozos sacaban las bolsas negras de consorcio y lo saludaban con un afecto: “¿Qué hacés, Néstor?”. Y era el único, el verdadero. ¡El patriota, el militante Néstor todo terreno!
–Se agarraba unas mamúas bárbaras, unos pedos desopilantes en los que hablaba con Perón, Santucho y contaba cómo Firmenich le chupaba la pija, y así nos hicimos medio amigos.
“A veces le daba un pire y se abataclanaba de lo lindo, doblaba el colchón, lo metía en un contenedor ecologista de esos que puso Macri y se compraba un traje gris en Mac Gregor y salía a dar una vuelta, soñando con un país de verdad. Se comía una porción de muzza y pomarola, dos fugazzetas de jamón y queso y si le quedaba tiempo, se echaba un talco en un departamentito privado y volvía de nuevo al colchón que, de seguro, ya estaría ocupado por un amigo, un tal Néstor, otro, un flaquito que doblaba la muñeca y que a mí no me caía muy bien, siempre me miraba el bulto. ¡Para mí que Néstor se lo clavaba!”
–Vení, negrito, vamos a conocer a Rosa de Luxemburgo, me decía Néstor y una vez me animé y fui, ante la luz del Obelisco, tirado en un colchón en la calle, estaba la tal Rosa... ¡Era un flaquito sin dientes, semidesnudo, que chamuyaba en portuñol, lo esperaba a él para dormir juntos en el colchón! Pero para mí que ese tipo era un espía del campo. Por esa época se había corrido la bola de que estaba vivo y mandaron sicarios para matarlo. Porque Néstor habrá tenido errores, pero era un prócer, un patriota total.
Omarcito nos contó que al flaquito que decía que era poeta, Néstor lo conoció en una villa cuando lo pisó un 59 y en el hospital lo salvó una enfermera que se enamora de él al instante, lo cose, lo desinfecta, le da el alta y se lo coge. Se lo lleva porque ella sabe que lo buscan los espías del campo por la penosa ley 123. Lo cuidó, se hizo cargo de él y lo envolvió en una frazada hecha con retazos de tela de Once en una villa que, pródigamente, le habían puesto Néstor Kirchner.
–¿Y entonces qué pasó? –le preguntamos todos cuando apareció detrás nuestro, recién salido del baño, Néstor en persona. Nos dijo:
–Me rajé porque esa mujer estaba loca. Pensé que podía estar mejor con Omarcito, que me llevó a la ranchada, pero “sus amigos borrachines” ya no me soportan.
Nos quedamos en silencio mirándolo. No podíamos creer que Néstor estuviera sentado con nosotros. Llevaba un traje gris, todo arrugado, la corbata roja. Se levantó y agarró un libro de Gonzalo Millán de la estantería. Musitó algo así como que lo conocía, que lo había visto una vez en Valdivia. Leyó un poema de Millán que habla de desaparecidos, no me acuerdo bien.
–Muchachos –nos dijo con tono grave–, en esta carto quedan los últimos seis patriotas y un aviador. Debemos recuperar la patria de las garras del campo, Clarín y los Estados Unidos...
Lo miramos como si estuviera felizmente loco. Loca y maravillosamente loco. Lo escuchamos convencidos, entusiasmados, dispuestos a todo.
Entonces Néstor se paró y levantó él mismo las persianas. El sol de La Boca entró con todo.
–En esta carto se crea la Primera Agrupación Patriótica Néstor Perlongher. Nos dijo. Vamos a ir al gremio de los gráficos y vamos a tomar esa cupé familiar peronista. Llegó la hora de jugarnos. ¡Vamos a recuperar el país!
Y salimos en fila, directo a Leandro N. Alem.
(Continuará)
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