Jueves, 19 de febrero de 2015 | Hoy
Por María Teresa Andruetto
En un pasillo de la Feria del Libro 2014, en Buenos Aires, encuentro casual con Cristina G. En las derivas de la conversación, ella dice refiriéndose a cierta época, “habíamos ido con mi marido a un pueblito de la costa y apareció un ahogado. Después supimos que no era un ahogado”. La frase se mezcló con el recuerdo de mis miedos de entonces y con mis recuerdos infantiles del río Tercero, a la altura de Pampayasta (era bravo el río, todos los veranos se llevaba a alguno) y con la tapa de un libro sobre cooperativismo que había en casa. El libro se llamaba Los niños primero y tenía la imagen de un océano del que asomaba un brazo en alto, el brazo de una madre ahogándose, con un niño en la mano. En ese vaivén de la memoria y del río, el río de los muertos, que se lleva a jóvenes o trae ahogados hasta la playa, se armó el cuento de nuestros ahogados.
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