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En “Shade, la sombra del juego” conviene tener los ojos abiertos
Directamente a video llega una clásica en el subgénero “juegos de cartas”, con estafadores y una gran partida de cierre.
Por Horacio Bernades
“¿Sos de Cincinnati?”, le pregunta un jugador a otro, y no se trata de cualquier ciudad: de allí venía The Cincinnati Kid, el personaje que Steve McQueen encarnaba en la película del mismo nombre, uno de los hitos del cine de poker. Que es todo un género, sí, con reglas propias y unos cuantos jalones y bien ganados galones. Aunque, curiosamente, es posible que su máximo paradigma no sea una película sino una serie, aquella Maverick que consagró para siempre al gran James Garner. Al género de películas de poker pertenece Shade, la sombra del juego que, a pesar de su vasto elenco, no llegó a estrenarse en su país, y en la Argentina lanzará en días más, directo a video, el sello AVH, un mes antes de su estreno en París.
Dirigida por el debutante Damian Neiman, Shade cuenta en su elenco con Gabriel Byrne, Thandie Newton, el morocho Jamie Foxx y unos cuantos veteranos de nombre, entre ellos los renacidos Sylvester Stallone y Melanie Griffith. Que es como si volvieran del mundo de los muertos, sobre todo por el recauchutado aspecto de ambos. Como toda película de poker, Shade es también una de estafadores, ya que en el mundo del cine parecería no haber lugar para fulleros honestos. O sea que conviene andar con los ojos bien abiertos y los sentidos alertas. No sólo los que se sientan frente al tapete, sino también ese convidado de piedra que es el espectador, que puede llegar a resultar el máximo objeto de engaño. Byrne es Charlie Miller, un veterano con mirada de zorro y el andar más cool del mundo, quien a través de la sexy Tiffany (Newton) se contacta con el ligero Larry Jennings (Foxx) para proponerle un fácil desfalco. De él participará también Vernon (el británico Stuart Townsend), que aprendió todas sus técnicas de un ilusionista, versión local de nuestro René Lavand (el veterano Hal Holbrook).
En ese juego hay una primera sorpresa y un primer perdedor. Pero la cosa se complica, ya que los 80 mil verdes que aquél perdió en la mesa pertenecían a un mafioso (el francés Patrick Bauchau, alguna vez protagonista de El estado de las cosas) y éste se los querrá cobrar al que se los quedó. Al mismo tiempo, surge la posibilidad de jugar uno de esos “partidos del siglo” que representan la culminación de toda película del género. Y que aquí tiene, de un lado, a la tripleta formada por Miller, Ti- ffany y Vernon, y del otro a un tal Stevens, leyenda del tapete a quien todos conocen como “El Decano” (Stallone, con unas cejas que tras el paso por el quirófano le quedaron como arcos de triunfo). Obviamente, en ese partido –en el que llegarán a apostarse medio millón de dólares– se concentran toda la tensión, todas las trampas posibles y todos los intereses en juego. Por lo cual no es raro que, a poco de su desenlace, aparezcan por allí –además de los jugadores, que no son pocos– los matones enviados por el mafioso y un policía corrupto, que tiene lo suyo para defender (otro veterano, Bo Hopkins, también productor de la película).
Toda buena película de poker tiene que tener un buen repertorio de tongos, un ojo más ligero que el espectador (no demasiado porque, si no, se pierde interés) y debe estar bañada por un savoir faire ultracool. Este incluye vestimenta, actitud y accesorios de los jugadores y también, sobre todo, un tempo dramático que debe fluir como una carta que se lanza a su debido tiempo y con la necesaria elegancia.
Autor también del guión, el debutante Naiman acierta, en líneas generales, al plantear escenas largas y sin apuro, que permiten adentrarse en el juego y respirar casi ese humo de habano fino, que inevitablemente impregna el aire de cada salón de juego. Aquí, el principal portador de habanos es Stallone, a quien le cabe el papel de veterano que vuelve, equivalente al de Paul Newman en El color del dinero (las películas de pool son casi un derivado de las de poker).
Embretado en trajes de seda que le quedan como el vestido a la mona, el viejo forzudo se habrá sacado la musculosa de Rambo, pero no puede desprenderse de un aire de bravucón definitivamente fuera de lugar. Tan de sapo de otro pozo como el ex semental italiano resulta el hecho de que algunos de los partidos terminen a tiro limpio, que no es precisamente la forma más elegante de hacerlo. Y para una película de poker, la elegancia debería ser como el martini seco para James Bond: algo que no se pierde ni aunque el mundo se venga abajo.