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Una sociedad adolescente, fundada en el parricidio
“El despertar del terror”, basada en un film de Roger Corman, presenta a un Larry Clark auténtico: puro exceso, moral y estético.
Por Horacio Bernades
¿El director de Kids filmando la remake de una vieja clase B de Roger Corman, con adolescentes cavernarios rebelados contra sus mayores? ¿A quién podría habérsele ocurrido? A Lou Arkoff y Coleen Camp, productores de la serie de unitarios televisivos “Creature Features”, cada uno de los cuales aggiorna viejas producciones baratas, de ciencia ficción y terror, de los años ‘50. Cuando decidieron actualizar Teenage Caveman –cuya versión original, de 1958, presentaba al futuro “agente de CIPOL” Robert Vaughn en la piel y los harapos de un joven troglodita– en lugar de encargársela a algún director anónimo decidido a hacer sus primeras armas, Arkoff y Camp apelaron a lo que en inglés suele denominarse una wild card, la carta más loca de todas. Y fueron en busca de Larry Clark, ex fotógrafo de culto, cuya Kids resultó, a mediados de los ‘90, todo un hito de la conmoción cinematográfica en años recientes.
Como viene ocurriendo desde hace unos meses con las otras entregas de la serie “Creature Features”, el sello LK-Tel lanza ahora, directamente en video, Teenage Caveman, con el título El despertar del terror, en lo que representa sin duda una de las más curiosas ediciones en video vistas en bastante tiempo. Lo más raro es que la elección de los productores es, en el fondo, absolutamente coherente. Más allá de sus respectivos formatos, Teenage Caveman habla de lo mismo que Kids: la rebelión adolescente contra los mayores, y el deseo de implantar una utopía de liberación total que se revela imposible.
La obsesión por los adolescentes (por los cuerpos y los excesos de los adolescentes, más precisamente) del casi sesentón Larry Clark es de toda la vida. Así lo demuestra ya su primer álbum de fotos, Tulsa, que se publicó a comienzos de los ‘70 y exhibía una galería de jóvenes junkies en el acto de inyectarse drogas pesadas. Publicadas en los ‘80 y los ‘90, las siguientes colecciones de Clark –Teenage Lust y The Perfect Childhood– agregaban sexo duro, violencia y desnudos de cuerpo entero, completando un cuadro de costumbres extremas de fin de siglo. O de malsanas fijaciones de su autor, según el ojo y el criterio con que se lo mire. Celebración y fracaso de esos mismos excesos, Kids no hizo más que poner en movimiento aquellos cuerpos adánicos, en plena campaña de autoexpulsión del paraíso. Libérrima adaptación del film original de Roger Corman, El despertar del terror no hace más que desplegar esos mismos temas, pasando del semidocumentalismo al film de género más estrafalario y chatarrero.
Contemporánea del rock and roll y las primeras escaramuzas en la guerra intergeneracional, la película de Corman era ya una evidente fábula sobre la sociedad contemporánea, camuflada de disparate clase B. En ella, un adolescente de la edad de piedra desafiaba la prohibición social y el mandato paterno, ganándose la condena de los suyos y la marginación. En este sentido, la versión-Clark es sumamente fiel, si no a la letra, sí al espíritu de aquel Teenage Caveman. Lo que allí se reservaba para el remate, aquí se anuncia de entrada: esa sociedad, que parecería anteceder a la actual en millones de años, en realidad representa el futuro de nuestra civilización. Tras su destrucción, la historia humana ha derivado en la pura y simple involución. El cambio operado por Clark y su guionista es significativo: lo que antes era un llamado de advertencia ahora se da por sentado, al tiempo que esa obsesión de los años ‘50, el peligro atómico, trueca, en la nueva versión, por una idea de decadencia muy en sintonía con los tiempos globales.
Como era dable esperar, la versión-Clark es puro exceso, tanto en sentido físico como moral y estético, siempre al límite del soft-porno y el gore más sangriento. Como en Kids, el cineasta parece celebrar la instauración de una sociedad adolescente fundada en el parricidio (aquí literal) y dedicada al placer, el sexo libre y el consumo irrestricto de drogas. Sin embargo, los instigadores de esa revuelta resultan ser dos monstruosos mutantes, bellos y tentadores en apariencia, horribles y perversos en el fondo. Con lo cual, lo que parecía el paraíso termina resultando el más puro infierno. Resueltamente jugada a una estética trash que coquetea con el mal gusto y el feísmo, El despertar del terror puede despertar fascinación y repulsión, euforia y horror, desconcierto y curiosidad. En otras palabras, un Larry Clark auténtico.