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El gesto de Alicia
Por Miguel Bonasso
Alicia Castro recuperó con un gesto la dignidad que perdieron hace muchos años las mayorías parlamentarias de este país, que no es precisamente el de las maravillas. Su “banderazo” –acción pura y estética pura– nos recordó también algo que sabíamos y habíamos olvidado: que un solo hecho puede ser más elocuente que mil palabras. Sobre todo cuando las palabras apenas son aire caliente disfrazado de antigua retórica para encubrir una alcahuetería colectiva: la verdad que quien presenta proyectos al Poder Legislativo ya no es el Poder Ejecutivo sino el Fondo Monetario Internacional y, detrás de él, la Casa Blanca.
La intrépida acción de Alicia –que seguramente traspasó nuestras fronteras– produjo las reacciones esperables: el presidente de la Cámara Eduardo Camaño quiso desaforarla por haberle dejado barras y estrellas sobre el pupitre; las Erinias oxigenadas de la rama femenina le gritaron “puta” y “torta” y hubo un Moisés ajeno a la Biblia (por su costumbre de golpear niños) que la llamó “zurdita de la calle Corrientes”. No faltaron los portadores de micrófonos que le preguntaron si lo suyo no era un “gesto mediático” y hasta terció algún “progre” de pecho tibio que se espantó por el “exceso”.
También brotó, generosa, la solidaridad de varios legisladores que impidieron su expulsión al proclamar que se irían con Alicia de la Cámara si ese verdadero desafuero llegaba a perpetrarse. Tampoco faltó, ni faltará en los días por venir, la cálida adhesión de ese 70 por ciento de los argentinos que, según las últimas encuestas, no quieren seguir lamiendo las botas de Gunga Din. Perdón, de Anoop Singh.
Copiando el método de quienes justificaron alguna vez la ley de obediencia debida amparados en el estado de necesidad de una presión insalvable, Humberto Roggero engoló su oratoria para insinuar el chantaje: o votaban lo ordenado o el Gobierno se caía. Y en un golpe bajo, de corte policial, sostuvo que el “banderazo” formaba parte de una película que estaba filmando Pino Solanas. Salvo que el director de Sur no registró la escena y su filmación anterior en las galerías forma parte de un gigantesco documental que comenzó hace rato.
La furia de quienes insisten en llamarse “peronistas” deriva no solo del banderazo, sino de la impecable recuperación de Eva Perón que la diputada Castro hizo en su discurso previo. Los justicialistas del tercer milenio no admiten que se les recuerde lo que pensaban los fundadores del Movimiento. Como aquel joven coronel que supo encender las iras del embajador Braden.