La reedición de un debate que parecía terminado: el nacimiento de la educación pública, gratuita y de calidad tiene un par de puntos que no pueden soslayarse.

Primero, el suicidio en diciembre de 1871 del estudiante Roberto Sánchez, un sanjuanino que estudiaba derecho y fue enterrado en el cementerio de la Recoleta. Había denunciado en una carta, antes de quitarse la vida, que los profesores de entonces “cobraban para preparar para los exámenes “. Su muerte marcó el nacimiento del movimiento el 13 de diciembre, que es anterior a la reforma universitaria, que termina de estallar unos años después, en Córdoba. Pero la denuncia de Sánchez fue la chispa que encendió la pradera.

Tampoco puede soslayarse el des-arancelamiento de la universidad pública, tomado en un escueto decreto del peronismo, medio siglo más tarde.

En casi todos los países avanzados de Europa la educación universitaria es gratuita. Alemania es un buen ejemplo, que tanto le gusta citar al presidente. En Alemania la universidad pública es gratuita. Y al revés de lo que indica el presidente, no se "auto financia“. La financia el Estado, y las que son destacadas reciben más dinero todavia (clúster de excelencia). Por poner un ejemplo: la Freie Universität de Berlín, donde estudié, una de las mejores universidades de Alemania (donde Konrad Adenauer recibió a John F. Kennedy), está situada por debajo de la UBA en los rankings internacionales. Siguiendo el modelo alemán, la UBA debería recibir no sólo lo que venía recibiendo (“por ajuste“), sino un financiamiento superior, adicional, por su excelencia reconocida mundialmente. 

Exactamente al revés de lo que se propone hoy desde el gobierno argentino, que apuesta por destruir la ciencia y la universidad pública, porque son espacios de formación y conocimiento, y mucho de lo que se sostiene solo se puede llevar adelante, como el desmantelamiento de las políticas (“públicas“) de género, sobre la base de la violencia y de la ignorancia (pública), que caracterizan a muchos países empobrecidos de la región. Pero no a los países de Europa, a los que suele emular el presidente. En Dinamarca la educación es pública y es de calidad. Y no es arancelada. Nadie le pide a los cientificos que se “financien“ porque se supone que el Estado valora su formación como un capital estratégico. Se llaman sociedades de conocimiento por eso. Un gran mal que tiene la Argentina es la fuga de cerebros a países de Europa. Esa fuga se agravará si se desmantela el Conicet y universidades públicas, que son de las mejores del mundo.

Si uno observa que Black Rock, como denuncia Emanuel Gibonilli, profesor de filosofía de las ciencias de la UBA, financia whorkshops donde se niega el cambio climático y que esos foros son financiados por fondos especulativos que hacen grandes negocios en nuestros países destruyendo el medio ambiente, el círculo (del ataque a la universidad pública) empieza a cerrar.

No se trata solo de "desfinanciar“ como se desfinancia cualquier otra empresa. Atacar la educación pública tiene un impacto mucho más profundo, de mucho mayor alcance. La universidad pública es el primer eslabón. No el último.

No es casual que los fondos buitre como Elliot, esto es, la derecha republicana, propia de los circuitos financieros (terraplanismo, anti “ideologia“ de género, etc.) hayan sido los mismos sectores que han financiado la campaña del actual presidente (liberals son demócratas, libertarians, en cambio, son los sectores conservadores republicanos, que tienen su eje en el sector financiero, que apoya a Milei). Lo sepa el presidente o no, el ataque a la universidad pública es parte de una estrategia regional de fondos como Black Rock y otros por desmantelar el Estado en un sentido de recursos. Pasó antes en Bolivia. Musk fue el que dijo hace dos años (por el litio) "no importa a qué costo, lo que necesitamos de Bolivia lo iremos a sacar“. La traba mayor es el conocimiento. Y el conocimiento se forma en la universidad pública. Y Black Rock lo sabe.

La malformación de la palabra “libre“ no es de ahora. Empieza con el debate “laica o libre“ en los 60 cuando nace precisamente la universidad privada como la conocemos hoy, en tiempos de Frondizi. El mal uso de la palabra libertad de entonces se suma al mal uso de la palabra libertad de ahora. Hoy también parece surgir una confusión semejante, donde “libre“ es la universidad privada.

Pero si analizamos bien los conceptos, nos vamos a dar cuenta que es al revés, que también en un sentido teórico el concepto mismo de "universidad“ presupone lo público. Antes, universidad pública era sinónimo de nacional. Se ponía "nacional“ sin necesidad de aclarar que era pública (un requisito para los jueces de la Corte Suprema, por ejemplo). Si pensamos el concepto, llegamos a la conclusión de que la expresión "universidad privada" encierra una contradicción. Y que decir "universidad pública" es una redundancia (por eso antes no se aclaraba) porque la universidad, como espacio de formación de conocimiento, es pública (sin exclusiones) por definición. 

La universidad, en la medida en que construye un conocimiento universal, que aspira, a su vez, a tener representado en sus aulas a todo el "universo“ (de allí el término "universitario“) es pública por definición. No puede no serlo. Entonces el debate, como en tiempos de laica o libre, sería otro: si no fue un error asignarle el mismo concepto de "universidad“ a las universidades que no son espacios "universales“, que no permiten el ingreso "universal“ (no representan un "universo“) y que producen un conocimiento privado, para pocos (intereses) y que no redunda en beneficio del colectivo (universal y universitario). Tal vez no son universidades, en el sentido preciso del término. Son otra cosa. Institutos, asociaciones, fundaciones. Pero no una "universidad". La universidad moderna, liberal, buscaba que su conocimiento universitario sirviera de empuje al progreso social. Por eso las luces de razón desempeñan un papel tan relevante. El debate laica o libre fue un debate mal planteado, donde se bastardeó mucho la palabra "libertad“, como sucede ahora. Como si la laica (la UBA) no fuera "libre". Como si se fuera a "caer" en la educación pública.

 

Mario Bunge se rió, en 2001, cuando le entregaron el honoris causa de la UCES. “Universidad de ciencias 'empresariales' y sociales, ¿no será mucho?“, se preguntó entre carcajadas el epistemólogo. Yo había ido con mi tía Gladys, que había sido secretaria de Jauretche, y Sebreli, a ese acto en la UCES. Aún recuerdo la sonrisa irónica de Bunge, epistemólogo reconocido y profesor en Canadá, al recibir ese doctorado. Como la ESEADE, que condecoró a Milei. Bunge era un gran defensor de la universidad pública. No era peronista. Y no era de izquierda. Pero era un epistemólogo serio.