A mitad de camino
Usted
sabe cómo lo trata el banco cuando debe plata. En un primer
momento son todas sonrisas cuando el objetivo es la firma de la
solicitud del crédito. Recibe aliento por haber hecho una
buena elección; comentario de lo importante que será
para su realización personal la casa o el auto que adquirirá
con el dinero acercado por el banco; y promesa de colaboración
ante cualquier inconveniente que se le pueda presentar para el pago
en fecha de la cuota. Los problemas aparecen cuando el incumplimiento
no es una o dos cuotas, sino cuando la deuda que al principio era
manejable con los ingresos que tenía previstos se le vuelve
incontrolable por el veloz crecimiento de los intereses. A partir
de entonces ya no lo atiende el simpático oficial de crédito.
Es trasladado al despacho de un ejecutivo con un rostro que no refleja
sentimientos, que le propone la refinanciación de la deuda,
a tasas más elevadas, reclamando a la vez que entregue más
activos como garantías. Así cae en un círculo
de continuas renovaciones de un crédito que nunca terminará
de pagar, sintiéndose cada vez más pobre y que trabaja
sólo para cumplir con el banco. En ese vínculo usted
no tiene muchas posibilidades de exigirle nada a la entidad financiera.
Tiene que aceptar sus condiciones o ignorar esa deuda. En esta última
alternativa sabe que corre el riesgo de que le rematen sus bienes
y que pase a ser un paria en el sistema bancario.
Esta simple y conocida historia de deudores y acreedores es repetida
con matices, con más o menos brutalidad, por banqueros, economistas
de la city e incluso por miembros del equipo económico de
José Luis Machinea para explicar las razones para mantener
al sistema financiero fuera del alcance del paquete impositivo.
Machacan a coro que Argentina ocupa el lugar de deudor en este juego,
con una inmensa necesidad de financiamiento y de comprensión
por parte de los acreedores. Por lo tanto, sostienen que poco y
nada pueden exigir o pretender cobrar impuestos a quienes hay que
pedirles que abran la billetera para poder renovar la abultada deuda.
Pero, ¿es tan así, tan difícil, convocarlos
a un esfuerzo conjunto para, precisamente, poder cumplir con los
pagos de la deuda? ¿Es lógico hacer una asociación
de la situación de debilidad de un deudor particular al de
un país? Finalmente, ¿los acreedores no son tan rehenes
de los deudores como éstos de aquéllos?
Conocido el paquete impositivo resulta evidente que para los Machinea
boys no existen dudas de que es necesaria la subordinación
a la lógica de los financistas para salir de la crisis fiscal.
Por ese motivo, el sector financiero y bursátil quedó
fuera del alcance de la reforma tributaria, manteniendo el privilegio
de no pagar Ganancias por los dividendos de acciones, renta de títulos
públicos, resultado de la compraventa de acciones y bonos,
renta de obligaciones negociables, cuotapartes de fondos de inversión
e intereses de colocaciones en plazo fijo.
Lo más llamativo es que en el documento Efectos de
la reforma tributaria sobre el crecimiento y la equidad, distribuido
esta semana por Machinea, y que resume el paquete tributario, se
afirma que el impuesto a las Ganancias es la base de la estructura
impositiva en los países desarrollados y se trata de una
herramienta fundamental para lograr una distribución del
ingreso más equitativa. Precisamente, en esos países
(Canadá, Australia, Italia, Estados Unidos, Reino Unido)
la recaudación de Ganancias es de más del 10 por ciento
del PBI porque gravan la renta financiera, que es una de las principales
fuente de ingresos de los particulares. En Argentina, el impuesto
a las Ganancias representa apenas el 0,9 por ciento del PBI, porcentaje
que seguramente crecerá un poco con la reforma propuesta,
que avanza sobre un esquema más progresivo al aumentar la
imposición para las personas de mayor capacidad contributiva,
pero que se queda a mitad de camino al dejar excluída a la
renta financiera.
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