Destacado del milenio
Al
llegar al año 1000 nuestro referente histórico, Europa,
no contenía ningún país como los que conocemos
hoy. Caído el Imperio Romano en los cuatrocientos, casi dominada
por los árabes en los setecientos, unificada poco después,
a sangre y fuego, por Carlomagno, pasó pronto de un Sacro
Imperio Romano universal, a una nube de pequeños señoríos
rivales entre sí: los feudos. Sus economías se basaban
en la explotación de la tierra. Como la tierra sólo
da frutos si se la trabaja, se necesitó persuadir a los campesinos
que aceptasen una semiesclavitud, que les obligaba a entregar parte
de su producto al señor feudal, a cambio de la protección
de éste. Las frecuentes rencillas entre señores y
las invasiones extranjeras eran buenas razones para aceptar la servidumbre
de la gleba. No se comerciaba, pues no se podía viajar, al
desaparecer el Estado romano, sostén de las célebres
vías por donde enviaba ejércitos conquistadores y
que aprovechaban los mercaderes. Sin comercio, no había tráfico
de dinero. La economía era natural o de trueque, sin intercambio
ni dinero. Las cosas se cambiaban por cosas y el sentido de las
actividades económicas era satisfacer las necesidades humanas.
Era imposible acumular capital, sencillamente porque no se lo creaba.
Tampoco se podía convertir harina, vino o tela basta en seda
o especias. De pronto, alguien pudo haber descubierto otra organización
económica, ya bosquejada por Platón en La República:
el capitalismo. Para acceder a otros productos, era necesario intercambiar
con otros países. La vanidad de los opulentos y la sed de
aventuras de algunos fueron la fórmula de éxito de
ciudades marítimas como Venecia. La reanudación del
comercio y la monetarización de las relaciones tiraron abajo
el feudalismo como a un castillo de naipes. El trabajo ya no se
pagó con la protección física del trabajador
y la libre disposición de sus frutos. El trabajo servil pasó
a ser trabajo asalariado. La producción ya no tuvo por fin
satisfacer una lista de necesidades humanas, sino incrementar el
valor del capital invertido en la producción. Es decir, añadir
a ese capital inicial una ganancia o beneficio, resultante de una
compleja trama de circunstancias, muchas aleatorias, y cuya magnitud
no guarda una relación directa con qué necesidades
satisfacen los bienes o servicios producidos, o si se da mucho o
poco empleo a los trabajadores.
Destacado
del siglo
La
figura de John Maynard Keynes (1883-1946) parece representar lo
mejor de la profesión de economista en el siglo que acaba
de transcurrir. Para muchos hubiera sido el primer Premio Nobel
en Economía, de estar vivo al momento de su primera entrega
(1969) o si se hubiera creado con anterioridad. Para Mark Blaug,
que no es un ferviente keynesiano, la historia de los economistas
del siglo se divide en antes y después de Keynes. Para Harry
Johnson, tampoco adorador de Keynes, ciertos campos principales
de la teoría económica (como la teoría del
dinero o del comercio internacional) sufrieron tal impacto con la
publicación de la Teoría general de la ocupación,
el interés y el dinero (1936) de Keynes, que también
hay un antes y un después de esa obra. Una gran parte de
los premios Nobel en Economía, aun quienes comenzaron con
total independencia de Keynes, hicieron contribuciones fundamentales
sobre bases keynesianas: entre ellos Frisch, Tinbergen, Hicks, Samuelson.
También cabe incluir a adversarios de Keynes, como Friedman,
muchos de cuyos trabajos nacieron como críticas a posiciones
de Keynes. Sin embargo, por interesantes que sean las historias
acerca de Keynes o de Friedman, por encima de ellos sobrevuela un
fenómeno más amplio y duradero: la extraordinaria
difusión de la profesión económica. Lo que
a comienzos del siglo XIX era una actividad cognoscitiva que ejercía
un puñado de individuos, que ni siquiera se enseñaba
en las universidades y cuyos resultados no parecían interesar
mucho a las sociedades y gobiernos, a comienzos del siglo XX ocupaba
los esfuerzos de centenares de estudiosos, muchos de ellos titulares
de cátedras universitarias sólo dedicadas a enseñar
economía, que discutían las nuevas ideas y acontecimientos
a través de revistas profesionales (ya se habían fundado
el Economic Journal, la American Economic Review y el Quarterly
Journal of Economics, en Inglaterra y Estados Unidos) y en encuentros
de especialistas. Lo que ayer nomás eran cátedras,
hoy son carreras de Economía. En la Argentina, toda universidad
de cierta importancia tiene su carrera de Economía, la Asociación
Argentina de Economía Política tiene medio millar
de afiliados, y a lo largo del año, regularmente, se celebran
congresos de Economía general y de sus especialidades. Puede,
con justicia, llamarse al siglo que pasó el Siglo del Economista.
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