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ECONOMíA EN PAGINA/12 WEB
02 ENE 2000








 EL BAUL DE MANUEL
 por M. Fernandez López


Destacado del milenio

Al llegar al año 1000 nuestro referente histórico, Europa, no contenía ningún país como los que conocemos hoy. Caído el Imperio Romano en los cuatrocientos, casi dominada por los árabes en los setecientos, unificada poco después, a sangre y fuego, por Carlomagno, pasó pronto de un Sacro Imperio Romano universal, a una nube de pequeños señoríos rivales entre sí: los feudos. Sus economías se basaban en la explotación de la tierra. Como la tierra sólo da frutos si se la trabaja, se necesitó persuadir a los campesinos que aceptasen una semiesclavitud, que les obligaba a entregar parte de su producto al señor feudal, a cambio de la protección de éste. Las frecuentes rencillas entre señores y las invasiones extranjeras eran buenas razones para aceptar la servidumbre de la gleba. No se comerciaba, pues no se podía viajar, al desaparecer el Estado romano, sostén de las célebres vías por donde enviaba ejércitos conquistadores y que aprovechaban los mercaderes. Sin comercio, no había tráfico de dinero. La economía era natural o de trueque, sin intercambio ni dinero. Las cosas se cambiaban por cosas y el sentido de las actividades económicas era satisfacer las necesidades humanas. Era imposible acumular capital, sencillamente porque no se lo creaba. Tampoco se podía convertir harina, vino o tela basta en seda o especias. De pronto, alguien pudo haber descubierto otra organización económica, ya bosquejada por Platón en La República: el capitalismo. Para acceder a otros productos, era necesario intercambiar con otros países. La vanidad de los opulentos y la sed de aventuras de algunos fueron la fórmula de éxito de ciudades marítimas como Venecia. La reanudación del comercio y la monetarización de las relaciones tiraron abajo el feudalismo como a un castillo de naipes. El trabajo ya no se pagó con la protección física del trabajador y la libre disposición de sus frutos. El trabajo servil pasó a ser trabajo asalariado. La producción ya no tuvo por fin satisfacer una lista de necesidades humanas, sino incrementar el valor del capital invertido en la producción. Es decir, añadir a ese capital inicial una ganancia o beneficio, resultante de una compleja trama de circunstancias, muchas aleatorias, y cuya magnitud no guarda una relación directa con qué necesidades satisfacen los bienes o servicios producidos, o si se da mucho o poco empleo a los trabajadores.

Destacado del siglo

La figura de John Maynard Keynes (1883-1946) parece representar lo mejor de la profesión de economista en el siglo que acaba de transcurrir. Para muchos hubiera sido el primer Premio Nobel en Economía, de estar vivo al momento de su primera entrega (1969) o si se hubiera creado con anterioridad. Para Mark Blaug, que no es un ferviente keynesiano, la historia de los economistas del siglo se divide en antes y después de Keynes. Para Harry Johnson, tampoco adorador de Keynes, ciertos campos principales de la teoría económica (como la teoría del dinero o del comercio internacional) sufrieron tal impacto con la publicación de la Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero (1936) de Keynes, que también hay un antes y un después de esa obra. Una gran parte de los premios Nobel en Economía, aun quienes comenzaron con total independencia de Keynes, hicieron contribuciones fundamentales sobre bases keynesianas: entre ellos Frisch, Tinbergen, Hicks, Samuelson. También cabe incluir a adversarios de Keynes, como Friedman, muchos de cuyos trabajos nacieron como críticas a posiciones de Keynes. Sin embargo, por interesantes que sean las historias acerca de Keynes o de Friedman, por encima de ellos sobrevuela un fenómeno más amplio y duradero: la extraordinaria difusión de la profesión económica. Lo que a comienzos del siglo XIX era una actividad cognoscitiva que ejercía un puñado de individuos, que ni siquiera se enseñaba en las universidades y cuyos resultados no parecían interesar mucho a las sociedades y gobiernos, a comienzos del siglo XX ocupaba los esfuerzos de centenares de estudiosos, muchos de ellos titulares de cátedras universitarias sólo dedicadas a enseñar economía, que discutían las nuevas ideas y acontecimientos a través de revistas profesionales (ya se habían fundado el Economic Journal, la American Economic Review y el Quarterly Journal of Economics, en Inglaterra y Estados Unidos) y en encuentros de especialistas. Lo que ayer nomás eran cátedras, hoy son carreras de Economía. En la Argentina, toda universidad de cierta importancia tiene su carrera de Economía, la Asociación Argentina de Economía Política tiene medio millar de afiliados, y a lo largo del año, regularmente, se celebran congresos de Economía general y de sus especialidades. Puede, con justicia, llamarse al siglo que pasó el Siglo del Economista.