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IMPUESTOS
Apenas
asumido, el Gobierno ha enviado al Congreso un nuevo paquete impositivo,
al cual estoy resignado a ponerle el hombro. Mi actitud no es
voluntaria sino que surge de la compulsión del descuento
que se les practica a quienes trabajamos en relación de
dependencia: somos la famosa 4ª categoría y no tenemos
posibilidades de eludir el pago. Pero el nuevo paquete no sólo
es injusto por lo que contiene sino por lo que le falta. Cuando
durante la campaña electoral se anunció la reforma
impositiva, diciendo que iban a pagar más los que más
tenían, jamás pensé que iba a estar encuadrado
en esta última categoría sino que se comenzarían
a gravar los dividendos por tenencias accionarias, las rentas
financieras. Ello no se hizo y, a cambio, se redujo el mínimo
no imponible y se eliminaron exenciones. Pero lo preocupante es
cómo los funcionarios argumentan que no se pueden gravar
los dividendos porque las empresas que los distribuyen ya pagaron
su impuesto a las Ganancias y si se gravasen los primeros estaríamos
en presencia de una doble imposición. Esto no es cierto.
Cualquier empresa que se precie de tal elabora un presupuesto
para cada ejercicio económico y en el mismo se estiman
las ventas, los costos y se proyecta la cuenta de resultados,
con lo cual también se estima la incidencia del impuesto
a las Ganancias, Ingresos Brutos, los impuestos sobre la masa
salarial. Todos estos elementos son incorporados a los precios
de los bienes o servicios que las empresas comercializan, razón
por la cual es posible afirmar que recuperan una parte importante
de los impuestos que provisionaron. Ganancias ha dejado de ser
un impuesto directo, y en cabeza de las empresas tiene un efecto
precio importante. Al respecto, hay que señalar que quienes
sufrimos la doble imposición somos los consumidores, que
tributamos IVA sobre precios que tienen al impuesto a las Ganancias
como uno de sus componentes.
Leonardo
Goldberg
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