Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Las 12

ECONOMíA EN PAGINA/12 WEB
16 ENE 2000








 EL BAUL DE MANUEL
 por M. Fernandez López


Del dicho al hecho

Achicaré impuestos”, dijo Chupete, repitió el Chacho, y muchos lo oyeron. Con lo dicho se ganó a la derecha, al que pelecha y al populacho. “El boliche está en orden, el chanchito está lleno”, decía chistoso, chabacano y muy macho el otro, haciendo números chinos. Pero el macho resultó machomeno. Machinea fue derecho al chancho y la hucha no era mucha: lunches, francachelas, coches, lanchas, ranchos, mucha chinchilla y champán y otros derroches se habían chafado la guita. “¡Chotacabras!”, chirrió adusto Chupete. “¡La pucha!”, gruñó Chacho. “Se chuparon todo el vino”, añadió un bailantero. Fue una ducha fría. “Che, chambón, me chacoteaste”, le echó en cara al otro. Pero tarde piache. “Quevachaché, es mi naturaleza”, dijo aquél y se marchó sin chistar. “¡Qué mala leche!”, dijo Chupete. “Luchar, llegar y no tener dicha”. No dejó ni para chorizos y achuras para los muchachos. “Nos hizo un chiste”, remachó Chacho: no es presupuesto, es un mamarracho. Pero a no endechar. Al hecho, pecho. Luchemos como en la trinchera: serrucho y trinchete al derroche, los ñoquis que fichen, cortemos el choreo y escrachemos al chorro. ¿Alderete hizo chanchullos y achacó algo? Tras tachar, emparchar y achicar, que un ocho aquí, que un ochenta allá, el ducho Machi declaró, citando a Chamberlain y a Chandler: “Los números no dan; hay mucho trecho; ni de chiripa cierran; es una chorrera de plata”. “Echemos muchos bonos, y chau”, sugirieron unos. “¡Chitón!”, rechinaron otros: “A la democracia la gozamos todos y la pagamos todos”. Y chiticallando, nos enchufaron más impuestos a todos. Para el que vive en chalet como para el que tiene por techo una choza o una chabola; para la leche del chico pobre, el chocolate del chico rico y la lechuga de la tortuga; para el que viaja en coche con chofer, como para el que se amucha en colectivo; para el que está en la lucha, el que está achacado y el que la pasa en el boliche; para el chacarero, el chimpancé y el chupasangre; para el puchero y el Chablis. Esa chispa encendió la mecha, y la gente se hinchó. ¿Todo es igual, como en “Cambalache”? Así no era el trato. Lo ha dicho Alberdi: el impuesto, poco o mucho, debe salir de donde hay capacidad contributiva. No de la leche, sino del ingreso del que compra leche. Pero esto, que echó las bases del país, hoy no se escucha. Y así seguimos con un Estado gordo, hinchado, derrochón, que chupa, chupa y chupa y no deja de chupar.

¿Cuáles son los objetivos?

El 3 de febrero de 1852 el poder de Rosas pasó a Urquiza. Al poco tiempo todas las provincias menos Buenos Aires depositaron en él su anhelo de cambio. ¿Qué pensamientos tenía Urquiza? Había recibido una brasa ardiente: un país con riquezas encerradas en su seno, carente de capital de todo tipo y de población capaz de utilizarlo. Ríos sin balizas, correo sin oficinas ni postas, costas sin muelles ni aduanas, interior sin rutas ni ferrocarril. ¿Cómo se construiría todo eso sin un sistema crediticio? Al mismo tiempo, en Francia, Napoleón III se rodeaba de sansimonianos, con cuyo apoyo alentaba a la clase industrial, extendía el crédito, desarrollaba medios de comunicación y daba un fuerte empuje a los negocios. Era el gobernante de las grandes obras públicas. Urquiza necesitaba eso y halló un sansimoniano argentino, con experiencia financiera e industrial, que había explicado sus ideas en “Organización del crédito” (Santiago de Chile, 1850). Fragueiro fue, pues, el primer ministro de hacienda de la República Argentina. Pero su sansimonismo, en el mejor de los casos, fue instrumento de los objetivos de Urquiza. Si avanzamos 140 años, vemos que en 1989 reinaba triunfal el liberalismo, con su esquema de privatizaciones y desregulación. La Argentina, además, tenía el problema de la inflación crónica, con larga desconfianza hacia el peso. El régimen de convertibilidad infundió esa confianza, pero necesitaba un cuantioso y constante ingreso de capitales, que se logró rematando masivamente a precio vil y en carrera contra reloj empresas públicas, infraestructura, recursos del aire, el suelo y el subsuelo y gigantescos mercados cautivos. Habrá más competencia, mejorarán los jubilados, se aumentará a los docentes, nos insertaremos en el mundo. Nada ocurrió así. ¿Cuáles eran los objetivos? Sólo con ver las casas de quienes participaron en la liquidación, uno diría que se adoptó el neoliberalismo para convertir pronto en plata el patrimonio público. Hoy vemos alto desempleo, deuda externa gigantesca, deterioro de la calidad de vida y de la capacitación laboral, elevado costo de la vida, primarización de las exportaciones y desindustrialización. No se ve cómo puedan revertirse todos esos males, si no es con muchos más puestos de trabajo en la industria exportadora y un tipo de cambio mucho más alto. Pero, ¿son esos los objetivos de la actual política?

arriba