Del dicho al hecho
Achicaré
impuestos, dijo Chupete, repitió el Chacho, y muchos
lo oyeron. Con lo dicho se ganó a la derecha, al que pelecha
y al populacho. El boliche está en orden, el chanchito
está lleno, decía chistoso, chabacano y muy
macho el otro, haciendo números chinos. Pero el macho resultó
machomeno. Machinea fue derecho al chancho y la hucha no era mucha:
lunches, francachelas, coches, lanchas, ranchos, mucha chinchilla
y champán y otros derroches se habían chafado la guita.
¡Chotacabras!, chirrió adusto Chupete.
¡La pucha!, gruñó Chacho. Se
chuparon todo el vino, añadió un bailantero.
Fue una ducha fría. Che, chambón, me chacoteaste,
le echó en cara al otro. Pero tarde piache. Quevachaché,
es mi naturaleza, dijo aquél y se marchó sin
chistar. ¡Qué mala leche!, dijo Chupete.
Luchar, llegar y no tener dicha. No dejó ni para
chorizos y achuras para los muchachos. Nos hizo un chiste,
remachó Chacho: no es presupuesto, es un mamarracho. Pero
a no endechar. Al hecho, pecho. Luchemos como en la trinchera: serrucho
y trinchete al derroche, los ñoquis que fichen, cortemos
el choreo y escrachemos al chorro. ¿Alderete hizo chanchullos
y achacó algo? Tras tachar, emparchar y achicar, que un ocho
aquí, que un ochenta allá, el ducho Machi declaró,
citando a Chamberlain y a Chandler: Los números no
dan; hay mucho trecho; ni de chiripa cierran; es una chorrera de
plata. Echemos muchos bonos, y chau, sugirieron
unos. ¡Chitón!, rechinaron otros: A
la democracia la gozamos todos y la pagamos todos. Y chiticallando,
nos enchufaron más impuestos a todos. Para el que vive en
chalet como para el que tiene por techo una choza o una chabola;
para la leche del chico pobre, el chocolate del chico rico y la
lechuga de la tortuga; para el que viaja en coche con chofer, como
para el que se amucha en colectivo; para el que está en la
lucha, el que está achacado y el que la pasa en el boliche;
para el chacarero, el chimpancé y el chupasangre; para el
puchero y el Chablis. Esa chispa encendió la mecha, y la
gente se hinchó. ¿Todo es igual, como en Cambalache?
Así no era el trato. Lo ha dicho Alberdi: el impuesto, poco
o mucho, debe salir de donde hay capacidad contributiva. No de la
leche, sino del ingreso del que compra leche. Pero esto, que echó
las bases del país, hoy no se escucha. Y así seguimos
con un Estado gordo, hinchado, derrochón, que chupa, chupa
y chupa y no deja de chupar.
¿Cuáles
son los objetivos?
El
3 de febrero de 1852 el poder de Rosas pasó a Urquiza. Al
poco tiempo todas las provincias menos Buenos Aires depositaron
en él su anhelo de cambio. ¿Qué pensamientos
tenía Urquiza? Había recibido una brasa ardiente:
un país con riquezas encerradas en su seno, carente de capital
de todo tipo y de población capaz de utilizarlo. Ríos
sin balizas, correo sin oficinas ni postas, costas sin muelles ni
aduanas, interior sin rutas ni ferrocarril. ¿Cómo
se construiría todo eso sin un sistema crediticio? Al mismo
tiempo, en Francia, Napoleón III se rodeaba de sansimonianos,
con cuyo apoyo alentaba a la clase industrial, extendía el
crédito, desarrollaba medios de comunicación y daba
un fuerte empuje a los negocios. Era el gobernante de las grandes
obras públicas. Urquiza necesitaba eso y halló un
sansimoniano argentino, con experiencia financiera e industrial,
que había explicado sus ideas en Organización
del crédito (Santiago de Chile, 1850). Fragueiro fue,
pues, el primer ministro de hacienda de la República Argentina.
Pero su sansimonismo, en el mejor de los casos, fue instrumento
de los objetivos de Urquiza. Si avanzamos 140 años, vemos
que en 1989 reinaba triunfal el liberalismo, con su esquema de privatizaciones
y desregulación. La Argentina, además, tenía
el problema de la inflación crónica, con larga desconfianza
hacia el peso. El régimen de convertibilidad infundió
esa confianza, pero necesitaba un cuantioso y constante ingreso
de capitales, que se logró rematando masivamente a precio
vil y en carrera contra reloj empresas públicas, infraestructura,
recursos del aire, el suelo y el subsuelo y gigantescos mercados
cautivos. Habrá más competencia, mejorarán
los jubilados, se aumentará a los docentes, nos insertaremos
en el mundo. Nada ocurrió así. ¿Cuáles
eran los objetivos? Sólo con ver las casas de quienes participaron
en la liquidación, uno diría que se adoptó
el neoliberalismo para convertir pronto en plata el patrimonio público.
Hoy vemos alto desempleo, deuda externa gigantesca, deterioro de
la calidad de vida y de la capacitación laboral, elevado
costo de la vida, primarización de las exportaciones y desindustrialización.
No se ve cómo puedan revertirse todos esos males, si no es
con muchos más puestos de trabajo en la industria exportadora
y un tipo de cambio mucho más alto. Pero, ¿son esos
los objetivos de la actual política?
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