Chiste cordobés
Con
ese particular estilo de síntesis y de dudoso gusto que tiene
para sus títulos de tapa, Ambito Financiero (des)informó
en su edición del miércoles pasado diciendo Córdoba:
con menos impuestos sigue creciendo recaudación. La
jugada política del diario de la city que mantiene una notable
nostalgia por el menemismo y que acaba de incorporar como socio
al dueño de TyC, Carlos Avila, no es muy sutil. Mientras
el gobierno de Fernando de la Rúa aplica un paquetazo impositivo,
el peronista José Manuel de la Sota hace lo contrario. Admitiendo
que no se trató solamente de una chicana política
y que AF cree que bajando impuestos sube la recaudación,
como sostiene el pensamiento de derecha con la reaganomic como paradigma,
Córdoba no es precisamente el ejemplo. En esa misma edición,
en su suplemento sobre provincias, se tiene la pista para poder
dar una información precisa. El mes pasado, la recaudación
en Córdoba disminuyó 8,6 por ciento comparado con
diciembre de 1998 si no se incluyen los ingresos de la amplia moratoria
lanzada por De la Sota apenas asumió la gobernación.
AF obvió ese dato e informó, en cambio, que la recaudación
aumentó 1,6 por ciento. La trampita es muy grosera y fácil
de descubrir: la moratoria impositiva compensó la baja de
hasta 30 por ciento en algunos tributos aplicada con bombos y platillos
por De la Sota.
Ese chiste cordobés tiene su relevancia y no justamente por
su gracia. La poca eficiencia y escasa voluntad política
para recaudar impuestos en las provincias es uno de los aspectos
nodales para entender cuáles son las razones de las recurrentes
crisis que se precipitan en el interior. La estructura del gasto
provincial y la política económica nacional también
son los otros dos factores que alimentan el desequilibrio de las
finanzas provinciales. Pero en estos conflictos, como en muchos,
no es una puja de buenos y malos, sino que lo que está en
el fondo de la cuestión es una forma de hacer política
y de estrategia económica.
El clientelismo político del empleo público provincial
y la poca predisposición de las respectivas direcciones de
rentas para cobrar impuestos sumerge a gran parte del interior en
situaciones caóticas. Vale un dato: en Formosa, por ejemplo,
apenas el 10 por ciento de su gasto público tiene como contrapartida
recaudación propia. Esa forma de gobernar tiene su lógica,
para el político. Todo gobernador suele tomar sus decisiones
pensando, en última instancia, en la cantidad de votos que
gana o resigna con sus medidas. Esta actitud desemboca en aumento
del gasto público sin una elevación de impuestos.
El gasto público, muchas veces, aporta votos. Los impuestos,
por el contrario, generan habitualmente una pérdida de votos.
Pero no sólo eso. Por la elevada concentración económica
que existe en muchos distritos del interior, el gobernador que quiera
impulsar una agresiva política de cobrar impuestos se deberá
enfrentar a las pocas familias que dominan la provincia. Y muchas
de ellas son las que han aportado a sus campañas electorales,
y otras si no es la propia son las de los principales funcionarios
del gobierno. Esas provincias-feudos, que son precisamente las más
pobres y con más problemas financieros, siempre caen en una
situación de insolvencia que requiere el auxilio desesperado
de la Nación.
Los desequilibrios presupuestarios provinciales reaparecen y se
potencian en coyunturales desfavorables. Pasó durante el
Tequila, cuando Eduardo Angeloz renunció a la gobernación
en Córdoba al no poder cancelar atrasos de hasta tres meses
en salarios y jubilaciones, y ahora con la presente crisis que el
gobierno de la Alianza heredó, con Corrientes como fantasma
de incendios estallando uno tras otro. José Luis Machinea
ya se puso el casco de bombero y, mientras tanto, uno de sus colaboradores
lo divierte con chistes cordobeses, y uno de ellos dice: Un
cordobés manda un fax desde Buenos Aires a la Docta advirtiendo
a su amigo: Perdí el tren, salgo mañana a la
misma hora.
El amigo le contesta: Macho, no salgas a la misma hora
que te lo vai a volver a perder.
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