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ECONOMíA EN PAGINA/12 WEB
12 MARZO 2000








 BUENA MONEDA
 por Alfredo Zaiat


Los caraduras

Que los políticos acomoden su discurso a los resultados de las encuestas de opinión, forma parte del inventario de la sociedad; pero que esa estrategia demagógica haya sido incorporada por los economistas del establishment financiero y empresario, es demasiado. No es novedad que un aumento de impuestos provoca el rechazo de la gente y que la recuperación de la economía es mucho más lenta que la prevista, además con el motor de arranque en las exportaciones y no en el consumo. El consecuente malhumor de la clase media por el impacto de Ganancias es comprensible. Pero parece un mal chiste que ahora los cráneos de la city sean quienes adviertan sobre el peligro de que se frene la reactivación por las medidas de ortodoxia fiscalista aplicada por José Luis Machinea, política reclamada a gritos por ellos mismos a fines del año pasado. Fueron esos mismos economistas que presentaban la receta milagrosa para sacar a la Argentina de la recesión, que fue comprada con entusiasmo por el equipo de Machinea, que consistía en ingresar a la economía en el círculo virtuoso, disminuyendo el déficit fiscal. La propuesta era bajar el desequilibrio de las cuentas públicas generando un shock de confianza que, a la vez, disminuiría el riesgo país, atraería capitales del exterior y, en consecuencia, mejoraría el nivel de actividad, aumentaría la recaudación y se crearían más empleo. Machinea hizo los deberes de bajar el gasto y subir los impuestos para cerrar la brecha fiscal, pero el círculo virtuoso todavía no empezó a rodar.
“Ya todos saben que vos sos un caradura, caradura...”, era una de las líneas de una popular canción de los ‘70. Y la fuente de inspiración del autor no fueron los gurúes de la city. Estos ni se acuerdan ahora de sus consejos y arremeten contra la reforma del impuesto a la Ganancias que, si bien se quedó a mitad de camino porque no incluyó a la renta financiera, es de lo poco que hizo el equipo económico con una tonalidad de progresismo tributario. Pero cuando les tocan el bolsillo, no hay teoría o convicción ideológica que valga.
Uno de los principales consultores de empresas les mostraba a sus clientes en diciembre pasado un prolijo cuadro señalando la estrecha correlación entre la baja del riesgo país (la sobretasa que paga la Argentina por la colocación de su deuda) y el crecimiento del producto. Sostenía que esa disminución del riesgo país solamente se conseguiría reduciendo el déficit fiscal. Pero el riesgo país bajó sin precipitar un aumento del nivel de actividad. En lugar de replantear su hipótesis, de pensar que factores han influido para que no comience el prometido círculo virtuoso de la economía o, simplemente, reconocer que se había equivocado en su apreciación, criticó a aquellos que proponían esa receta. En su último encuentro con sus clientes, dijo suelto de cuerpo que quienes se comieron el sapo de que la baja del riesgo país iba a provocar la reactivación “no van a saber cómo explicarlo”.
Y es verdad: no saben ni él ni sus colegas cómo explicarlo. Entonces, sin admitir que estaban errados en su diagnóstico y acompañando la corriente de malhumor de la gente por la demora en la reactivación, han empezado a criticar al equipo económico por haber hecho lo que ellos decían que había que hacer. Proponen bajar aún más el gasto público como si las erogaciones del Estado no fueran parte de la demanda agregada de la economía; otro dice que hay que bajar los salarios como si viviese en otro país; otro sugiere disminuir los impuestos; y no falta uno que asegure que, en realidad, la baja de la tasa de riesgo país no era lo importante sino la disminución de la tasa de interés para los créditos al sector privado.
Basta, por favor. Se necesita un decreto de necesidad y urgencia que disponga sólo por unas semanas la veda para la opinión de los economistas de la city. En los considerandos se destacaría que tan drástica medidacorresponde al deber público del Gobierno nacional de preservar la salud intelectual de la población.