Los caraduras
Que los políticos
acomoden su discurso a los resultados de las encuestas de opinión,
forma parte del inventario de la sociedad; pero que esa estrategia
demagógica haya sido incorporada por los economistas del
establishment financiero y empresario, es demasiado. No es novedad
que un aumento de impuestos provoca el rechazo de la gente y que
la recuperación de la economía es mucho más
lenta que la prevista, además con el motor de arranque en
las exportaciones y no en el consumo. El consecuente malhumor de
la clase media por el impacto de Ganancias es comprensible. Pero
parece un mal chiste que ahora los cráneos de la city sean
quienes adviertan sobre el peligro de que se frene la reactivación
por las medidas de ortodoxia fiscalista aplicada por José
Luis Machinea, política reclamada a gritos por ellos mismos
a fines del año pasado. Fueron esos mismos economistas que
presentaban la receta milagrosa para sacar a la Argentina de la
recesión, que fue comprada con entusiasmo por el equipo de
Machinea, que consistía en ingresar a la economía
en el círculo virtuoso, disminuyendo el déficit fiscal.
La propuesta era bajar el desequilibrio de las cuentas públicas
generando un shock de confianza que, a la vez, disminuiría
el riesgo país, atraería capitales del exterior y,
en consecuencia, mejoraría el nivel de actividad, aumentaría
la recaudación y se crearían más empleo. Machinea
hizo los deberes de bajar el gasto y subir los impuestos para cerrar
la brecha fiscal, pero el círculo virtuoso todavía
no empezó a rodar.
Ya todos saben que vos sos un caradura, caradura...,
era una de las líneas de una popular canción de los
70. Y la fuente de inspiración del autor no fueron
los gurúes de la city. Estos ni se acuerdan ahora de sus
consejos y arremeten contra la reforma del impuesto a la Ganancias
que, si bien se quedó a mitad de camino porque no incluyó
a la renta financiera, es de lo poco que hizo el equipo económico
con una tonalidad de progresismo tributario. Pero cuando les tocan
el bolsillo, no hay teoría o convicción ideológica
que valga.
Uno de los principales consultores de empresas les mostraba a sus
clientes en diciembre pasado un prolijo cuadro señalando
la estrecha correlación entre la baja del riesgo país
(la sobretasa que paga la Argentina por la colocación de
su deuda) y el crecimiento del producto. Sostenía que esa
disminución del riesgo país solamente se conseguiría
reduciendo el déficit fiscal. Pero el riesgo país
bajó sin precipitar un aumento del nivel de actividad. En
lugar de replantear su hipótesis, de pensar que factores
han influido para que no comience el prometido círculo virtuoso
de la economía o, simplemente, reconocer que se había
equivocado en su apreciación, criticó a aquellos que
proponían esa receta. En su último encuentro con sus
clientes, dijo suelto de cuerpo que quienes se comieron el sapo
de que la baja del riesgo país iba a provocar la reactivación
no van a saber cómo explicarlo.
Y es verdad: no saben ni él ni sus colegas cómo explicarlo.
Entonces, sin admitir que estaban errados en su diagnóstico
y acompañando la corriente de malhumor de la gente por la
demora en la reactivación, han empezado a criticar al equipo
económico por haber hecho lo que ellos decían que
había que hacer. Proponen bajar aún más el
gasto público como si las erogaciones del Estado no fueran
parte de la demanda agregada de la economía; otro dice que
hay que bajar los salarios como si viviese en otro país;
otro sugiere disminuir los impuestos; y no falta uno que asegure
que, en realidad, la baja de la tasa de riesgo país no era
lo importante sino la disminución de la tasa de interés
para los créditos al sector privado.
Basta, por favor. Se necesita un decreto de necesidad y urgencia
que disponga sólo por unas semanas la veda para la opinión
de los economistas de la city. En los considerandos se destacaría
que tan drástica medidacorresponde al deber público
del Gobierno nacional de preservar la salud intelectual de la población.
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