Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Las 12

ECONOMíA EN PAGINA/12 WEB
26 MARZO 2000








 EL BAUL DE MANUEL
 por M. Fernandez López


Descubriendo el mercado

La percepción de las posibilidades agrícolas pampeanas a fines del siglo XVIII llevó al manejo intuitivo de un teorema del análisis económico, la ley de la oferta y la demanda: en un mercado libre el precio de cada mercancía depende de la extensión de la demanda de los consumidores. Si a un conjunto dado de precios la demanda de un bien excede la oferta disponible entonces su precio aumenta, y si la oferta excede a la demanda el precio caerá (David Gale). Dos magnitudes –precio y cantidad– de crucial significado para productores y consumidores. El precio es gasto para el consumidor e ingreso para el productor; el primero, lo compara con su ingreso, el segundo con su costo de producción. La cantidad no sólo implica un número de productos, sino cierto empleo de recursos productivos. Un precio distinto implica para el consumo un efecto ingreso y un efecto sustitución que, en el caso de bienes comerciados con el exterior, puede significar la sustitución de productos nacionales por importados, o viceversa. El potencial productivo de la pampa sería fuente de riqueza para el productor sólo a ciertos precios. Pero las ciudades tenían pocos habitantes, y por ello poca demanda. “La agricultura sólo florece con el gran consumo, y éste, ¿cómo lo habrá en un país aislado y sin comercio...?” (Belgrano, 1795). Florecer, para el productor, era vender a precio remunerativo, sostenido en el gran consumo. Debía sumarse al ínfimo mercado local un mercado externo ilimitado. Ello pedía comercio libre, vocablo incorporado desde 1778 al régimen del comercio indiano: “Principios fundamentales de la Economía Política arguyen la necesidad del comercio [libre], y hacen ver la dependencia que tiene la agricultura de él” (Belgrano). El teorema fue percibido a través del comercio exterior. Sin comercio, los bienes exportables tenían precio nulo o bajo, y los bienes importables precio infinito o alto. El comercio expandía la demanda de exportables y subía su precio, beneficiando al productor local; expandía la oferta de importables, bajando su precio y beneficiando al consumidor local. Los defensores del comercio activo o exportador fueron los productores, por lo que su reclamo fue libre exportación a todos los mercados. A fines del siglo XVIII exportación se decía “extracción”, importación “introducción” y “librecambio” era sinónimo de “exportación de cueros”.

El lado oscuro del librecambio

La ley de la oferta y la demanda no estaba exenta de conflictividad. El mayor precio que beneficiaba al productor-exportador, encarecía el producto al consumidor local. El menor precio favorable al consumidor importador local, en caso de bienes también producidos en el país, dejaba fuera de combate al productor local. Martín Gregorio Yáñiz, en 1809 afirmaba que las ciudades argentinas no estaban en sus inicios y habían desarrollado manufacturas. El cuero se manufacturaba en suela, la lana en tela, la carne en caldos, la madera en muebles. Pero someterlas a competir con la tecnología más avanzada del mundo, sería su destrucción, y la pérdida de medios de vida para artesanos y trabajadores. Al comprar un poncho inglés más barato que uno cordobés o santiagueño ¿qué contaba más? ¿el efecto ingreso de un consumidor con capacidad adquisitiva, o la desaparición de la capacidad adquisitiva del artesano que quedaba sin compradores? “Sería temeridad querer equilibrar la industria americana con la inglesa; estos sagaces maquinistas nos han traído ya ponchos que es un principal ramo de la industria cordobesa y santiagueña, y también han traído estribos en palo dado vuelta a uso del país, sus lanas y algodones, que a más de ser superiores a nuestros pañetes, zapallangas, bayetones y lienzos de Cochabamba los pueden dar más baratos, y por consiguiente arruinarán enteramente nuestras fábricas y reducirán a la indigencia a una multitud innumerable de hombres y mujeres que se mantienen con sus hiladosy tejidos; si se permite el comercio libre no habrá arte alguno. La plebe desea con ansia este tráfico porque de él resultaría comprar los géneros más baratos, que los haría felices. ¡Miserable y desdichada opinión! Si la felicidad de un Pueblo consistiera en la baratura de los géneros, pudiera tener lugar esta idea, pero según dice Manuel Belgrano prudentemente, es un error creer que la baratura sea benéfica a la patria; no lo es cuando ésta procede de la ruina del comercio, porque cuando no florece el comercio cesan las obras y en falta de éstas se suspenden los jornales. Los ingleses traerán botas, zapatos, ropa hecha, clavos, cerraduras, rejas, argollas, frenos, esquelas, estribos, y ¿qué les queda entonces a nuestros artesanos? Fácil es de presagiar que sólo les quedará ojos para llorar su desventura y miseria, maldiciendo los autores que la han acarreado.”