Descubriendo
el mercado
La
percepción de las posibilidades agrícolas pampeanas
a fines del siglo XVIII llevó al manejo intuitivo de un teorema
del análisis económico, la ley de la oferta y la demanda:
en un mercado libre el precio de cada mercancía depende de
la extensión de la demanda de los consumidores. Si a un conjunto
dado de precios la demanda de un bien excede la oferta disponible
entonces su precio aumenta, y si la oferta excede a la demanda el
precio caerá (David Gale). Dos magnitudes precio y
cantidad de crucial significado para productores y consumidores.
El precio es gasto para el consumidor e ingreso para el productor;
el primero, lo compara con su ingreso, el segundo con su costo de
producción. La cantidad no sólo implica un número
de productos, sino cierto empleo de recursos productivos. Un precio
distinto implica para el consumo un efecto ingreso y un efecto sustitución
que, en el caso de bienes comerciados con el exterior, puede significar
la sustitución de productos nacionales por importados, o
viceversa. El potencial productivo de la pampa sería fuente
de riqueza para el productor sólo a ciertos precios. Pero
las ciudades tenían pocos habitantes, y por ello poca demanda.
La agricultura sólo florece con el gran consumo, y
éste, ¿cómo lo habrá en un país
aislado y sin comercio...? (Belgrano, 1795). Florecer, para
el productor, era vender a precio remunerativo, sostenido en el
gran consumo. Debía sumarse al ínfimo mercado local
un mercado externo ilimitado. Ello pedía comercio libre,
vocablo incorporado desde 1778 al régimen del comercio indiano:
Principios fundamentales de la Economía Política
arguyen la necesidad del comercio [libre], y hacen ver la dependencia
que tiene la agricultura de él (Belgrano). El teorema
fue percibido a través del comercio exterior. Sin comercio,
los bienes exportables tenían precio nulo o bajo, y los bienes
importables precio infinito o alto. El comercio expandía
la demanda de exportables y subía su precio, beneficiando
al productor local; expandía la oferta de importables, bajando
su precio y beneficiando al consumidor local. Los defensores del
comercio activo o exportador fueron los productores, por lo que
su reclamo fue libre exportación a todos los mercados. A
fines del siglo XVIII exportación se decía extracción,
importación introducción y librecambio
era sinónimo de exportación de cueros.
El
lado oscuro del librecambio
La
ley de la oferta y la demanda no estaba exenta de conflictividad.
El mayor precio que beneficiaba al productor-exportador, encarecía
el producto al consumidor local. El menor precio favorable al consumidor
importador local, en caso de bienes también producidos en
el país, dejaba fuera de combate al productor local. Martín
Gregorio Yáñiz, en 1809 afirmaba que las ciudades
argentinas no estaban en sus inicios y habían desarrollado
manufacturas. El cuero se manufacturaba en suela, la lana en tela,
la carne en caldos, la madera en muebles. Pero someterlas a competir
con la tecnología más avanzada del mundo, sería
su destrucción, y la pérdida de medios de vida para
artesanos y trabajadores. Al comprar un poncho inglés más
barato que uno cordobés o santiagueño ¿qué
contaba más? ¿el efecto ingreso de un consumidor con
capacidad adquisitiva, o la desaparición de la capacidad
adquisitiva del artesano que quedaba sin compradores? Sería
temeridad querer equilibrar la industria americana con la inglesa;
estos sagaces maquinistas nos han traído ya ponchos que es
un principal ramo de la industria cordobesa y santiagueña,
y también han traído estribos en palo dado vuelta
a uso del país, sus lanas y algodones, que a más de
ser superiores a nuestros pañetes, zapallangas, bayetones
y lienzos de Cochabamba los pueden dar más baratos, y por
consiguiente arruinarán enteramente nuestras fábricas
y reducirán a la indigencia a una multitud innumerable de
hombres y mujeres que se mantienen con sus hiladosy tejidos; si
se permite el comercio libre no habrá arte alguno. La plebe
desea con ansia este tráfico porque de él resultaría
comprar los géneros más baratos, que los haría
felices. ¡Miserable y desdichada opinión! Si la felicidad
de un Pueblo consistiera en la baratura de los géneros, pudiera
tener lugar esta idea, pero según dice Manuel Belgrano prudentemente,
es un error creer que la baratura sea benéfica a la patria;
no lo es cuando ésta procede de la ruina del comercio, porque
cuando no florece el comercio cesan las obras y en falta de éstas
se suspenden los jornales. Los ingleses traerán botas, zapatos,
ropa hecha, clavos, cerraduras, rejas, argollas, frenos, esquelas,
estribos, y ¿qué les queda entonces a nuestros artesanos?
Fácil es de presagiar que sólo les quedará
ojos para llorar su desventura y miseria, maldiciendo los autores
que la han acarreado.
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