Mercosur
o alpargatas
Antes eran los
militares; ahora, los economistas son los que ven el demonio vestido
de verde amarelo. La relación argentino-brasileño
estuvo históricamente cruzada por una visión de rivalidad.
Durante décadas el recelo mutuo era reforzado de ambos lados.
Las teorías expansionistas del general Golbery do Couto e
Silva, uno de los cerebros del régimen militar brasileño,
se enfrentaba a la simétrica tesis antibrasileña de
los geopolíticos argentinos, liderados por el almirante Isaac
Rojas o en forma más sofisticada por el general Juan E. Guglielmelli.
Esas posturas que ponían énfasis en la lucha por la
supremacía regional tuvieron su contrapartida en las ideas
de la Cepal. Estas marcaron una importante transformación
en las relaciones de ambos países, a partir de las contribuciones
de Raúl Prebisch, con el desarrollo de una nueva visión
de la problemática latinoamericana. Ese fantástico
economista escribió: Si las perspectivas de los centros
no son auspiciosas para el intercambio con la periferia, ¿por
qué seguir desperdiciando el considerable potencial del comercio
recíproco? ¿Es razonable seguir insistiendo en una
liberalización del intercambio con los centros cuando apenas
hemos logrado liberalizar tímidamente el intercambio entre
países de la periferia? (Capitalismo periférico,
crisis y transformación. Fondo de Cultura Económica,
1981).
El Mercosur resultó una respuesta superadora a la desgastante
e improductiva rivalidad alentada por los sectores más reaccionario
de ambos países. Y un avance espectacular respecto a un mero
espacio de comercio recíproco ampliado. Pero, lamentablemente,
a falta de militares iluminados aparecieron ilustrados economistas,
demagogos políticos y miopes empresarios a cuestionar las
bases mismas del Mercosur. Hay que dejarlo claro: no es fácil
ser socio de Brasil; hay que ser firme en las negociaciones, pero
sin Mercosur la economía argentina convertible pierde lo
poco de interesante que tiene para atraer inversiones. En definitiva,
se debe admitir que el papel económico que le tocó
a Argentina en ese casamiento es el de cortejo. Pero quienes proponen
romper el Mercosur para alentar la integración a una zona
de libre comercio como la del ALCA sueñan, en realidad, con
que el país sea un estrella más en la bandera de Estados
Unidos.
En esos términos está planteado el debate, más
allá de cruces más o menos inteligentes, de reclamos
industriales más o menos justos. El Mercosur es la única
herramienta poderosa que tiene Argentina para pelear en un mundo
abierto, globalizado y dominado por bloques económicos regionales.
Esto no significa que no deba discutir en la mesa de negociaciones
por asimetrías productivas, o quejarse por la quiebra de
normas de buena convivencia como lo fue la devaluación del
real.
En ese escenario objetivo de debilidad, Argentina debería
asumir el Mercosur como política de Estado contando con un
discurso unificado por parte del gobierno, la oposición,
el sindicalismo y el empresariado. Es, en última instancia,
lo que hace Brasil. Y vistos los resultados no parece que le vaya
nada mal.
Si bien la administración de Fernando de la Rúa intenta
articular una estrategia común, le falta energía para
lograr consenso detrás de ella en el resto de los actores.
Más bien carece de coraje, ya sea por decisión política
de no confrontar o por propio convencimiento, para enfrentar propuestas
disparatadas como las del gobernador bonaerense Carlos Ruckauf.
O las amenazas, que en varios casos son extorsivas, de empresas
de mudarse a Brasil. El caso más desopilante es el de Alpargatas:
en enero pasado provocó con que comenzaba su éxodo.
En realidad, utilizó la excusa de Brasil para poder despedir
personal, cerrar algunas de sus plantas y conseguir ventajas del
fisco. Algo consiguió: Ruckauf le cobrará la deuda
que mantiene con el Estado provincial con zapatillas.
|