Viaje
a la Antártida
Contame
un poquito de la Antártida. Contame cómo fue esa experiencia,
dale insistió Enrique Szewach en la entrevista que
le hizo al economista de FIEL Abel Viglione, por Radio América.
Por una invitación fui a la Base Marambio. Me tocó
un día excepcional de 3° bajo cero y sin viento... Me
impactó poder estar en remera en la Antártida. Y la
experiencia fue que viajamos en un avión Hércules
630 para conmemorar los 30 años del primer descenso de un
avión Hércules, que fue el primer avión de
carga...
Quien invitó a Viglione a visitar la Antártida en
calidad de turista relámpago fue su anterior jefe en FIEL
y actual ministro de Defensa, Ricardo López Murphy, al sumarlo
a la comitiva oficial de 30 miembros que tenía como objetivo
brindar un homenaje al grupo de siete argentinos pioneros en la
mítica Base Vicecomodoro Marambio. El anfitrión con
dinero ajeno, o sea del Estado, es el mismo que se ganó el
respeto de la city y del mundo de economistas liberales por su discurso
a favor del ajuste de las cuentas públicas, enfatizando la
necesidad de reducir gastos evitando el despilfarro de recursos.
Es el mismo también que, al aceptar el cargo en Defensa,
confirma que los economistas pueden hablar y hacer de todo con una
liviandad asombrosa, como insistir ante el Senado con ascensos de
militares cuestionados por violaciones a los derechos humanos, o
hablar de la inmigración como amenaza cuando
inaugura un curso de formación militar, o tolerar que el
máximo tribunal militar desafiara a la Justicia Civil sobre
quién debe investigar el robo de bebes durante la dictadura
militar. Quien llevó a conocer la Antártida a Viglione
es el mismo que en un reportaje a Página/12 del martes pasado
mostró su severidad al señalar: ¿Que
me ponga de pie para una foto? No, mire, no corresponde a la austeridad
de esta entrevista. Austeridad que es fácil proclamar
pero que se inhibe ante un amigo.
Para algunos puede parecer un anécdota menor, sin importancia
y que, en definitiva, se trata de buscar pelusas donde no las hay.
Pero esa invitación resulta reveladora de lo difícil
que les resulta a muchos de los economistas liberales que predican
el ajuste cuando están en el llano de la city compatibilizar
sus ideas con los hechos cuando ocupan un cargo público.
Cuando están fuera del Gobierno o dentro del él, pero
lejos del campo minado del Palacio de Hacienda, los economistas
ortodoxos van marcando con autoridad los límites de acción
del ministro de Economía. Y José Luis Machinea no
supo evitar esa trampa. Puede ser que haya quedado prisionero por
cargar la pesada mochila de la hiperinflación del 89.
Puede ser también que sienta que tiene que probar que no
tropezará con la misma piedra dos veces y busca hacer buena
letra. Pero lo más llamativo es que el actual equipo económico,
que aplicó la receta prescripta por los ortodoxos puros,
recibe la andanada de críticas a su gestión de aquellos
que, precisamente, elaboraron el preparado de la medicina aplicada.
Hasta que Machinea no se saque de encima los fantasmas que la city
convoca seguirá a la defensiva ante traficantes de opinión
como Carlos Rodríguez o Guillermo Calvo, quienes no se privan
de hablar de todo sin ninguna inhibición. Y no podrá
implementar su ofensiva si queda atrapado en esos debates superficiales,
que caló hondo incluso dentro del Gobierno, acerca de que
el mal humor de la gente es por el paquete impositivo. Basta con
comprender lo que significa que una sociedad conviva con una elevada
desocupación y subocupación, niveles de ingresos en
descenso y precariedad laboral para darse cuenta de que para conseguir
una sonrisa de la gente hay que hacer algunas otras cosas más
que no están incluidas en el manual de los economistas ortodoxos.
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